Dorothee Sölle: testimonio de una fe arrebatadora

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Hoy conocemos, a través de la pluma querida de la teóloga cubana Ofelia Ortega, a una teóloga feminista que ya no está entre nosotras: la alemana Dorothee Sölle.

Ofelia Ortega Suárez 

Introducción

Si una época justifica el recuerdo de Dorothee Sölle es nuestra época. Nunca como ahora se evidencia en el mundo la necesidad de respetar los derechos de la persona humana, tema al que dedicó su vida la incansable teóloga de la liberación, solidaria con los países subdesarrollados y víctimas de la explotación.

Para esta analista penetrante de la sociedad, mística deslumbrante, poeta y activista, si bien la Iglesia y el Estado pueden y deben separarse, la fe y la teología son inseparables de un compromiso práctico con el mundo. Un mundo injustamente organizado y cuyo “orden” ha sido y es legitimado por ciertas teologías. Su trayectoria vital pone en evidencia cómo el coraje y la libertad constituyen un riesgo profesional en teología. Nació en Alemania en 1929, en una familia protestante de clase media, y creció durante el ascenso del nazismo y la Segunda Guerra Mundial. Su familia escondió a judíos en casa.[1]

Su proceso de fe no fue el resultado de una herencia familiar. Llegó a la fe por su cuenta, después de una búsqueda personal de sentido en una nación que arrastraba penosamente la pesada carga de su pasado. “Mi fe procede de Auschwitz, de la catástrofe alemana”, diría. El punto de partida de su reflexión fue cuestionar una teología que había hecho compatible el cristianismo con las cámaras de gas para millones de alemanes. Estuvo casada dos veces y tuvo cuatro hijos. Nunca le interesó la religión organizada, sino la experiencia del Dios vivo en el corazón de la realidad: en la vida cotidiana, tan trivializada e injuriada por la teología y los espiritualismos de evasión; y también en medio de los conflictos éticos, sociales y políticos contemporáneos: el holocausto, la carrera armamentista, la guerra de Vietnam, el fascismo, el consumismo, la injusticia y la explotación de los países más pobres, la fascinación de nuestros contemporáneos por la guerra o la devastación ecológica. Para ella existe una conexión clara entre la experiencia mística y el activismo político, entre el sufrimiento y la resistencia no violenta frente a la injusticia. Nunca fue contratada como profesora titular en una universidad alemana, y algunos lo atribuyen precisamente a su toma de posición política. Fue una figura controvertida y, al mismo tiempo, muy atractiva y leída, no solo por los cristianos evangélicos —la denominación a la que ella pertenecía—, sino también por muchas otras personas, precisamente por la combinación que representa entre el misticismo y el compromiso político. Tras su muerte, en 2003, Maria Jepsen, la primera mujer nombrada obispo de la iglesia luterana del mundo, declaró que “representaba y permanecería como la conciencia política del protestantismo”. Y Manfred Koch, entonces presidente de la Iglesia Evangélica Alemana, la alabó “como un parte significativa de nuestra Iglesia, que la ha preservado de su exclusivismo religioso”. Para ella el hecho de no haber nacido en el seno de la Iglesia fue beneficioso porque le proporcionó la distancia suficiente para distinguir “la Iglesia desde arriba” y “la Iglesia desde abajo”, aquella que no se identifica con los poderes de este mundo sino que nace de la experiencia viva del Dios de la Vida.[2]

La obediencia de la fe

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Dorothee Sölle fue, sin duda, una mentalidad abierta, cuyas reflexiones teológicas interesaron masivamente a la opinión pública. El testimonio de la fe que nos ofrece posee un sentido claro del papel un tanto carismático del pensamiento cristiano.

En su libro Imaginación y obediencia —publicado en Alemania en 1968 y traducido al castellano tres años después—, a través de doce capítulos apretados, da una visión antropológica, o mejor dicho una perspectiva. La obra —de obligada lectura para mis alumnos de Ética en el Seminario Evangélico de Teología de Matanzas, Cuba— critica la obediencia y propone la imaginación creadora. Aunque parezca arriesgado hablar de la imaginación de Jesús, ella lo hace. Nos trae su ejemplo no solo a favor de formas antiguas de virtud, sino también como un rabbi que está muy lejos de dejarse esclavizar por las reglas de la tradición. Siempre añadía: “Pero yo os digo”. Es decir, Jesús no trajo virtudes nuevas ni nuevos deberes; trajo una felicidad a los seres humanos que daba fundamento y posibilidades nuevas a la virtud. Dorothee Sölle describe en estas páginas la aparente contradicción entre la autoridad y la obediencia con una lucidez de estilo realmente iluminadora, que obliga a recomendar su lectura.

La obra, como escribe en su prólogo para la edición española el profesor Joaquín G. Carrasco, es “el testimonio de una fe arrebatadora, que trata de educar la mente cristiana con la propuesta, llena de sabor de esperanza, de luchar para transformar la realidad del mundo, por medio del cambio de todas las relaciones humanas”.[1]

Presenta, en efecto, una crítica a la obediencia sumisa, que inspira la práctica de una “ética de la responsabilidad”. Esta más tarde sería desarrollada por el filósofo alemán Hans Jonas, pero tuvo sus antecedentes en la obra filosófica, teológica y liberadora de la Sölle.

Sí, Dorothee señala lo que ya está impuesto en el Antiguo Testamento en Miqueas 6,8: obrar justicia y amar la bondad. Como es sabido, en el Antiguo Testamento la obediencia siempre va de la mano de la justicia. En el Nuevo Testamento, por su parte, la obediencia en el apóstol Pablo está unida a la fe y no a la sumisión y la dominación. Esa “obediencia de la fe” ha de liberarnos de la dominación opresora que limita la dignidad de nuestra humanidad.

III

La libertad para los otros

Quiero referirme también al estrecho vínculo de Dorothee Sölle con la Teología de la Liberación latinoamericana. Pero antes, siguiendo un poco el énfasis narrativo de muchos de sus libros, deseo contar una historia vivida durante la visita del Papa Benedicto XVI a la V Conferencia General del Episcopado Latinoamericano y del Caribe, que es el encuentro más importante que tienen los obispos católicos en nuestra región.

Estas conferencias se celebran aproximadamente cada quince años, y son siempre convocadas por el Papa, quien define el propósito, aprueba el tema central, las inaugura con su discurso y, al final, autoriza el documento conclusivo. Esta vez la cita fue del 13 al 31 de mayo de 2007, en la ciudad de Aparecida del Norte, situada en el Valle de Paraíba, al este del estado de São Pablo, en Brasil. El tema: “Discípulos y misioneros de Jesucristo para que nuestros pueblos tengan vida”.[2]

Invitados por el cardenal Walter Kasper, presidente del Pontificio Consejo para la Promoción de la Unidad de los Cristianos, asistimos al evento cinco delegados en representación de diferentes comunidades evangélicas, además de un líder de la Iglesia Ortodoxa y un rabino judío.

La prensa informó que en el avión que conducía al Papa a Brasil este comentó que ya habían terminado los énfasis de la Teología de la Liberación en nuestra región.

Sin embargo, muy cerca de la Basílica de la Virgen Aparecida, se reunía el grupo Amerindia, de teólogas y teólogos de la liberación. Cada noche, representantes de diversas religiones y comunidades de base y yo nos reuníamos con el grupo Amerindia, que analizaba los documentos de Aparecida y respondía a ellos.

 

Cada noche íbamos a la reunión, y cada mañana nuestra tarea era depositar los documentos de Amerindia en los casilleros de los obispos. O sea, lo que parecía haber desaparecido estaba allí, como un testimonio presente de la teología que todavía nos inspira para la transformación y los cambios.

Así las cosas, el modelo acción-reflexión-acción, en el cual el ideal es que el círculo se cierre y de ese modo se enriquezca constantemente tanto la acción como la reflexión, está siempre presente en las obras escritas por Dorothee Sölle, quien nos dice:

La fe es una forma de la práctica. Mi vida activa, mis deseos, mis esperanzas, mis ansiedades, todas ellas son parte de la práctica. El solo pensar en la mera secuencia de acciones en nuestra vida sería malinterpretar la práctica. Lo que no hacemos, con lo que estamos de acuerdo, lo que callamos, es también acción. Y así como la fe necesita de la teología en su búsqueda de la auto-comprensión, la práctica de nuestra vida constantemente necesita interrupción, interiorización, teoría, convicción intelectual, aclaración, autocritica, lo cual entonces lleva a una práctica consciente. Hay un movimiento circular de la práctica a la reflexión teórica (1) y de nuevo hacia la práctica cambiada (2). Este círculo de aprendizaje humano es también un circulo de vida humana: la fe necesita de la teología para comprenderse a sí misma y para comunicar, pero el significado de esta teoría teológica es llevar hacia una fe más profunda. La teología no está ahí para su propio propósito, sino para ayudarnos a crecer en la fe. El pensamiento – modelo de teología comienza y termina con la práctica, la fe vivida.[3]

REFLEXIÓN

TEORÍA

TEOLOGÍA

ACCION

PRÁCTICA

FE

  

 En su análisis de lo Ortodoxo, lo Liberal, y la Teología de la Liberación, ella admite el papel de la teología liberal en el siglo XVIII; pero ahora, de acuerdo con su práctica de vida, el método critico histórico de la escolástica bíblica no puede satisfacer a una comunidad de vida hoy. Me gusta mucho la frase: “Lo que era pan se ha convertido en piedra”.[4]

Dorothee Sölle contesta a la “oración privatizante”, esto es, la oración que no se hace acompañar por el compromiso social concreto. Orar por “nuestros responsables políticos” o “por la justicia y la paz” sin más, es —dice ella— como orar para que llueva, sin plantar árboles o parar la desertificación. No tenemos el derecho de esperar por la ayuda “del más al
lá”, sin que nos sintamos activamente envueltos. A ese tipo de oración, que ella compara con un yeso sobre una pierna de palo, ella prefiere un pedido del tipo: “Danos, Señor, creatividad para luchar contra quienes mantienen a nuestros hermanos en la miseria”.[5]

Para ella, una oración auténtica consiste en expresar a Dios el sufrimiento sentido, porque su Reino aún no se realiza. Consolados y confortados por tal oración, entonces, podemos ir a lo esencial: hacer, a ejemplo de Jesús, la obra de Dios para con nuestros hermanos. Así, nos estamos endosando la corresponsabilidad del futuro del Reino, y apartamos de nosotros la tentación de dejar para un Dios “mágico” las tareas que nos corresponden. La acción social y política —dice Dorothee Sölle— constituye la oportunidad de afirmarnos, con vigor, nuestra personalidad, afirmación fuerte de determinación y de creatividad, de que Jesús nos muestra el ejemplo al decir: “Oísteis que fue dicho… Pero yo os digo…”. Cristo no se doblega delante de las situaciones adquiridas, de las costumbres, de las intrigas de los fariseos.

“Yo te digo: levántate…”. La firmeza que emana de tal frase, y que debemos hacer nuestra, remite a la fuerza creadora de Dios, que crea a partir de lo que no existe. Por el ejemplo de Jesús, así como en el discernimiento y por la fuerza del Espíritu, nos volvemos capaces de contestar sin miedo a la injusticia, la violencia y la contaminación del medio ambiente.

“¡Enfrenten, dice Dorothee Sölle, opónganse a los que hacen la guerra!”. Se trata de ser libre, como Jesús fue libre. Y ella precisa que se trata de una libertad para los otros, y no de mero libre albedrío egocéntrico. Esta libertad es el secreto de la creatividad y de la felicidad. Es así que ella considera a Jesús como el hombre más feliz de la tierra.[6]

IV

 

El uso de la Biblia como un paradigma de la Teología de la Liberación

Para Dorothee Sölle “debemos comprender la Biblia de tal forma que nos diga algo a nosotros ahora y nos desafíe hoy”.[7]

Creo que Dorothee siempre sigue las palabras de Jesús: “Pasemos al otro lado” (Marcos4:35). Y en el otro lado están esos lugares increíbles donde Dios está actuando y revelándose con palabras y cambios poderosos.

Hor, cuando oímos sobre las relaciones Sur-Sur, nos preguntábamos: ¿soñamos con que esto podría pasar? Dorothee dice: “Es importante que la Biblia no sea solo sobre el hecho de que hace doscientos años Jesús alimentó a cinco mil personas con panes y peces, sino que es también sobre dónde este milagro de alimentación ocurre hoy”.[8]

Hay tres formas de interpretar el pasaje bíblico de Marcos 8,1-10 (el milagro de los panes y los peces):

  1. Como una prueba del poder de Dios.

  2. Como la capacidad de compartir, espíritu de comunidad (énfasis teología liberal).

  3. Como “lo mío es tuyo”; esto es el significado de la vida. El mantener una diferencia entre lo mío y lo tuyo significa la muerte. Es el ubuntu de África, el sumak kawsay (buen vivir) de los aborígenes andinos (teología de la liberación).

La sociedad de consumo nos tiene acostumbrados al milagro de la multiplicación de los bienes materiales. Hoy día se fabrica casi todo en serie, hay más riqueza en la Tierra. Sin embargo —y esto muy necesario—, creo que hace falta poner urgentemente en marcha otro milagro, aún mayor, más difícil de realizar. Se trata del milagro del “reparto” de lo que ya hay entre los que estamos, practicando la comunión de bienes.

Porque si la sociedad de consumo realiza a diario la multiplicación de panes y peces en clave moderna, paradójicamente cada día aumentan en la humanidad las carencias más radicales, la miseria más increíble, el subdesarrollo más inhumano, la ignorancia más brutal, la falta de cultura más absoluta. Del milagro de la multiplicación de los bienes de consumo se benefician solo unos pocos, que se han habituado a lucrarse y a enriquecerse en detrimento de la inmensa mayoría de los que habitan el planeta Tierra.

No se trata ya tanto de multiplicar cuanto de dividir. Al menos este es el camino que Jesús enseña en el relato mal denominado de “la multiplicación de los panes”, pues la palabra “multiplicación” no aparece en él.

La situación de aquella gente era similar a la de muchos de los seres humanos hoy: “Despide a la gente —dijeron a Jesús— para que vayan a las aldeas y cortijos de alrededor a buscar alojamiento y comida, porque aquí estamos en descampado” (Lc 9,12ss). En descampado está la mayoría de la humanidad carente de las necesidades más vitales: pan y habitación.

Inesperadamente, Jesús invita a sus discípulos a realizar el milagro: “Denles vosotros de comer”. Y como ellos piensan que el milagro consiste en multiplicar los alimentos, replican: “No tenemos más que cinco panes y dos peces, a no ser que vayamos a comprar de comer para todo este gentío (porque eran unas cinco mil personas)”. La vía de salida que ellos piensan para resolver el problema es envidiable: se trata de comprar. Pero Jesús trata de mostrar que “comprar” no es el camino: “Decidles que se echen en grupos de unos cincuenta. Lo hicieron así, y todos se echaron. Él, tomando los cinco panes y los dos peces, pronunció la bendición sobre ellos, los partió y se los dio a los discípulos para que se los sirvieran a la gente”.

Jesús no compra ni multiplica, sino que parte y reparte. Tal vez este sea el camino para salir de este callejón sin salida en el que nos hemos metido los humanos. Partir el pan entre todas y todos, partirse para los demás, repartir, dividir entre todos, esa fue la técnica, y gracias a Dios ha conseguido multiplicar.

Y este es el símbolo de la eucaristía: un pan —un cuerpo-persona— que se parte y se entrega como alimento que genera vida alrededor.

Para Dorothee, dotada de la Palabra de Dios, prefiere la “práctica de Jesús”. La Biblia, desde la perspectiva de los pobres, en la teología de la liberación es un pedazo de pan que los alimenta.

V

La lectura intercultural de la Biblia

Me sorprende siempre Dorothee cuando voy descubriendo en las lecturas de sus libros la forma en que se adelantó a su época, dejándonos en cada una de sus palabras jirones de sabiduría, que van ofreciendo luz en los difíciles caminos que hoy transitamos. Me he tomado el atrevimiento de calificar su teología como “teología del trillo”.

En Cuba, mi patria, cuando los campesinos no encuentran una senda abierta para llegar hasta el “bohío” (la casa campesina), toman el machete y van cortando los arbustos espinosos, no usables, hasta abrir una senda, un camino que
les lleva a casa. Es como dice el poeta español Antonio Machado: “Caminante, no hay camino, se hace camino al andar”.[9] O sea, la teología de Dorothee no nos abre amplias carreteras, sino nos ayuda a la construcción de nuevos senderos que nos llevarán y darán acceso al oikos, a la casa del Dios viviente. Esa es la “teología del trillo”. Ella descubrió un nuevo sendero para entender el pecado en el relato bíblico de Génesis, durante una de sus clases en Nicaragua. Oigamos su propia voz:

En 1986 enseñaba en un Seminario Bautista en Nicaragua. Los estudiantes, mujeres y hombres, algunos de ellos ya eran pastores, no habían tenido una particularmente buena enseñanza teológica. Pero cuando yo traté de decirles algo sobre el pecado, ellos me enseñaron – muy simple y muy en concordancia con las escrituras. Mientras yo estaba aún especulando sobre el auto-amor, el poder y el aislamiento, una pastora negra me interrumpió y me dijo: “Pero eso está bien claro. Adán y Eva querían tener más que otros y entonces ellos se comieron la manzana, y eso es codicia, el pecado está en la infinita avaricia de las personas que quieren poseer algo, y todo lo demás surge de este deseo de poseer”. Yo no nunca había pensado en eso de esa manera.[10]

 

Dorothee comprendía que una lectura intercultural de la Biblia puede resultar en una suerte de encuentro que tiene profundidad y es especialmente recíproco. La lectura intercultural de la Biblia puede de esta forma significar un enorme enriquecimiento y liberación de las personas de la prisión de su propia cultura de contexto. Es en realidad sorprendente como la misma historia bíblica puede ser leída de diferentes maneras.

VI

Una Teología de la Creación

La teología de la creación de Dorothee Sölle está basada en una nueva comprensión de Dios el Creador. Ella afirma: “Ahora que Dios ya Dios no está, para mí, aprisionado en una imagen de soberano, Rey y padre,  quiero reconciliar mi fe en Cristo con mi nueva compresión de Dios el Creador”.[11]

El énfasis en este Nuevo entendimiento de la creación se basa en la mutualidad, la interdependencia, el espíritu materno, opuesto totalmente al poder autoritario que limita la independencia y la libertad.

La creación ha de verse siempre en un espíritu de relaciones interpersonales; no podemos existir sin los otros. El elemento central de la creación es el amor. Así que tenemos que aprender a interpretar el mundo, asumiendo que todo está relacionado, que todo es interdependiente, que todo el mal que causemos se volverá forzosamente contra nosotras y nosotros.

La intuición clave del ecofeminismo es eso: todo está conectado, todo es sagrado. Somos un tejido con toda la vida que forma parte de este frágil tejido que llamamos “Tierra”. Al mismo tiempo, tenemos que buscar una cosmovisión más holística que reconoce y celebra el tejido de la vida. No hay “otro” u “otra”, el “otro” o la “otra” soy yo.

De una forma familiar y simple de llegar al corazón, Dorothee expresa que:

La pregunta más importante para una teología ecológica me parece que es, cómo podemos expresar nuestra confianza en el Dios creador y reverencia por la creación en nuestras vidas. Lo más importante es amar la creación, enseñarse uno mismo y enseñar a los hijos de uno a estar conscientes de la creación. He plantado bulbos en la tierra con mi nieto pequeño de dos años; le he explicado que ahora viene el invierno y primero las flores tienen que dormir y también que los gusanos de tierra ya no suben suficientemente en la tierra para que nosotros podamos verlos. Estos son solo pequeños intentos de lograr un poquito de familiaridad con la naturaleza y confiar en la devolución natural.[12]

Necesitamos reafirmar que, sin esta inmanencia de Dios en nuestra tierra, perdemos la trascendencia de Dios.

VII

La teología feminista o el compromiso encarnado con los pobres

Por último, y no por ello menos importante, deseo abordar la reflexión de Dorothee acerca de Dios a partir de la realidad femenina.

Pensar y nombrar a Dios desde la realidad femenina y desde la experiencia feminista es una tarea apasionante para las mujeres dedicadas a hacer teología en una comunidad de fe que lleva más de veinte siglos pensando y nombrando a Dios bajo unos conceptos y con un lenguaje exclusivamente masculino y kiriopatriarcal.

Dorothee fue una mujer teóloga, misionera comprometida con la causa de las mujeres y de los pobres. Falleció dejándonos una teología profundamente kenótica, prácticamente arrancada de esos basurales en los que encontraba a los pobres que la llevaban a sentir a Dios encarnado y pobre, ya que conoció a Dios en medio del sufrimiento humano y desde allí lo vivió y explicó teológicamente, traduciendo la teología aprendida en la universidad e impartida en Nueva York en palabras sencillas recabadas de la experiencia cotidiana y desde la tragedia de los seres humanos crucificados de los pueblos de Centroamérica.

Su obra resulta inquietante. Su libro Reflexiones sobre Dios, encierra todo un tratado teológico elaborado desde la perspectiva feminista. La primera cuestión que se plantea es: “¡Hablar de Dios! ¡Quiero hacerlo, pero siempre fracaso!”, dice. Se trata del fracaso de un hablar de Dios que no llega a la vida de nadie, porque ¿quién es Dios para un joven padre de familia en paro, o para un emigrante de tez negra y sin papeles, o para una mujer que se dedica a la prostitución, o para un empresario inflado por el poder y el dinero, para un campesino sin tierra en cualquier país del llamado “tercer o quinto mundo” …? Dorothee Sölle lo expresa de esta manera: “Sólo podemos hablar de Dios cuando hablamos a Dios”. No se trata de un lenguaje piadoso o escolástico; Dios tampoco es el papá que lo arregla todo, aunque algunos creyentes, observa, no han superado esa manera pueril de imaginarse a Dios. El Dios de Jesucristo es impotente, pequeño y débil, es “irrelevante para la inmensa mayoría de la gente”. Por eso, para ella, la teología feminista tiene como misión irrenunciable, más que hacer imágenes, derribar imágenes de Dios. Dirá: “necesitamos un lenguaje que diga más de lo que puede justificar empíricamente”. De otro modo lo convertimos en un ídolo. Tal vez por eso “la teología feminista es hoy día la expresión más clara de la lucha contra la ideología del patriarcado, por amor a la Deidad más grande”. Por ello, la imagen del padre hay que interpretarla a partir del Reino de Dios y no al revés. Vivir en esa paternidad divina solo se logrará cuando entendamos que “el poder de Dios es tan solo un poder biófilo, cuando es un poder compartido”. Esto implica romper los ídolos, ser iconoclastas con las imágenes de Dios que se orientan a la “adoración del poder”.[13]

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Es justo, pues, que las mujeres luchen por romper la imagen esclerotizada de la Divinidad. “La masculinización de Dios, intensificada hasta el extremo en el cristianismo, tal y como se expresa en el lenguaje puramente androcéntrico, va siempre acompañada por la divinización del varón”. “El patriarcado, en su manera de hablar de Dios yerra en cuanto a la trascendencia de Dios”. Esta es la síntesis del estado de la cuestión de la teología feminista en pleno siglo xxi. Y concluye afirmando que, en teología, “lo que nos hace falta no son imágenes de Dios, sino una experiencia memorable de Dios”. De Dios habrá que aprender a hablar no solo como del “Padre” que todo lo puede, sino también como de la “Madre” que todo lo sufre y todo lo sostiene, porque no tiene más poder que el de su inmensa compasión. “Dios no podría consolarnos si no estuviera unido a nuestro dolor”. Muchas teólogas interpeladas por lo divino, como Dorothee Sölle, sienten que las mujeres vivimos todavía en una Babilonia teológica: expulsadas, enviadas al exilio y sufriendo esclavitud y marginación.

En un texto que es considerado como un legado sobre los logros y lo pendiente en la teología feminista, también Dorothee Sölle habla de una “teología de la vida”. Esta es la expresión de una nueva teología política de perspectiva feminista. Esta teología de la vida está basada en el entendimiento de lo “compartido” y la “mutualidad”. La “mutualidad”, según Dorothee Sölle, es una de las categorías más importantes de la nueva teología política, que se debe entender como “teología de la vida”; ella es la clave para comprender la verdad del mundo, del ser humano y de la Creación.[14]

 

No basta con una teología hermenéutica, y conceptualmente bien estructurada, dentro de un método perfectamente definido. Hace falta ¡vida! Y la vida está por las calles, en las casas, en las relaciones que creamos, en las guerras que se evitan y en la dignidad que se reclama para todo ser humano y para la creación entera.

VIII

Fe y mística: de lo exterior a lo interior

Para el servicio fiel al prójimo hemos de tener la fuerza espiritual necesaria, y la mística es una de esas formas de espiritualidad. El hermano Roger Schutz, fundador y primer prior de la Comunidad de Taizé, quien murió después de ser apuñalado durante la oración vespertina en la iglesia de la Reconciliación de Taizé, en 2005, decía: “Hay que hablar de la lucha y la contemplación”.

Para Dorothee Sölle la historia de la mística es la historia del amor de Dios, pero ese amor no se puede concebir sin su actualización política dirigida hacia la praxis y hacia el mundo. Así lo expresa en su libro The Silent Cry.[15]

De esta manera, Dorothee nos hace vivir a través de sus libros y su experiencia la dimensión social de la espiritualidad. Entiendo que para nuestra autora la mística se vincula a lo auténticamente humano, o sea, no se conforma con la situación actual de la humanidad. Para el servicio al prójimo hemos de tener la fuerza espiritual necesaria, y la mística es una de estas formas de espiritualidad.

 

Cabe recordar que el filosofo y escritor lituano Emmanuel Lévinas señaló: “Conocer a Dios significa lo que hay que hacer”. Por su parte, monseñor Oscar Arnulfo Romero, sacerdote católico salvadoreño y arzobispo metropolitano de San Salvador, siempre nos hablaba de “la mística de los ojos abiertos”, porque contemplar a Dios es seguirle, y lo que hemos adquirido en la contemplación lo debemos compartir en el amor.

En su libro The Window of Vulnerability, Dorothee señala:

El empobrecimiento de la mayor parte de la población mundial, la destrucción de la naturaleza y el más gigantesco militarismo de todos los tiempos en todo caso, está estimulando una creciente resistencia…cada hombre y cada mujer que se opone a las básicas tendencias enumeradas anteriormente, aún en las formas más suaves, tales como las firmas en una petición o la participación en una manifestación públicamente  organizada, están poniendo a él o a ella en peligro hoy en día.[16]

Resulta interesante que este libro, publicado en 1990, nos invita a mirar a nuestro alrededor y reconocer que aún hoy existe esa situación. Ejemplos de ella son, por citar solo dos casos, las protestas y maltratos a los universitarios en Chile porque reclaman una educación para todos, con tasas que puedan ser pagadas por las familias chilenas; y el Movimiento de los indignados en Europa y los Estados Unidos, que ha ocupado plazas y calles expresando sus inquietudes por el desempleo y la angustia económica que lanza a las familias a las calles y al suicidio.

 

Entretanto la prensa nos informa que Alemania se mantiene estable y segura en su economía. Quizás hoy Dorothee nos diría: “¿por qué?” ¿Es que acaso Alemania está demandando demasiado de los países que integran la Unión Europea para poder mantener ella una economía buena y estable? Son preguntas que hoy todos debemos hacernos, respondiendo así a las inquietudes de la juventud estudiantil, de los desempleados y de los ancianos que fueron expulsados de sus hogares al suicidio, el desespero y la muerte.

 

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Hoy nos aterroriza también el conflicto en la península de Corea, la posible intervención allí de los países del Norte, y la difícil situación en el Oriente Medio.

 

En el camino de nuestra fe experimentamos la vulnerabilidad de la cual nos habla Dorothee cuando afirma: “Queremos paz, no seguridad”, y toma las palabras de Mahatma Gandhi: “No hay camino hacia la paz, la paz es el camino”.

 

Vista así, la paz genuina debe incluir la reconciliación entre los que están en conflicto, no su militarización, y, por supuesto, mayor justicia en las relaciones económicas entre pobres y ricos.

La mística y la espiritualidad de Dorothee se basan en lo que ella llama una “opción preferencial por la vida”, como una predilección por la vida frente a la muerte.

Por eso, el “viaje de ida” es una antigua imagen que Dorothee utiliza para denominar las experiencias del alma en camino hacia sí misma. [17] El “viaje de ida” emprendido por medio de la meditación y la concentración, es la aportación de la religión a ese camino hacia su identidad. La fe cristiana acentúa el “viaje de retorno” al mundo y su responsabilidad. Pero precisa de una toma de conciencia más profunda que la que se alcanza por medio de la acción.

Dorothee Sölle, con motivo de su divorcio, vivió un sufrimiento agudo y profundo. Ella busca dar cuenta de la “noche” que ella misma atraviesa y descubre en los místicos. Por tanto, evoca la experiencia de fracaso del profeta Elías, su huída ante la furia de Jezabel (1 R 17—19). Extenuado, Elías busca la muerte debajo de un enebro. Fortalecido por el ángel de Dios que le trae comida, sigue en tanto su camino durante cuarenta días y cuarenta noches. En la cueva en que durmió, oyó una voz llamándolo afuera. Él acaba viendo a Dios, no en fenómenos espectaculares —tempestad, temblor de tierra, fuego— sino en el leve susurro de la brisa. Elías debe dejar sus ideas acerca de Dios. Descubre un Dios interior, ya no aterrador y completamente exterior. Mas este Dios íntimo no lo invita a quedar en éxtasis; lo envía al mundo, a fin de dar seguimiento a su obra profética. Se trata de hacer nuestra la causa de Dios.

Dorothee Sölle insiste en la necesidad de “partir”.[18] Se trata de un arrebatamiento. Sigamos los místicos que penetraron la noche y de ella salieron transformados. Conviene —como Elías— partir lejos, vivir intensamente los duelos, asumir los fracasos, y después retornar al “Origen de la vida”. Tal retorno al inefable Origen pasa, según ella, por una inmersión en el inconsciente, simbólicamente evocado en la historia de Elías por su sueño en una cueva —verdadera matriz. El Siglo de las Luces y los progresistas actuales ignoraron ese movimiento regresivo. Solo valorizaron el progreso. Dorothee Sölle indica que hay lugar para irse “de lo exterior a lo interior, de la vida a una cierta muerte, del progreso a un regreso, del movimiento a un punto estacionario, del “ego” al “self”, de la exterioridad pos-natural a la matriz prenatal de cada cosa”.[19]

La experiencia del fracaso, la muerte para sí y el retorno a los orígenes pasan a ser, en adelante, elementos constitutivos de la búsqueda de esta mujer militante radical tornada mística. Como mismo Elías tuvo que abandonar la idea que él se hacía de Dios, nosotros somos llamados a abandonar nuestras propias convicciones, en particular la de un Dios todopoderoso —una representación, además, vuelta insostenible después de Auschwitz. Conviene, igualmente, dejar la idea que nos hacemos del mundo, dice ella, no para huir de él, sino para habitarlo de modo diferente como profetas. Es vital que, después de la “partida”, perdamos nuestras certezas; que sintamos la experiencia del fracaso y del sufrimiento; que renunciemos a nuestro pequeño yo —que haya un “retorno”. Se trata de renunciar al mundo en un movimiento de kenosis,[20] pero para nuevamente comprometernos: de manera diferente, no posesiva, separada, generosa.

 IX

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Conclusión

Hermosa de por sí fue la vida de Dorothee Sölle, pensadora incisiva, mística, poeta y activista, cuyas reflexiones teológicas interesaron masivamente a la opinión pública.

Su ideario —una luz orientadora al servicio del pensamiento cristiano— nos pone ante lo central: cómo seguir a Jesús y proseguir su causa en un mundo cada vez más injusto e inhumano que está generando millones de pobres. La espiritualidad gozosamente vivida en comunión con los últimos es clave de credibilidad de la fe que profesamos y a cuyo servicio hemos puesto nuestra vida.

En este sentido podemos recitar el siguiente “Credo para el tiempo secular”, escrito por ella, con el que quiero concluir mi intervención:

Creo en Jesucristo,

quien como solo hombre nada podía realizar.

Y también nos sentimos así.

Que luchó para que todo cambiara

y fue por eso ejecutado.

Esto es criterio para comprobar

cuán esclerotizada está nuestra inteligencia,

cuán sofocada nuestra imaginación,

desorientado nuestro esfuerzo,

porque no vivimos como él vivió.

Y hasta tememos cada día

que su muerte haya sido en vano,

porque lo enterramos en nuestros templos

y traicionamos su revolución,

medrosos y sumisos ante los poderosos del mundo.

Y olvidamos que resucita en nuestras vidas

para que nos liberemos

de prejuicios y prepotencias,

del miedo y del odio,

y llevemos adelante su revolución hacia el Reino.[21]

 

Dedicamos este texto como un homenaje y un recuerdo a la teóloga y digna pacifista alemana.

[1] Dorothee Sölle: Imaginación y obediencia, Ediciones Sígueme, Salamanca, 1980, p. 13.

[2] Véase Aparecida: renacer de una esperanza, Fundación Amerindia/ Indo-American Press Services Ltda., São Pablo, 2007.

[3] Dorothee Sölle: Thinking About God: An Introduction to Theology, Press International, Philadelphia, 1990, pp. 5-6.

[4] Ibidem, p. 30.

[5] Thierry Verhelst: “Dorothée Sölle. Uma mística da libertação na Europa”, en: Nós Também Somos Igreja, 12 Ene 2013. Disponible en: http://www.consciencia.net/dorothee-solle-uma-mistica-da-libertacao-na-europa-por-thierry-verhelst/ [Consulta: 2 de abril de 2013]

[6] Ibidem.

[7] Dorothee Sölle: Thinking About God: An Introduction to Theology, ed. cit., p. 35.

[8] Idem, p. 35.

[9] Antonio Machado: “Proverbios y cantares (XXIX)”, en: Poesías completas, Editorial Arte y Literatura, La Habana, 1975, p. 242.

[10] Dorothee Sölle: Thinking About God: An Introduction to Theology, ed. cit., pp. 60-61.

[11] Dorothee Sölle and Shirley A. Cloyes: To Work and to Love: a Theology of Creation, Fortress Press, Philadelphia, 1984, p. 5.

[12] Ibidem, p. 52.

[13] Véase Trinidad León Martín: “Pensar y nombrar a Dios en perspectiva feminista”, en: Selecciones de Teología, vol. 49, no. 196, Barcelona, oct.-dic., 2010, pp. 243, 252-253.

[14] Véase Dorothee Sölle: “Was erreicht ist – was noch aussteht. Einführung in die Feministische Theologie”, en: I. Dingel (ed.): Feministische Theologie und Gender-Forschung. Bilanz, Perspektiven, Akzente, Leipzig, 2003, pp. 9-22, 21.

[15] Dorothee Sölle: The Silent Cry, Fortress Press, Minneapolis, 2001.

[16] Dorothee Sölle: The Window of Vulnerability: A Political Spirituality, Fortress Press, Minneapolis, 1990, p. 44.

[17] Dorothee Söle: Viaje de ida: esperanza religiosa e identidad humana, Editorial Sal Terrae, Santander, 1977.

[18] Thierry Verhelst: op. cit.

[19] Idem.

[20] Idem.

[21] Dorothee Sölle: “Credo para el tiempo secular”, en: ululatus-sapiens.blogspot.com/…/credo-para-el-tiempo-secular-de.html [Consulta: 2 de abril de 2013].

Jorge González Núñez: Feminismo, una experiencia desde la fe cristiana y la comunidad LGBTIQ+

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Jorge González Núñez vive en Cuba y lo conocimos en el andar por tierras cubanas en los espacios ecuménicos. sobre todo con la juventud ecuménica de la Isla.

Es activista por los derechos de la comunidad LGTBIQ+

¿Qué entiendes por feminismo y cómo te ha cambiado la vida?

Para mí el feminismo es un camino de diálogo constante. Un diálogo con nuestras subjetividades, con nuestras espiritualidades, con nuestras experiencias particulares y colectivas. Es una definición que no está cerrada, sino que todo el tiempo se deja interpelar por las experiencias de otras personas, de otros colectivos.

El feminismo lo entiendo como ética ante la vida. Como teoría crítica que cuestiona los discursos y las prácticas que legitiman el poder masculino sobre las mujeres en todos los ámbitos de la vida. Además, como acción política que busca resignificar las experiencias de las vidas de las mujeres, cuestionando los múltiples sistemas de opresión, patriarcal, neoliberal, capitalista, religioso, etc., que durante siglos han puesto a las mujeres en lugares de marginación, de violencia y de opresión.

“El feminismo nos ha permitido denunciar esas estructuras de poder visibles e invisibles, esos discursos que en nombre de lo sagrado, del amor, de la familia, de la moral y de las buenas costumbres, buscan que las mujeres permanezcan en los lugares de subordinación que les han sido asignados”. Fotos: Internet

La transformación pasa por la necesidad de reconocer que aun cuando comparto algunas de las luchas de la comunidad LGBTIQ+, el hecho de ser hombre, cisgénero, no racializado, socialmente me otorga unos privilegios, que no tendría si fuera una mujer trans racializada. Aceptar esta realidad, que pone a las personas en desventaja por motivos de género, me hace consciente de la necesidad de construir una masculinidad y relaciones personales no hegemónicas, en la casa, en la iglesia, en la sociedad.

El feminismo te cambia la vida todos los días, creo que de eso se trata. Es estar dispuesto a deconstruir y construir nuevas maneras de relacionarnos con otras personas y también con la naturaleza, con la creación; reconociendo que el machismo, el capitalismo, el neoliberalismo, el racismo, las violencias de género, la homofobia, la transfobia, las violencias estructurales, la violencia espiritual, y muchas otras, son parte de una estructura social que es el patriarcado, que genera opresión, en primer lugar, hacia las mujeres y las niñas. 

El feminismo nos ha permitido denunciar esas estructuras de poder visibles e invisibles, esos discursos que en nombre de lo sagrado, del amor, de la familia, de la moral y de las buenas costumbres, buscan que las mujeres permanezcan en los lugares de subordinación que les han sido asignados. 

El feminismo nos coloca propuestas que nos liberan del control que ejerce el patriarcado hacia nuestras expresiones de género. Rompe con la heteronormatividad y con los roles predefinidos para lo masculino y lo femenino; abriendo así un panorama mucho más diverso, que incluye a las personas que tienen identidades de género no binarias y a quienes experimentamos relaciones homoafectivas.

¿Qué desafíos implica un proyecto de sociedad que pretende reivindicar la dignidad y la igualdad de todas las personas?

Son muchos los desafíos que tenemos a la hora de construir una sociedad más justa e inclusiva. Es necesario que en ese proceso estén presentes las voces de la periferia, de quienes están en los márgenes. Así como en la tradición cristiana no hay salvación fuera de las personas pobres y marginadas, la construcción de la justicia social necesita integrar al debate a las personas vulneradas y apartadas por la sociedad.

En la construcción de una sociedad y de un socialismo que reivindique la dignidad y la igualdad de todas las personas, necesitamos transformaciones individuales, sociales, culturales, educativas, jurídicas…, que permitan que la sociedad identifique que las brechas por motivos de género son reales y que no afectan a todas las personas por igual. Necesitamos mecanismos legales que garanticen los derechos que tenemos todas las personas, y que al mismo tiempo protejan a las víctimas de feminicidios, transfobia, homofobia, racismo y todo tipo de discriminación.

Desde el punto de vista educativo tenemos el reto de incluir los temas de discriminación, de violencia de género, de igualdad y de equidad dentro de los espacios tradicionales educativos. Educar para lograr relaciones humanas justas, y educar desde y hacia la institucionalidad, para lograr una mayor sensibilidad sobre los temas de género en las servidoras y servidores públicos. 

Desde lo jurídico está la importancia del reconocimiento de los derechos de las mujeres y de los colectivos discriminados, las garantías de esos derechos. Que empoderen a la mujer, que establezcan cuotas laborales para las personas trans… entre muchos otros derechos y garantías, que necesitan mecanismos institucionales para accionar ante situaciones de inequidad y violencia.

Para nosotras, las personas sexo-género-diversas, hay muchos otros desafíos: tenemos el reto de despatriarcalizar el propio colectivo LGBTIQ+, asegurar equidad y representatividad desde los procesos de organización de las iniciativas; evitar un activismo elitista, blanco, cisgénero… 

Y desde mi experiencia como cristiano, creo que necesitamos construir comunidades cristianas renovadas y renovadoras. Hay que romper tabúes, transformar el lenguaje, dejar de manipular con la palabra pecado, hablar de la violencia de género que sufren las mujeres dentro de las iglesias, reconocer que las personas LGBTIQ+ somos parte de las comunidades de fe, siempre hemos estado ahí, y quieran o no, somos parte del cuerpo de Cristo.

“Tenemos el reto de incluir los temas de discriminación, de violencia de género, de igualdad y de equidad, dentro de los espacios tradicionales educativos”.

Creo que como iglesias tenemos el desafío de continuar dejándonos interpelar por las diversas realidades de nuestros contextos. El desafío de seguir construyendo propuestas teológicas inclusivas y liberadoras, ante la postura de algunos sectores fundamentalistas dentro de la propia Iglesia, que desde sus presupuestos morales van en contra de los derechos de otras personas.

Tú perteneces a una comunidad religiosa, pero en el imaginario popular se podría pensar que tus identidades como activista LGBTIQ+, como feminista, son incompatibles con una comunidad como la cristiana. ¿Cómo puedes explicar esa pertenencia, esa armonía, en el seno de un cristianismo que está abierto a todas estas ideas?

Yo no sé cómo el cristianismo ha podido no ser feminista. Claro, sí sabemos… está toda la historia de dominación patriarcal de la que también ha sido parte la Iglesia; pero es que si hay un proyecto profundamente emancipador y liberador es el proyecto de Jesús de Nazaret.

El hecho de que las mujeres estaban presentes de forma activa en el m
ovimiento de Jesús, fueran discípulas y él pusiera en tela de juicio a los misóginos de su tiempo, establece una constante corrección a los prejuicios de los líderes religiosos de aquellos tiempos y de los nuestros.

Cuando leemos los evangelios y luego vemos cómo el mensaje ha sido interpretado por la Iglesia a través de los siglos, uno experimenta una contradicción entre las ideas y la experiencia actual. Aun así, muchas y muchos seguimos descubriendo en la Biblia relatos que dignifican y dan vida. 

Es necesario entender la divinidad más allá de los roles tradicionales, imperiales y paternalistas. En medio de ese querer interpretar a Dios, descubrir el significado de la fe y asumir el feminismo como apuesta política liberadora, uno comienza a descubrir que estos puntos, que estas perspectivas se cruzan, se retroalimentan y pueden llegar a ser una sola. 

Para esto es necesario acercarnos a los textos bíblicos de formas diferentes a las aprendidas. Cuando lo hacemos desde el punto de vista de las mujeres, de las personas marginadas, descubrimos enfoques liberadores que llenan de sentido la vida de esa gente que ha sido violentada en sus iglesias.

Estos procesos de leer la Biblia desde otras perspectivas son procesos complejos y dolorosos para las personas de fe, uno comienza a descubrir que nuestra relación con Dios también ha sido manipulada por hombres, en su mayoría blancos, heterosexuales…, que desde sus privilegios han tenido la intención de perpetuar el patriarcado y la discriminación.

En mi caso, que desde niño había asistido a la iglesia, cuando me di cuenta de que soy gay y comienzo a lidiar con esta realidad fue bastante difícil, porque encima de los prejuicios sociales, está la relación con Dios y con la Iglesia, donde toda la vida te han dicho que ser como eres está mal y que, además, Dios te va a castigar por eso. Para una persona cristiana esta es una realidad de violencia muy fuerte. Afortunadamente, en ese momento ya me encontraba en la Iglesia episcopal, que tiene una visión más abierta sobre el tema, y en una comunidad donde logramos superar prejuicios, porque entendimos que nada podía ser más grande que los mandamientos de “amar a Dios sobre todas las cosas y a tu prójimo como a ti mismo”.  

Constantemente las personas LGBTIQ+ que deciden experimentar su sexualidad abiertamente en la iglesia viven estas situaciones de violencia, pasan por estas realidades de marginación, mucho más cuando se trata de una persona trans. Hasta que te das cuenta de que esas posturas fundamentalistas están siendo asumidas por personas que pretenden hablar y discriminar usurpando el lugar de Dios. Luego de que hemos descubierto esta realidad de opresión, está el desafío de llenar la fe de nuevos sentidos, y ese es otro camino en el que uno comienza a formarse, a empoderarse.

“Hay que romper tabúes, transformar el lenguaje, dejar de manipular con la palabra pecado, hablar de la violencia de género que sufren las mujeres dentro de las iglesias, reconocer que las personas LGBTIQ+ somos parte de las comunidades de fe”.

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Gracias a Dios tenemos la Red Ecuménica Fe por Cuba, que anima el Centro Martin Luther King de La Habana y de la cual soy parte, el Movimiento Estudiantil Cristiano de Cuba con el que trabajo, el Seminario Evangélico de Teología de Matanzas, el Centro Lavastida en Santiago de Cuba, y otras instituciones ecuménicas que desde la educación popular y la lectura popular de la Biblia promueven espacios para la formación y el diálogo. Está el Centro Oscar Arnulfo Romero, también de inspiración cristiana, que lidera la campaña Evoluciona en contra del acoso y la violencia de género. Y sobre todo, están las prácticas cotidianas en nuestras comunidades de fe, las pequeñas grandes transformaciones que vamos logrando, las mujeres en situación de violencia que acompañamos…, experiencias que hacen que la fe cristiana sea vivida como un proceso de transformación y liberación para las mujeres y para otras personas marginadas.  

Y para terminar, quiero leerles un pequeño poema de Martí, que aparece en el libro José Martí. Perspectivas éticas de la fe cristiana y se titula: “Hay otro Dios”.

¿A quién le podemos preguntar? ¿A Dios? ¡Ay!

No responde, porque nos han enseñado a creer

en un Dios que no es el verdadero.

¿Qué Dios villano es ese que estrupa mujeres

e incendia pueblos?       

Ese Dios que regatea, que vende la salvación,

que todo lo hace a cambio de dinero, que manda

a los gentiles al infierno si no le pagan, y

si le pagan los manda el cielo, ese Dios es

una especie de prestamista, de usurero, de

tendero.

¡No, amigo mío, hay otro Dios!

 

Este artículo es la intervención del autor en el panel “Los nuevos feminismos y la Revolución cubana”, realizado el 8 de marzo de 2021

http://www.lajiribilla.cu/articulo/feminismo-una-experiencia-desde-la-fe-cristiana-y-la-comunidad-lgbtiq

Angela Natel: “Hoy estoy satisfecha con mi incomprensión de Dios, ya no intento definirlo”

Meu nome é Angela e tenho 41 anos. Sou teóloga, linguista, professora e pesquisadora, autista e assexual.

Durante muitos anos, boa parte de minha vida, vivi sob o estigma do estranhamento. Por gostar de estudar, desde pequena desviei a atenção das pessoas para meu desempenho escolar, tirando a atenção das questões que envolviam sexualidade e interação social.

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Hoje entendo que a maior parte de meu comportamento se resumia a repetir padrões considerados ‘normais’, tanto no que diz respeito à socialização quanto à sexualidade. Assim, entrei na brincadeira e aos 12 anos dei um beijo só de lábios pela primeira vez, conquistando a aceitação na escola. Ao mesmo tempo, no ambiente religioso fui sendo cada vez mais aclamada como exemplo, uma vez que não me envolvia de forma romântica ou sexual com ninguém. Isso não significa que eu não me considerasse apaixonada, ou romântica, e sempre busquei companheirismo e amizades profundas com as pessoas, independentemente de sua identidade sexual.

Dessa maneira, aos 16 anos eu já era líder de grupo de jovens e aproveitada para discursar sobre o compromisso dos jovens se guardarem sexualmente até o casamento. Assim, fui instrumento de regras fundamentalistas dentro da instituição religiosa, repetindo padrões de comportamento considerados aceitáveis dentro desses ambientes a fim de me encaixar socialmente pois, de fato, eu não sabia como fazê-lo.

No que diz respeito ao meu relacionamento com Deus, sempre foi muito marcado por crises existenciais, orações mecanicistas e novamente por repetições de padrão. O autismo – cujo diagnóstico só recebi recentemente – se mostrava no fato de eu ter extrema dificuldade em orar falando, e quando o fazia em público seguia fórmulas que eu já havia estudado e percebido que funcionavam. Eu orava por escrito, repetindo e atualizando textos bíblicos às minhas vivências. Quanto à sexualidade, era um assunto inexistente em meu relacionamento com Deus, e isso afetava a forma como eu enxergava Deus – um homem assexual. Assim, a sexualidade dificilmente aparecia em minha hermenêutica e quando surgia, para fins de estudo em comunidade, era repetição de falas de quem era considerado padrão sexual para o ambiente da Igreja.

Fiz seminário teológico, o curso de magistério (formação de professores) e cursei a faculdade de Letras Português-Inglês. Aos 24 anos fui para Moçambique como missionária. Ao todo, entre idas e vindas, morei 4 anos em Moçambique, onde me encontrei em situação de extrema vulnerabilidade. O foco de meu ensino, que hoje considero como colonizador e opressor, era contra ‘heresias’ (falsos ensinos) e sincretismo religioso. Nesse contexto, em meio à carência emocional, aos 28 anos de idade, conheci um nigeriano que morava no país. Confundindo amor romântico com sexualidade, casei-me, sem ter noção alguma do que envolvia um casamento. Todas as orientações que recebi a esse respeito foram por parte de pastores da Igreja, que em momento algum me esclareceram de fato como tudo devia funcionar.

Em minha lua-de-mel lembro de ter me assustado e dito vários ‘nãos’, mas não fui ouvida e em menos de 3 minutos eu estava deitada com muita dor ao lado de alguém dormindo como se nada tivesse acontecido. Chorei muito, mas na época eu entendia – por causa do ensino da igreja – que era minha obrigação satisfazer meu marido, e a cada relação, ainda que ele mais tarde começasse a demonstrar interesse em me satisfazer, eu me sentia culpada, como se estivesse apenas encenando um teatro para cumprir uma função social. Além de tudo isso, eu sentia que não podia ser verdade que o sexo, algo tão enfatizado na sociedade, se resumisse a algo que me causava dor, constrangimento, culpa, nojo e desprezo por mim mesma e pelo outro.

Durante o ano em que estive casada, sofri todo tipo de violência: física, psicológica, patrimonial, emocional. Ao comunicar isso ao meu pastor na época, ele questionou meu marido, que negou tudo, e o pastor me teve por mentirosa, situação que se manteve. Doente física e emocional, somente consegui voltar ao Brasil pela misericórdia de outro pastor que usou de seus próprios recursos para financiar minha passagem. Retornei sozinha ao Brasil, com três malárias, anemia profunda e em crises depressivas. Num período de um ano, tentei suicídio três vezes, a última vez em meu primeiro semestre de volta ao Brasil.

Me divorciei e, depois disso, foi um longo processo entre psicólogos, psiquiatras e outras inúmeras especialidades médicas. Fiz faculdade de Teologia, Mestrado e hoje sou doutoranda em Teologia. Decidi me desligar das instituições religiosas, tanto eclesiásticas quanto missionárias, exatamente porque nelas só encontrei abuso, manipulação e busca por poder. Nesse tempo é que conheci a comunidade LGBTQIA+ e que entendi que havia pessoas assexuais. Aos poucos fui me identificando como assexual e depois disso ainda recebi o diagnóstico tardio de autismo.

Tudo isso me ajudou a compreender as maneiras pelas quais entendia Deus, a pessoa do próprio Jesus como assexual, e minha necessidade de vivenciar a sexualidade a fim de ser aceita socialmente e, principalmente, ser aceita na comunhão da igreja. Assexualidade não é um assunto abordado, em nenhum local que frequentei até hoje, e autismo também não. Por isso, minha caminhada tem sido solitária e, na maior parte das vezes, incompreendida.

Optei por uma pesquisa desafiadora em meu doutorado, em torno da Deusa Asherah e seu culto, tanto na Bíblia quanto na arqueologia, sob uma perspectiva diferenciada metodologicamente. Nesse sentido, tenho me inclinado a constantemente desafiar os padrões nos quais me conformei a vida toda, e tenho dedicado meus dias a um ‘ministério de reparação’, a fim de desfazer os falsos ensinos que espalhei por anos por onde passei.

Hoje me satisfaço em minha incompreensão de Deus, não mais tentando definí-lo, da mesma forma que não tento mais me definir, nem permitindo que as estruturas de pensamento e convenções sociais delimitem minha fé. Sou grata por viver plena sozinha, sem necessidades sexuais, ainda que tenha amigos a quem amo muito.

 

Angela Natel – Curitiba/Brasil.

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EN ESPAÑOL

Mi nombre es Ángela y tengo 41 años. Soy teóloga, lingüista, docente e investigadora, autista y asexual.

Durante muchos años, gran parte de mi vida, viví bajo el estigma del distanciamiento. Como me gustaba estudiar, desde niña, desvié la atención de la gente hacia mi desempeño escolar, desviando la atención de temas relacionados con la sexualidad y la interacción social.

Hoy, entiendo que la mayor parte de mi comportamiento consistió en repetir patrones considerados “normales”, tanto en términos de socialización como de sexualidad. Entonces, comencé a jugar y a los 12 años besé solo en los labios por primera vez, ganando aceptación en la escuela. Al mismo tiempo, en el ámbito religioso fui cada vez más aclamado como ejemplo, ya que no me involucraba de forma romántica ni sexual con nadie. Esto no significa que no me considerara apasionada, ni romántica, y siempre he buscado el compañerismo y la amistad profunda con las personas, independientemente de su identidad sexual.

Así, a los 16 años ya era líder de un grupo de jóvenes y aproveché la oportunidad para hablar sobre el compromiso de los jóvenes de mantenerse sexualmente hasta el matrimonio. Entonces, fui un instrumento de reglas fundamentalistas dentro de la institución religiosa, repitiendo patrones de comportamiento considerados aceptables dentro de estos entornos para encajar socialmente porque, de hecho, no sabía cómo hacerlo.

Con respecto a mi relación con Dios, siempre ha estado marcada por crisis existenciales, oraciones mecanicistas y nuevamente por repeticiones de patrones. El autismo -cuyo diagnóstico recibí recientemente- se demostró por el hecho de que tenía una dificultad extrema para orar mientras hablaba, y cuando lo hacía en público seguía fórmulas que ya había estudiado y encontré que funcionaban. Oré por escrito, repitiendo y actualizando los textos bíblicos a mis experiencias. En cuanto a la sexualidad, no era un problema en mi relación con Dios y afectó la forma en que veía a Dios: un hombre asexual. Así, la sexualidad apenas apareció en mi hermenéutica y cuando apareció, a los efectos del estudio comunitario, fue una repetición de los discursos de quienes eran considerados estándares sexuales para el entorno de la Iglesia.

Hice un seminario teológico, el curso de docencia (formación de profesores) y asistí a la Facultad de Letras Portugués-Inglés. A los 24 años fui a Mozambique como misionera. En total, entre idas y venidas, viví 4 años en Mozambique, donde me encontré en una situación de extrema vulnerabilidad. El enfoque de mi enseñanza, que ahora considero colonizador y opresor, estaba en contra de las “herejías” (falsas enseñanzas) y el sincretismo religioso. En este contexto, en medio de la privación emocional, a los 28 años, conocí a un nigeriano que vivía en el país. Confundiendo el amor romántico con la sexualidad, me casé sin tener idea de lo que implicaba un matrimonio. Todas las instrucciones que recibí al respecto fueron de pastores de la Iglesia, quienes nunca me explicaron realmente cómo debía funcionar todo.

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En mi luna de miel recuerdo haber estado asustada y haber dicho varios ‘no’, pero no me escucharon y en menos de 3 minutos estaba acostado con un gran dolor al lado de alguien durmiendo como si nada hubiera pasado. Lloré mucho, pero en ese momento entendí – por la enseñanza de la iglesia – que era mi deber satisfacer a mi esposo, y con cada relación, aunque luego comenzó a mostrar interés en satisfacerme, me sentí culpable, como si estuviera simplemente montar un teatro para cumplir una función social. Además de todo esto, sentí que no podía ser cierto que el sexo, algo tan enfatizado en la sociedad, se redujera a algo que me causaba dolor, vergüenza, culpa, asco y desprecio por mí y por el otro.

Durante el año que estuve casado, sufrí todo tipo de violencia: física, psicológica, patrimonial, emocional. Al comunicar esto a mi pastor en ese momento, cuestionó a mi esposo, quien negó todo, y el pastor me consideró una mentirosa, situación que se mantuvo. Física y emocionalmente enferma, solo pude regresar a Brasil gracias a la misericordia de otro pastor que usó sus propios recursos para financiar mi pasaje. Regresé a Brasil sola, con malaria, anemia profunda y crisis depresivas. En un año, intenté suicidarme tres veces, la última vez en mi primer semestre en Brasil.

Me divorcié, y después de eso, fue un largo proceso entre psicólogos, psiquiatras e innumerables otras especialidades médicas. Asistí a la universidad de teología, a una maestría y hoy soy una estudiante de doctorado en teología. Decidí desconectarme de las instituciones religiosas, tanto eclesiásticas como misioneras, precisamente porque en ellas solo encontraba el abuso, la manipulación y la búsqueda del poder. Durante ese tiempo, conocí a la comunidad LGBTQIA + y entendí que había personas asexuales. Poco a poco me fui identificando como asexual y después de eso todavía recibí el diagnóstico tardío de autismo.

Todo esto me ayudó a comprender las formas en que entendía a Dios, la persona del mismo Jesús como asexual, y mi necesidad de experimentar la sexualidad para ser aceptada socialmente y, sobre todo, ser aceptada en la comunión de la Iglesia. La asexualidad no es un tema abordado, en ningún lugar al que haya asistido hasta el día de hoy, y tampoco lo es el autismo. Por lo tanto, mi caminar ha sido solitaria y, en su mayor parte, incomprendido.

Opté por una investigación desafiante en mi doctorado, en torno a la Diosa Asera y su culto, tanto en la Biblia como en la arqueología, desde una perspectiva metodológicamente diferente. En ese sentido, me he inclinado a desafiar constantemente los estándares a los que me he conformado toda mi vida, y he dedicado mis días a un ‘ministerio de reparación’, con el fin de deshacer las falsas enseñanzas que me he difundido a lo largo de los años.

Hoy estoy satisfecha con mi incomprensión de Dios, ya no intento definirlo, de la misma manera que ya no intento definirme a mí misma, ni permitir que estructuras de pensamiento y convenciones sociales delimiten mi fe. Estoy agradecida de vivir completamente sola, sin necesidades sexuales, aunque tengo amigos y amigas a los que quiero mucho.

 

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Agnese Boaretto: “Parte de los proyectos con los que me vinculo están relacionados con una cosmovisión espiritual y política de los evangelios”

“El pez si no abre la boca muere” es un proyecto cinematográfico que incluye dos piezas audiovisuales, un cortometraje de ficción y un microdocumental. Ambas piezas abordan la problemática del abuso sexual contra las infancias.

Una historia protagonizada por Mateo Gómez Rochero y Laura Azcurra, escrita y dirigida por Agnese Boaretto, producido por Frater Audiovisual y Federico Bolan, música de Lisandro Aristimuño. Este relato de ficción continua con un microdocumental dirigido por Juan Sabio, donde parte del equipo de realización y personalidades de autoridad como el ex juez federal Dr. Carlos Rozanski y la Licenciada en Psicología Susana Toporosi abordan el ASI en profundidad complementando la ficción.

Este material es de libre visión y utilización desde el sitio web, como así también las entrevistas completas en www.elpezsinoabrelabocamuere.com

@elpezsinoabrelabocamuere

info@elpezsinoabrelabocamuere.com

 CONOCEMOS A LA DIRECTORA

Agnese

Agnese

¿Quién es Agnese hoy? ¿Te definirías como una mujer creyente?

Soy una construcción en proceso, con un camino recorrido que me ayuda a valorar el presente teniendo en cuenta todo lo vivido hasta acá, re-elaborando la existencia a cada paso y teniendo como norte la premisa de que estoy aprendiendo en todas las áreas de la vida. Quizás ese es el motor que me tracciona, ser consciente de que no tengo todas las respuestas, pero si miles de preguntas con las que hoy puedo convivir sin que sea un problema portarlas. Me gusta estar en contacto con las personas, el arte y la naturaleza. Soy realizadora audiovisual y en este momento estoy estudiando psicología social.

Si bien pase por diferentes momentos respecto a mi fe, esta me sigue atravesando de lado a lado, gran parte de los proyectos con los que me vinculo están relacionados con una cosmovisión espiritual y política de los evangelios. Tengo una relación estrecha con mi fe, es lo que ha permanecido constante a través de los años, sin importar que relación vincular fui teniendo con las instituciones eclesiásticas, creo que he podido cuidarla a pesar del tiempo y los cambios de la vida. Me lleva a repensar la realidad, la vida y a reelaborar acciones concretas para los escenarios que elijo habitar.

Hoy por hoy comparto de forma colectiva con la comunidad con quienes tengo muchos puntos en común respecto a esta forma de vivir y transitar, con amigues. Esa comunidad es una red de personas distribuidas en diferentes lugares geográficos, con quienes tenemos algunos proyectos en común.

En tu corto-documental abordas la temática de abuso sexual, ¿qué te llevó a esa temática?

Desde que recuerdo que las injusticias me produjeron muchas preguntas y dolor, particularmente el abuso sexual contra las infancias siempre me provoco impotencia, una especial impotencia basada en conocer a muchas víctimas dentro de mis entornos personales y ver como todos los hechos quedaban impunes. Vi el dolor que genera este flagelo en la vida de les sobrevivientes y el silenciamiento social es el que me llevo a involucrarme cada vez más con la problemática, transformando la indignación en motor. En una primera instancia mientras estudiaba cine produje una campaña de bien público en torno a la problemática, luego de eso seguí pensando que era necesario y urgente utilizar un género de interpelación como lo es la ficción para hablar de este delito tan silenciado, entonces sí, fue eso, romper el silencio desde el arte. Buscar la incomodidad del espectador para poder producir un quiebre

¿Crees que es también un tema oculto en comunidades de fe? ¿En tu investigación pudiste dialogar con gente de fe?

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En la investigación que hicimos para producir las piezas que componen al proyecto no tuvimos contacto estrecho con comunidades de fe, pero si a lo largo de algunos años de investigación personal de la problemática y por haber pasado tiempo participando en instituciones eclesiásticas, se que esto también sucede en estos ámbitos Si bien el más alto índice de abusos se da en el contexto intrafamiliar de niñxs y adolescentes, también se ha dado en instituciones como en las iglesias o ámbitos educativos. Las denuncias más conocidas provienen de la iglesia católica, pero lo cierto es que este delito es cometido en diferentes espacios de confianza donde los niñxs deberían ser cuidados y no violentados, también sucede en iglesias evangélicas. Es importante destacar esto, ya que al tratarse de contextos y personas que lxs niñxs y adolescentes conocen, es para ellos muchísimo más difícil romper el silencio y poder apalabrarlo, denunciarlo.

¿Qué te parecería ideal hacer en iglesias donde se educa a niñez en cuanto a tratamiento del tema como para que se generen espacios y las víctimas puedan hablar?

Considero que es fundamental hablar sobre el abuso sexual contra las infancias y adolescencias en todos los ámbitos, en la casa, en la escuela, en las iglesias, en los clubs, en las organizaciones sociales, merenderos etc., Una herramienta fundamental es la ESI, es una de las acciones prácticas para poder no solamente informar y concientizar sobre esta problemática, sino que brinda el espacio para que aquelles que fueron o están siendo violentades puedan hablar. Por eso me parece muy importante que la ley se cumpla, existe desde el 2006 y es un derecho que tiene que llevarse adelante por lo menos en los ámbitos educativos.

En el marco de las iglesias o comunidades de fe lo que considero central es entender el abuso sexual contra las infancias y adolescencias como lo que es, un delito, el cual es urgente denunciar. En primer lugar para que ese niño, niña o adolescente deje de ser violentadx, esté resguardadx y se lleve adelante justicia sobre el caso, en segundo porque por más de que el delito se haya cometido hace años, el victimario puede estar repitiendo el abuso con una nueva víctima en el presente. Considero que muchas veces ha habido una mala praxis en este tipo de ámbitos confundiendo el perdón de Dios, con la complicidad y eso es repudiable. Debemos acompañar a las víctimas en su proceso personal de restauración, pero tenemos la obligación ética, moral, espiritual y judicial de denunciar. Si no lo hacemos, estamos siendo cómplices del abuso y estamos dejando expuesta la vida de ese menor, los adultos y adultas tenemos responsabilidades muy claras en cuanto a esto. Creo que debemos seguir concientizando a los miembros de las comunidades de fe para que denuncien y en forma paralela puedan habilitar la palabra con sus jóvenes y niñxs. En muchos casos las víctimas solo hablaran en aquellos lugares donde tengan contención y un espacio de confianza, con lo cual resulta muy importante y pertinente tener una escucha activa con elles.

Me gustaría dejar muy en claro que los niñxs no mienten y que es VITAL creerles, no podemos poner en duda su palabra, debemos activar todos los mecanismos de cuidado y acompañamiento necesarios. Por otro lado, la concientización sobre esta problemática resulta muy apropiada, dar talleres es una herramienta sumamente pertinente. En estos espacios construir diálogo, habilitar la palabra para que se pueda indagar es elemental, sabemos que los victimarios hacen todo para que la víctima no pueda hablar, es esa la estructura que debemos romper, la del silencio. Desde nuestros discursos y acciones comunitarias e individuales tenemos que estar atentxs de que comunicamos y que subjetividades construimos. No poner en tela de juicio a la víctima ni culpabilizarla, bajo ningún punto de vista. La concientización de este flagelo debe llevarnos a repensar los modelos patriarcales que se reproducen muchas veces en los ámbitos vinculados a la religión, es necesario desmantelarlos y pensar en mecanismos de cuidado, libertad real y justicia real, no solamente formal.

El resonar de mis ancestras-ancestres pentecostales en la dispersión

Jael de la Luz

Jael de la Luz

Jael de la Luz nos propone revisar la historia de la Iglesia de Dios en la República Mexicana (IDRM) que cumple cien años; dentro de la historia institucional se va entretejiendo su propia historia, como mujer, como creyente, como feminista. Lo haremos en cuatro entregas semanales.

Autobiografía dentro de la celebración

Este noviembre de 2020, la Iglesia de Dios en la República Mexicana (IDRM) cumple cien años de presencia en México. La IDRM es una de las iglesias más importantes del movimiento pentecostal mexicano y con muchas características transfronterizas en sus primeros años de historia. Sin proponérmelo, en tono celebrativo hace 10 años la publicación de mi libro El movimiento pentecostal en México. La Iglesia de Dios 1926-1948, permitió que al interior de esta iglesia y en la academia se reflexionara sobre el aporte de las expresiones pentecostales que, hasta ese momento, al menos en México, no habían salido de las historias locales o denominacionales (tenemos la historiografía de Jean Pierre Bastian y trabajos posteriores, pero centrados más en los protestantismos históricos).

            Haciendo una recapitulación de aquel momento donde yo estaba envuelta en la investigación histórica y abriendo una línea de trabajo poco explorada desde la historia, en ese entonces, algunas inquietudes se quedaron en el tintero. Inquietudes vinculadas al plano personal y a mi propia experiencia de haber sido parte de una iglesia pentecostal por casi 30 años ininterrumpidos. Inquietudes que no pude explorar desde la academia porque en el ambiente intelectual en el que fui entrenada cómo investigadora de lo social, debía tener un acercamiento objetivo a mi objeto de estudio… y así, una parte de mis preguntas fueron escondidas, mientras que mi apuesta de ser creyente poco a poco se diluyo cuando desde mi condición de mujer cuestioné no sólo la historia que estaba escribiendo y reconstruyendo, sino los silencios con los que me topé en muchos casos al preguntar sobre prácticas y comportamientos que en ese momento no sabía cómo nombrarlos.

            Crecí en una comunidad pentecostal pobre, en los márgenes de la modernidad de México. Originaria del municipio de Nicolás Romero, un lugar que en el pasado fue bastión de liberales que apoyaron a Benito Juárez en su huida al norte de México, el territorio nicolaíta fue escenario de grandes bosques, parajes y ojos de agua que vieron sus suelos transformados por las fabricas textileras, carboneras y papeleras durante el Porfiriato, lo mismo que por grandes haciendas. Cuando mi madre llegó del estado de Veracruz a principios de 1970 a este municipio y comenzó junto a mi padre una vida en pareja nada fácil, uno de los espacios de “contención” fue una iglesia pentecostal que la ha abrigado por casi ya cuatro décadas. Ella cuenta que al embarazarse de mi, decidió entregar su vida a Cristo, después de una exhaustiva labor de evangelización que una familia de hermanos hizo durante casi cuatro años

            Mi madre tuvo tres hijos, y los tres fuimos educados en la fe pentecostal. En mi mente de niña, no cabía la idea de por qué mi madre no nos dejaba escuchar música del “mundo” como lo hacían los vecinos; o por qué no teníamos tele en casa; más aún por qué no decíamos groserías o simplemente, no se nos permitía salir a vagabundear en lugar de hacer deberes domésticos, escolares, y todavía ir a la Iglesia a pasar los fines de semana. Para mí fue más cercana la disciplina porque mi madre pertenecía al grupo de evangelismo que dos veces por semana, iba de casa en casa predicando; yo era la única niña en un grupo de adultos apasionados por Di*s. Lo que para mi madre fue novedad de vida, para mí (no sé muy bien si para mis hermanos, también) significó prohibición, miedo, nostalgia y un gran sentido de trascendencia.

            Prohibición porque todo lo que me gustaba de niña en relación a la corporeidad (baile, ejercicios físicos) y el descubrimiento del mundo (fiestas y convivencias “paganas”), me eran ajenas y terrenos en los cuales no debía involucrarme a no ser que deseará perder mi salvación. Miedo porque siempre tenía que actuar muy conscientemente de lo que me inculcaron; no debía hacer, escuchar, caminar, tocar, probar y sentir nada fuera de lo que Di*s, la Biblia y la tradición religiosa dictaban. Di*s estaba en el cielo como un gran juez castigador al que nada se le escapaba. Nostalgia por lo no vivido, por lo escuchado de adultos en la fe que contaban cómo Di*s se había manifestado y sanado a cojos, ciegos y personas con enfermedades terminales; parte de esa nostalgia me llegaba al leer la vida de hombres y mujeres que creyeron a Di*s y emprendieron viajes sin saber cuál sería el destino final. La escasez económica, afectiva y material abrigaron en mí el deseo de soñar y andar por fe pese a todo lo que me negaba la vida.

            En cierto sentido, ese deseo de trascendencia y fe en mi misma fue herencia de mi madre y mi abuela, quienes, ante las adversidades, no abandonaron la esperanza de ver en su descendencia “la obra de Di*s”. Ese gran deseo de trascender me llevó a no renunciar a estudiar Historia cuando se me aconsejaba en la iglesia que dejara la carrera porque perdería mi fe y me volvería atea al leer a Karl Marx, o cuando presenté el proyecto de tesis y mis profesores dijeron que hacer historia “eclesiástica” no era lo más conveniente.

            Escribir El movimiento pentecostal en México fue un ejercicio de deconstruirme y construirme a mí misma. En el tiempo que comencé a escribir, la historiografía de los protestantismos mexicanos no tenía más de 30 años y los trabajos de Jean-Pierre Bastian y Rubén Ruiz Guerra eran los más leídos entre quienes se interesaban por el fenómeno desde una perspectiva histórica. Después conocí los textos de Leopoldo Cervantes-Ortiz, Carlos Martínez, Carlos Mondragón, Carlos Monsiváis, Felipe Vázquez, Rodolfo Casillas, Carlos Garma, Elio Masferrer, Roberto Blancarte, Renée de la Torre y Patricia Fortuny Loret de Mola. Ya había una considerable producción sobre el pentecostalismo mexicano y algunas interesantes propuestas, pero todavía nada histórico, salvó el libro de Manuel Gaxiola, La serpiente y la paloma. Historia, teología y análisis de la Iglesia Apostólica de la fe en Cristo Jesús (1914-1994). Pase horas leyendo y dialogando con estos autores que respondían a preguntas académicas, pero no existenciales.

            Yo quería, en cierto sentido, que mi gente, los pentecostales, supiera que el proyecto por iniciar no sería sólo para licenciarme, sino que era la expresión de una búsqueda personal llena de encuentros y desencuentros con la fe que aprendí de niña, no exenta de reclamos, pero también de amor y esperanzas futuras. Deseaba que supieran lo valioso de su bagaje histórico: la presencia de una colectividad que, movida por su fe, logró transformar el escenario de la diversidad religiosa mexicana. ¿Cómo una mujer intentaría escribir, y sobre todo “interpretar” hechos y acciones que habían sido escritos por la mano de Dios? ¿Cómo podría escribir una Historia científica, objetiva y con todo el rigo
r que mi profesión me exigía? Me aferré a este proyecto porque creí y sigo creyendo que no hay un sólo relato y un solo guión de la Historia como se nos dijo después de la caída del socialismo real. Creo en la diversidad de relatos y de actores que conforman la Historia, por lo tanto lo que hacía, para mí valía la pena ser escrito, contado y recuperado. No quería hacer historia eclesiástica, ni una historia de bronce, positivista y halagadora con quienes se cuentan por santos y mártires del pentecostalismo mexicano. Por ser mujer, humanista y joven en ese entonces, tanto pastores como académicos dudaron que fuera posible. Por ello en parte, el proceso de escritura fue muy doloroso, pero nada solitario.

            Doloroso porque de todas las fuentes escritas encontradas en archivos públicos y privados, sólo un documento escrito por una mujer me encontré. Todas las cartas, memorias, actas y documentación recabada fueron escrita por hombres y desde su experiencia. Eran narraciones que masculinizaron la experiencia y la trayectoria pentecostales. Las mujeres aparecían en los relatos de forma accidental o para explicar las causas de crecimiento, división y cierre de ciclos, pero pocas veces se les dio un lugar protagonista. Las fuentes y archivos con los que me topé entonces, en su mayoría eran “huellas” de la presencia y obras de hombres; sólo en fotografías había mujeres y lo que había de ellas era lo escrito por hombres y sus percepciones sobre ellas, e incluso las reglas impuestas por ellos a los cuerpos y andares de las primeras generaciones de mujeres conversas.

            Por haber crecido en un espacio religioso en donde no podía pensar la Iglesia sin la presencia y reconocimiento de las mujeres era muy obvio para mí pensar lo que las mujeres hacen, pero no para quienes escriben Historias. Y a base de ir rastreando nombres en diversas fuentes, puede conocer de la vida y trayectoria de Anna Sanders, Romana Carvajal de Valenzuela, Raquel Águila de Ruesga y María Atkinson, fundadoras de los movimientos pentecostales en México. En lo que iba escribiendo, las incorporé en los procesos y acciones colectivas.

            En ese tiempo no destaqué del todo su liderazgo y cualidades que hicieron del movimiento pentecostal mexicano una oferta religiosa en constante crecimiento porque sentía que aún me faltaba “algo”. Fue en foros internacionales y de forma más acabada en Ecuador, donde la Red Latinoamericana de Estudios Pentecostales (Relep), me permitió compartir un trabajo de recuperación histórica de todas estas mujeres, a las cuales también me debo. Las mujeres en el pentecostalismo mexicano. Apuntes para la historia (Las pioneras, 1910-1948) se encuentra hoy en la red para ser consultado. Y si algo se quedó en el tintero de aquellos primeros acercamientos, fue decir que sí hay algo que atraviesa las Historias de las iglesias protestantes, evangélicas y pentecostales, al menos en el caso mexicano, es la violencia simbólica, erótica, libidinal, educativa y de ejercicio de poder que las mujeres han experimentado y de la cual todavía se guarda mucho silencio.

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            Pasados ya diez años de El movimiento pentecostal en México, he ido encontrando respuestas tanto fuera como dentro de las iglesias, ya no como miembro, pero sí como depositaría de una tradición sobre la cual todavía hay mucho que decir, que analizar; muchos mitos que derribar y espacios que construir. Hoy me queda claro que El movimiento pentecostal en México fue en primera instancia una necesidad personal de pensarme y de pensar a mi madre, a mi abuela y a muchas mujeres que no pudieron acceder a grados académicos, a trabajos bien pagados, al disfrute y cuidado de la maternidad, o a una vida en pareja movida por el amor y el respeto, y que en el pentecostalismo pudieron encontrar un nuevo sentido a su vida, el cual trasmitieron generacionalmente. Ellas creyeron que la generación a la cual sus hijas e hijos pertenecerían podría cambiar la historia de su linaje, de su familia, de su comunidad, y por lo tanto trascender en la memoria colectiva.

            Sabiendo que la tradición pentecostal está fuertemente marcada por una visión dualista de la realidad que tiende a enfatizar lo que considera bueno y/o malo, también creo en la libertad de elección entre las y los creyentes. Al menos es un gusto saber que hoy día muchas mujeres disfrutan de su corporeidad; se arriesgan a amar, incluso fuera de las rígidas normas morales; cuestionan y anhelan que sus iglesias sean transformadas no tanto por el Espíritu Santo, sino por la presencia y conducción de pastoras. Me sorprende encontrar esas formas tan fuertes de solidaridad y cooperación sin condiciones donde la amistad se puede tejer, lo mismo que la complicidad. Por esas y otras razones, la mirada debe afinarse para ver esas formas orgánicas donde las mujeres tienen agencia.

La búsqueda

Transitar de la casa materna a la iglesia, de la iglesia a la academia, de la academia a los movimientos sociales y de los movimientos sociales a migrar, me llevó a tomar más conciencia de no ser sólo testiga del momento histórico que me tocaba vivir, sino de reflexionar sobre la diferencia, la otredad, y en cierto sentido sobre la disidencia.

 

            En ese proceso en el cual aún me encuentro, quiero encontrarme con otras mujeres contemporáneas o personas que cuestionaron el binarismo de género, pero no se autoidentificaron como gays, lesbianas, bisexuales, transgénero o intersexuales, por el temor a perder su salvación y a la codenacion moral de toda la comunidad. Quisiera encontrar voces que cuestionaron los efectos de la heteronormalidad viviendo matrimonios forzados, violencia sexual o doméstica eb sobre del amor o de Di*s. Quisiera encontrar voces disidentes que hablen de cómo sobrevivieron a la cultura del silencio, a la exclusión, al sexismo dentro de las iglesias, o a la apropiación de su trabajo.

            También quiero escuchar a mujeres que tienen memoria de sus resistencias, que gocen de ver los logros de sus luchas y que me relaten como transformaron su institucionalidad religiosa en una fe liberadora. Quiero encontrarme con mis ancestras, ancestros, ancestres donde el vínculo que nos une no es eso vínculo de la sangre biológica, o el vínculo de la nacionalidad o la denominación, sino sabernos parte de una historia común.

            La historia con H mayúscula tiene momentos luminosos, únicos, y es oportuno captar, documentar o recordar qué eso pasó, o que hubo alguien o algunas personas que cambiaron su destino y a través de lo que hicieron, se tomaron muy en serio hacer el cambio. No importando si serían o no recordados a la posteridad. Pero es mejor traerlos a la memoria porque la historia no se repite. Ojalá ese hubiera sido su mandato. Pero como toda ancestral y ancestro, el legado que nos dejan es tomado por generaciones venideras para sanar y suturar lo que está herido o dañado. A veces pienso que el oficio de ser historiadora ayuda.

            Así que a manera de celebración sobre los cien años de historia de la IDRM, estaré compartiendo algunas reflexiones que visibilicen elementos marginales en la vida de esas mujeres que fueron pobres, migrantes, chicanas, extranjeras, mexicanas perseguidas por sus creencias; mujeres y hombres que sin saberlo a bien enfrentaron el racismo estructural de manera creativa con ello se adelantaron a la tan anhelada justicia social y racial. En esta perspectiva, mi próximo texto será sobre William Seymour y el avivamiento en Los Ángeles, California de Azuza Street.  
JAEL DE LA LUZ

Historiadora, escritora y editora mexicana radicada en Londres, Reino Unido. Autora de El movimiento pentecostal en México. La Iglesia de Dios, 1926-1948, con estudios en teología feminista por Teólogas e Investigadoras Feministas en México, ha publicado textos académicos y de opinión en revistas académicas de México, Brasil, Chile, Estados Unidos, España y Reino Unido. Es fundadora de la colectiva Feminopraxis, revista electrónica donde tiene su columna Militancias.

 

Verónica: “La desaparición es peor que la muerte porque no sabemos si viven o no”

El único hijo de Verónica tenía 16 años de edad cuando fue secuestrado. Con muchos esfuerzos y apoyo de conocidos, logró juntar parte del dinero que pedían los captores y pagó el rescate, pero jamás fue liberado. Hace 5 años que lo busca.

Verónica en un evento público, en búsqueda de su hijo

Verónica en un evento público, en búsqueda de su hijo

¿Quién es hoy Verónica? 

Ya no soy la misma que hace casi 5 años que secuestraron a mi hijo.

Después de varios días me di cuenta que ya no soy la misma mamá a la que le quitaron a su hijo. Yo ya no soy esa madre sola. Soy otra que aprendió a moverse, a vincularse con las autoridades, aprendí de leyes, como defenderme y a la vez a ayudar a otras mujeres.

Se me quitó el miedo y la tristeza ya que ahora sé cómo debo luchar por la justicia y la verdad.

Verónica es una mamá, una mujer que lucha todos los días. No es fácil vivir con esto. Estas personas cuando se llevaron a Diego quisieron acabar conmigo y pensé que lo lograrían, pero es cuando reconozco a Dios y lo he buscado todos los días. Nunca dejo. Y Dios me ha escuchado; vivo con mucho dolor, pero tengo también momentos de paz que le debo al amor, a Dios. El amor de madre trasciende todo y ese es mi motor. Mi hijo, aunque no está físicamente, es lo que me moviliza, aunque pase el tiempo ese amor es muy fuerte.

¿Cómo está el caso judicial?

Hubo tres personas detenidas, dos se siguen defendiendo porque las leyes acá tienen muchos vacíos…no han tenido sentencia hasta hoy. Es una lucha desgastante, entre buscar a Diego y tratar que ellos no salgan.

Uno de los detenidos era menor de edad; fue quien señaló a Diego ya que era mi vecino. Él tuvo sentencia muy corta. Me hablaron del juzgado que pronto saldrá sin ningún cargo que lo señale como delincuente y esto me angustió mucho. Ha sido muy complicado para mí. Entre en un proceso de mucha tristeza porque no nos han querido decir qué hicieron con mi hijo. Por eso es una lucha constante con la tristeza. Entonces hago mucha oración y tengo una vela encendida cada día.

 Acá un abogado es muy caro. Ya casi cuatro años llevamos de proceso y es muy complicado para las familias llevar un juicio por el tiempo, el dinero y el costo emocional.

Cuéntame qué pasó con tu hijo.

Dieguito fue hijo único, muy activo, deportista, muy buen alumno. Fue un hijo esperado con mucho amor.

Él me ayudaba en mi pequeño negocio de alimentos para mascotas. Creo que eso fue un error porque los secuestradores creyeron que era un buen candidato para secuestro. Para ellos yo tengo dinero, aunque soy solo una trabajadora y madre sola.

Me engañaron.

Mucha gente me ayudó a juntar el dinero, gente del trabajo, amigas, familiares. Pero ellas no lo regresaron y ese día yo sentí que me iba a morir, que no iba a poder.

Cuando los secuestradores te hablan, dicen cosas tan feas y fuertes, (yo vivía sola con mi hijo) nos hincábamos a orar juntas con mi familia. ¡Pensé que me iba a morir! Somos cinco hermanas y un hermano y nos hemos aferrado a Dios porque nos mostró que es más poderoso que cualquier mal o personas desalmadas.

¿Hay otras madres y familias que luchan por lo mismo?

Somos muchas familias. Yo empecé sola porque no conocía este contexto de violencia que vivimos. A veces les pido disculpas porque antes que me pasara yo no había volteado a ver esta realidad.

Las autoridades te mienten, te dicen cosas que alargan los tiempos. Yo estaba en schok, no pensaba como ahora. Nos asesoraron mal, y nosotras no sabíamos de la maldad humana en esa dimensión.

Conozco luego a personas que buscan a sus desaparecidos y nos empezamos a unirnos, conocimos a varios colectivos de familias.

Formamos un colectivo, Uniendo Esperanzas, ya somos 13 familias que buscan a sus desparecidos. Aprendimos mucho. Hemos tomado cursos y talleres y aprendimos de nuestras experiencias. No queremos que eso les pase a otras familias.

Comparto lo que tengo: mi fe, mi esperanza, que nadie más que Dios les dará fuerzas para seguir.

Yo no podía comer, me sentía culpable, pensando que mi hijo tal vez no comía.

Ahora tengo un compañero que siempre estuvo conmigo, nunca me dejó. Estuve deprimida y no quiero volver a ese estado.

Diego Rosas Valenzuela

Diego Rosas Valenzuela

¿Tienen el apoyo o acompañamiento pastoral o eclesial?  

Conozco al padre Arturo (se refiere al Rev. Arturo Carrasco Gomez de la iglesia Anglicana de México) hace 11 años cuando falleció mi madre y mi familia vivía cerca de la parroquia del padre Arturo y él ofició la ceremonia. Nos atrapó con la manera que predica y en otros momentos lo buscamos, pero estamos lejos de su parroquia.

Un día fuimos a un foro de las madres centroamericanas que buscan a sus hijos y el padre Arturo estaba acompañando; nos emocionó verlo en ese entorno y nos enteramos que él acompaña esas luchas. Le platicamos lo que habíamos pasado y desde ese entonces nos acompaña; ha caminado conmigo, ha ido a búsquedas (hice una primera búsqueda en campo, esto ya es cuando buscas a tu hijo muerto); fue una experiencia muy dura. Yo antes creía que no podría hacerlo y Dios me dio fuerza y lo pude hacer.

Yo creo que en este momento soy más anglicana que católica, pero creo también que eso no es lo más importante, sino mi fe y la búsqueda diaria de Su Presencia

Desde enero hay enlaces nacionales que acompañan a familias que buscan personas. Estoy en el eje de iglesia y se creó, con el COVID, una comunidad de escucha virtual y me siento muy acompañada.

Dios me da fuerzas cuando conozco a personas espirituales que creen en el amor y la fe; eso me alienta.

Ahora hay muchas personas que me acompañan desde la fe. Aunque debo decir que pocas comunidades de fe católicas, cercanas a la casa en el tiempo que secuestraron a Diego, quisieron involucrarse. Como que les dio miedo el tema. Recuerdo que un domingo los secuestradores me iban a hablar así que como era día de misa, quería ir, (en ese entonces creía que Dios me escuchaba más yendo, ahora sé que no es así) para hablar con el cura antes de la misa para hacerle una petición paga para tener una intención. Pero el sacerdote no me quiso escuchar. Yo lloré mucho porque quería pedir por mi hijo.

No querían decir la palabra “secuestro”, tenían miedo y me desilusioné de esas comunidades.

Lo triste es que no hacen nada para concientizar a la sociedad de lo que pasa en este país con el tema.

¿Cuál es hoy tu primer pensamiento cuando despierta el día?

Me levanto muy decaída, me cuesta trabajo levantarme. El tiempo no es nuestro aliado en esto y te va desgastando. Muchas veces me siento muy cansada. Vivo un día más y Diego no está, no logro saber qué le pasó. Estos son los primeros pensamientos, pero enseguida busco a Dios, platico a Diego que necesito estar fuerte, tener momentos de alegría, reír…a veces hasta siento culpa cuando tengo momentos bonitos…Pienso que yo estoy disfrutando y él…

He estado en terapia este tiempo, como un modo de autocuidado; me alimento bien y es mi decisión estar así.

Me levanto, me veo al espejo, me veo triste y luego escucho el Evangelio en un grupo. Yo soy católica desde pequeña.

La desaparición es peor que la muerte porque no sabemos si viven o no y eso es lo que no te deja vivir. Es parte de todos los días el pedirle a Dios que me de fuerzas, que no me deje. Necesito saber qué pasó con él.

Hay más de 67 mil personas desaparecidas en México y enfrentamos la indiferencia de la sociedad. Esa es una pandemia más.

Verónica: Madre adoptante, luchadora por los derechos de la niñez con discapacidad

Roni, Federico y Kin y Zi Xin

Roni, Federico y Kin y Zi Xin

Conocí a Verónica, “Roni”, en 2017 mientras estaba con su familia de misionera en la iglesia metodista en Uruguay. Su llegada quedó opacada por la presencia amorosa y brillante de su pequeño hijo.

¿Cómo una pareja argentino-estadounidense llega a tener un hijo hongkonés? Con los años la familia creció con la llegada de una hijita china…Ambos hijes con discapacidad.

Mamá de adopción, mamá de amor incondicional. En un mundo donde crecen los vientres de alquiler, donde se eligen hijos/as con determinadas características, ¿cómo se llega a la decisión de adoptar y de cuidar a niños y niñas con discapacidad?

LA CONOCEMOS

 Si tuvieras que definirte, ¿quién es Verónica hoy?

Soy Verónica Apacena, mujer, madre, activista, esposa, estudiante. Vivo en Newnan, Estados Unidos.

Si tuviera que definirme…Dios me hizo compasiva entonces la justicia social me atrae mucho y es mi deseo moverme en diferentes maneras a favor de las personas marginadas, de grupos vulnerables, como personas con discapacidad, personas negras, las mujeres, la niñez y el medio ambiente.

Siento que mi vida, su propósito gira alrededor de esas motivaciones; en este momento estudio una maestría en discapacidad y es un estudio desde el feminismo y lo racial y cómo interactúan las leyes en la sociedad- Me encanta este programa que es de una Universidad de Nueva York , donde casi la mitad de mis compañeros son con discapacidad al igual que la mayoría de los profesores. Es una mirada equitativa que eleva las voces.

La gente me conoce como una persona que se interesa mucho en temas de discapacidad…migraciones y sí disfruto muchísimo estar fuera, hacer caminatas, acampar, etc.

Soy introvertida por lo que disfruto los espacios con pocas personas, más íntimos. Soy más casera, aunque amo bailar

Muchos no me definirían como cristiana porque mis ideas teológicas son muy liberales, más que nada del último año que estuvimos de misioneros en Uruguay. Pasé por muchas ideas de la fe cristiana, de pequeña católica y luego en diversas iglesias, desde pentecostal hasta la metodista donde estamos ahora.

-¿Cómo surge tu vocación misionera y pastoral?

Mi vocación misionera está desde que estuve fuera de EEUU, en una conferencia en Argentina, tenía 16 años y me enamoré de todo, tuve una experiencia espiritual muy fuerte y cuando terminé la secundaria estuve de nuevo en Argentina y viví un años y medio allí. Después de esa experiencia sentí ese don de compasión que Diosl me dio, por lo que se me hace muy fácil entender y apreciar lo intercultural.  Creo que nace ahí. Después estuve un tiempo en Marruecos y luego en México y no me sentí misionera en el sentido tradicional pero sí que esa conexión, ese intercambio lo vivía y participaba muy bien.

– Sé que estuviste en Uruguay y realizaste trabajo con personas con discapacidad. ¿Qué te lleva a esa área de atención?

Mi primera experiencia fue en Argentina donde colaborábamos con un hogar de niños conectado al seminario donde estudiaba, lo que me permitió acercarme a una niña ciega; ahí pude reconocer la discapacidad y luego en la universidad me hice muy amiga de un chico sordo que me enseñó la lengua de señas y nuevamente pude ver la discapacidad y cómo esa persona interactúa con el mundo y viceversa. Lo mismo en Marruecos, tuve mucho acercamiento a niños con discapacidad en un orfanato, niñez con diversas discapacidades. El abandono, la institucionalización de esos chicos empeora las condiciones de discapacidad y allí en Marruecos sentí que si formaba una familia iba a ser por medio de la adopción.

– ¿Cómo fue tu relación con la maternidad? ¿Querías ser madre siempre?

Ya había conocido a Fede, pero habíamos perdido contacto por unos 6 años. Cuando murió su padre estuvimos mucho en contacto y- como lo cuento en mi diario íntimo-yo oraba para que la pareja que Dios me diera tuviera el mismo deseo de adoptar.

En algún momento sí buscar hijos biológicos, pero primero ese deseo que tenía en el corazón.

Fede sentía algo parecido y así que nos casamos y empezamos luego de 3 años la etapa de adopción.

Entonces vimos el proceso de Padres Sustitutos de EEUU, pero debíamos estar de acuerdo de recibir un niño o una niña y luego tal vez, soltarlo. Tuvimos en proceso de varios meses y vimos que no era la idea que queríamos. Nos abrimos a la adopción internacional; no teníamos idea de que vinieran de cierto lugar, pensábamos de Argentina o de México (mis abuelos son mexicanos), pero adoptar allí conlleva procesos de vivir en el país varios años.

-La pregunta obvia siguiente es ¿por qué la adopción a niños con discapacidad y por qué de lugares tan lejanos? 

Por agencias de adopción vimos que debíamos buscar los programas más económicos y eran de Uganda o de Hong Kong. Empezamos el proceso en Uganda, dejamos porque nos enteramos de terribles situaciones de tráfico humano. Y dijimos no: “queremos adoptar a un niño/a que esté esperando una familia, realmente, que no tenga familia”. Y en Hong Kong el proceso es justamente adoptar niños con discapacidad. Y surge la pregunta: ¿estamos listos para adoptar a un niño/a con discapacidad? ¿Estamos dispuestos?

Y para mí era sí, para Fede fue un proceso más largo, pero se decidió. Él llegó a decir que sí porque nos había mudado a Carolina del Norte y estábamos muy conectados con un ministerio que se llama “Realidad” y es completamente para crear oportunidades para que personas con discapacidades intelectuales hagan amistad con personas sin discapacidad. Eso nos dio una mirada extraordinaria y fuimos por ese camino.

Estábamos casi seguros que iba a ser un niño con síndrome de Down pero no se dio por diversas razones.

¡Luego nos pasan el perfil de Kin y dijimos que sí!  y 8 meses después conocemos en Hong Kong a nuestro primer hijo, de 4 años y medio con espina bífida, eso fue en 2014.

Luego nos mudamos a Uruguay a trabajar allí con la iglesia Metodista. En ese momento pensamos en adoptar en Uruguay y es un proceso larguísimo. También empezamos a buscar un hijo biológico, pero no se dio.

Ahí empezamos con el proceso de adoptar de nuevo porque incorporamos a una persona de una cultura totalmente diferente a la nuestra, incorporamos su cultura, su idioma a nuestra vida y queremos respetar eso. Él se ve que es Hong Kong y está orgulloso de eso. El programa de Hong Kong no tenía disponibilidad y fuimos a ver el programa de China.  Aprendimos que los “niños en espera”, la gran mayoría, está con los brazos abiertos esperando una familia y muchísimos son con discapacidad.

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Y entonces conocimos a nuestra segunda hija, a Zi Xin que ahora tiene 6 años. Ella tiene capacidad intelectual por hicrocefalia además de espina bífida.

¿Qué aprendizajes te viene dejando este camino que elegiste como mujer y madre?

En lo personal ha sido mucho aprendizaje, mucha paciencia. En el caso de nuestro primer hijo, no por su discapacidad sino por su forma de ser, por su carácter, me prueba la paciencia; yo me veía mansa pero no lo soy tanto…

Es un aprendizaje constante.

Como madre por adopción de chicos con discapacidades, veo lo necesario que es luchar por sus derechos humanos, especialmente por Zi Xin ya que personas con discapacidad intelectual son muy dejadas de lado, son personas que están abandonadas, aisladas del resto de la sociedad.

¿Cómo es la situación general de las personas con discapacidad en las iglesias?

Pienso que vamos mejorando bastante en cuanto a incluirles, sobre todo a quienes tienen discapacidades físicas, pero cuando son intelectuales, cogniticas o de desarrollo, no tienen casi lugar en la iglesia. Las iglesias forman ministerios aparte para ellos y ellas, como muy “los otros”, no hay inclusión. Muy poco se ve que haya inclusión, que sean parte y mucho menos que tengan lugares de compartir y bendecir a las iglesias con sus dones y con sus vidas. Mucho menos lugares de liderazgo. La iglesia está muy atrás en ese sentido.

 

 

Nunca supe lo que es la felicidad

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Conocí a Elba en la ciudad de Buenos Aires, hace muchos años. Ella era miembro activa de una comunidad de fe evangélica en la ciudad; en los últimos años la habían designado diaconisa.

Cuando la conocí ya era una mujer adulta, cercana a los 60 años. Su vida había estado atravesada por el abandono de su madre y la muerte de su padre, siendo recogida por la familia evangélica que la puso a su cargo, para limpieza y cuidado del hogar.

Por supuesto creció en la iglesia y a joven edad se casó, tal cual se esperaba, con un joven comerciante también de la comunidad. “Nunca trabajé”, me decía ella. Costó largas charlas que comprendiera que su vida había sido puro trabajo de cuidado y doméstico, trabajo no reconocido pero arduo e injusto.

Siempre como pidiendo permiso, siempre diciendo “gracias”, así la recuerdo. Y esas actitudes que pueden ser valoradas por tantas, eran las que la llevaban una y otra vez a pensar que se merecía lo que le pasaba de malo y que lo bueno, lo poco bueno que recibía, debía agradecerse con más sumisión.

La tarde que me contó que sufría violencia hacía casi 40 años, llovía en Buenos Aires. Lo recuerdo porque caminé hasta el subte con el sabor salado de las lágrimas mezcladas con la frías gotas del aguacero invernal.

Su esposo la agredía emocional y psicológicamente desde siempre. Algunas veces le había levantado la mano, y la violencia económica era cosa de todos los días. Elba no supo que todo eso era violencia hasta que leyó en una publicación que se debatía la ley de protección para toda forma de violencia hacia las mujeres.

Imaginaba, me dijo, “que eso no estaba bien porque no me hacía bien, porque iba a la iglesia a servir tragando las lágrimas y la tristeza, porque tantas veces tuve que disimular la angustia de estar parada al lado de quien me agredía, adorando a Dios”.

Hace unos 10 años le dije al pastor lo que pasaba, cuando a mi marido lo eligieron anciano, me contó. “Y el pastor me miró, me tomó la mano y me pidió orar por la situación. Me dijo que revisara qué estaba pasando, si tenía algo que modificar yo y que Dios unió un lazo de amor que se debe cultivar y cuidar. Y eso fue todo”.

Nunca más una palabra. Nunca preguntar cómo estás… Silencio.

Y para Elba el silencio fue indicio que la que tenía un problema era ella. Que Dios permitía eso porque algo habría hecho mal. Que no se merecía otra cosa.

“Nunca supe lo que es la felicidad”, subrayó aquella tarde cuando me hizo prometer que seguiría trabajando para que otras mujeres no sufrieran lo mismo.

“Ya es tarde para mi”, me dijo cuando sugerí la denuncia y el acompañamiento. Su abrazo me despidió hasta la próxima, donde quedamos en volver a analizar la opción de denuncia, aunque su mayor temor era dónde podía ir, de qué viviría, qué diría su comunidad.

Quince días después sonó el teléfono en casa. El corazón de Elba había decidido que ya era hora de partir. Sorpresivamente, sin aviso, silenciosamente, se fue a los 66 años.

Hay días que, caminando por aquella calle, me invade la tristeza, el dolor, la bronca. Pienso en esa vida, como tantas, que están en nuestras comunidades de fe, golpeadas, sufriendo en silencio, oprimidas por quien dice amarlas. Y me da coraje saber que somos responsables delante de Dios por cada vida que pastoreamos. Responsables, pastores y pastoras, que cargamos aún más el yugo del dolor cuando minimizamos las confesiones, las lágrimas, los calvarios que a veces solo atisbamos y dejamos en el olvido.

Si sabemos, si vemos, si escuchamos, si sospechamos que existe violencia y no la ponemos a la luz, no aconsejamos la denuncia, no acompañamos a cada mujer para poder salir de esa red que la ahoga, estamos siendo cómplices.

No más violencia en el seno de las iglesias, en los hogares cristianos.

Jesús nos llama a vidas plenas y abundantes, vidas sin violencias.

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