No son “clientes” son prostituyentes- Génesis 3: 11-12

“Y Dios le dijo: ¿Quién te enseñó que estabas desnudo? ¿Has comido del árbol de que yo te mandé no comieses? 

Y el hombre respondió: La mujer que me diste por compañera me dio del árbol, y yo comí.” Génesis 3: 11-12

Marcela Bosch-

El texto de Gen 3,1-24 si bien posee estructura de mito, comúnmente se lo ha leído de forma literal. Asimismo, históricamente se ha puesto la mirada sobre la figura de Eva con el fin de prejuzgar al conjunto de las mujeres como tentadoras, culpadas, eternamente culposas. Me detendré en los vs 9-12, para explicar lo que afirmo, e invito a colocarse las gafas violetas feministas para habilitar la hermenéutica de la sospecha. Desde allí pondremos colocar a la figura de Adán en el centro de la escena, destacando su respuesta cuando D*s lo interpela por tomar el fruto prohibido. En un mismo acto el varón se excusa e incrimina a la mujer quedando Eva congelada en esta escena como “la gran pecadora”.

El sistema patriarcal se nutre de símbolos, discursos, y apropiaciones para dejar en claro que los varones tienen el saber, el derecho y el poder sobre el cuerpo de las mujeres. Las relecturas misóginas de los textos bíblicos ayudarán a reforzar la opresión de las niñas y mujeres a causa de su sexo.

Al igual que Adán queda exculpado de su falta y no se responsabiliza de sus acciones, los varones prostituyentes mal llamados “clientes de prostitución”, ejercen in extremis el supuesto derecho/violencia sobre las mujeres. Ellos proceden de diferentes clases sociales: son púberes ansiosos por debutar solos o en manada. Son consumidores de pornografía, varones andro-páusicos ávidos de probarse, casados “insatisfechos”, curas transgresores. Ellos son parte del conjunto de “los buenos muchachos”, los comprendidos y protegidos desde siempre. Lo cierto es que la perversidad de la dinámica prostituyente se mantiene con el beneplácito de una sociedad que intermitentemente: niega, avala, silencia a fin de legitimar el uso del “objeto- mujer”. La mercancía a fin de alimentar el sistema debe ser cada vez más joven y renovarse con mayor frecuencia.

El varón prostituyente ejerce un acto que, por su naturaleza, demanda la ausencia de compromiso, poco le importa, la edad, o las circunstancias que llevaron a la joven o mujer que tiene delante de sí a ser un objeto a su servicio. Lo cierto es que la culpa no ha formado parte de los atributos masculinos, y menos aun cuando su ausencia se legitima en un texto bíblico.

El siglo XXI nos pone de cara a una sociedad neoliberal que con discursos falaces pretende disfrazar de “libre consentimiento” a viejas opresiones. Precisamos de comunidades capaces de agudizar su mirada crítica para dar paso a un compromiso con las niñas y las mujeres en primer lugar que predique a viva voz que sus cuerpos no son mercancías, que la prostitución es violencia y que ellas fueron creadas a imagen y semejanza de D*s y son merecedoras de toda dignidad.

La autora es Dra. en Teología sistemática, feminista, educadora sexual. Militante feminista radical, abolicionista.

Texto publicado en Devocionario Feminista 2022- Con Efe

Claudia Florentin