Marta y María
Escrito inspirado en Lucas 10, 38-42.
Por Gabriela Merayo-
Era un día soleado y caluroso en el pueblo, los misioneros habían salido a recorrer las casas, algunos eran recibidos en la puerta, otros eran invitados a entrar en el calor del hogar para compartir la palabra de manera más fraterna. El sacerdote andaba custodiando los pasos de los peregrinos a trancos más lentos, mirando como entraban y salían de las casas aquellos que habían prestado sus palabras y sus pies para compartir el Evangelio con hermanos y hermanas desconocidos y lejanos que hoy se volvían cercanos, próximos, prójimos.
Todo era muy enriquecedor pero el abrazo del sol comenzó a sentirse cada vez más y el cura empezó a buscar desesperado alguna sombra donde poder refugiarse. Había querido salir de camisa, clergyman y saco a pesar del calor del día y las gotas de sudor comenzaban a jugar carreras sobre su espalda. Deseaba tanto un vaso de agua fresca que decidió golpear en una de las casas para saciar su sed y continuar andando.
Le abrió la puerta una mujer
- ¿Cómo le va padre? Pase por favor… ¿Acepta un vaso de agua fresca?
- ¡Claro! Eso ando buscando. Gracias.
- Esta es mi hermana María (señalando a una jovencita que con cara de mala gana sacaba las manos de una tarea para alcanzársela a él). Yo me llamo Marta. Aquí está su agua. Siéntese.
Marta decidida a terminar lo que estaba haciendo continuó conversando mientras sus manos no dejaban de trabajar, iba de un lado a otro de la sala, buscando todo lo necesario mientras la conversación fluía y su tarea se completaba. María en cambio, aprovechó el momento para hacer lo que quería, nada, y mientras disimulaba estar entretenida con lo que el hombre contaba sobre la misión, dejó el trabajo de lado y se ocupó tan sólo de sostener su cabeza mientras ponía cara de interesada. Marta ya había notado la picardía de la pequeña, pero esperaba que su interlocutor también lo notara y actuara en consecuencia, tal vez podía intentar recriminarla o tal vez tan sólo podía irse para que ellas continuaran con su actividad. Al fin de cuentas, ni al padre ni a los misioneros hoy le tocaba su casa, ya podría atenderlo bien el día señalado para la reunión. La prioridad del día la tenían los enfermos.
Como servidora de la iglesia de muchos años Marta había emprendido una tarea que pocos buscaban hacer: visitar enfermos, rezar con ellos y llevarles la comunión. Al principio, se limitó a eso, pero su corazón siempre encendido por el amor a Dios y a estas personitas en particular quiso más, así que con el tiempo fue agregando algo de comida a sus visitas para después de comulgar con Cristo poder seguir disfrutando de un compartir más extenso con las familias que visitaba. La preparación le llevaba mucho tiempo por eso María la ayudaba con la comida para ellos, pero siempre a regañadientes, buscando eludir la responsabilidad con alguna excusa y la de hoy había sido perfecta.
Cansada Marta de la actitud de su hermana y de que el padre no se diera cuenta de lo que estaba ocurriendo, intervino:
- ¿Se dio cuenta como esta jovencita aprovecha su visita?
A lo que el sacerdote respondió:
- Así es, ella sí que sabe lo que es bueno. En cambio, a usted mi señora, ¡cómo le gusta perder el tiempo! ¿verdad? (Y levantándose, salió del lugar).