Deconstruir la metáfora masculina acerca de Dios desde la cotidianidad

Harmonia Rosales

Harmonia Rosales

(…) Mi lucha tiene espíritu de mujer

sabiduría eterna,

espíritu inquebrantable,

indefinible esencia.

Mi lucha reconoce a una Diosa

madre,

protectora…

Por Brenda Garcia-

Históricamente las sociedades se han configurado de forma patriarcal y verticalista. Paralelamente a esta configuración y de venir de la historia han surgido diversas hipótesis y sentencias para sustentar esta forma se ser y hacer sociedad, por ejemplo: los varones sometieron a las mujeres por la fuerza física, los varones controlaban los alimentos, los varones como proveedores, los varones como guerreros y líderes, las mujeres son débiles, las tareas domesticas y de cuidado son de mujeres, la Biblia dice, es el orden natural que las mujeres estén sujetas a los varones, etc.

Se propone en la progresión de este escrito, evaluar la importancia y el papel que desempeña la religión y el hecho religioso en la configuración y/o evolución de las sociedades.

La religión ha sido parte del desarrollo del ser humano a lo largo de la historia, marcando de manera profunda sus costumbres, normas, cosmovisión y la forma en la que se desarrolla en sociedad. El ser humano antropológicamente es homo religous. Según Milcea Eliade, lo religioso está inscrito en la conciencia humana. Pues bien, el ser humano ha generado metáforas en el plano de lo simbólico para referirse a la divinidad.

Estas metáforas de la divinidad en muchos casos han sido masculinas, y es desde esta afirmación que las sociedades se han proyectado al mundo. Pero no fue siempre así, por ejemplo, la epopeya del Gilgamsh relata las interacciones de una persona tanto con divinidades femeninas como masculinas, los pueblos cananeos concebían a Yahvé con una esposa a quien llamaban Astarté o Astera; la Biblia hebrea es rica en metáforas femeninas de la divinidad. Ya en el contexto del primer siglo la generación de metáforas divinas se hace predominantemente masculina; algunos pueblos mesoamericanos concebían a la divinidad con características duales (femeninas y masculinas), algunos otros concibieron como divina la madre tierra; y posteriormente de forma estratégica el catolicismo español introdujo metáforas femeninas en la cristianización de los pueblos conquistados, como imágenes de vírgenes.

Las posiciones predominantes dentro del cristianismo contemporáneo han acogido las metáforas masculinas acerca de la divinidad, las cuales han permeado la cultura legitimando en la mayoría de los casos desigualdades abismales entre hombres y mujeres. A partir de lecturas androcéntricas, patriarcales de textos bíblicos, se han elaborado sanciones teológicas que han culpabilizado, marginado, discriminando y hasta violentado a las mujeres. Por ejemplo: se le culpa del pecado original, se les toma como propiedad, deben estar sujetas a una figura masculina, se les manda a callar en la congregación, se les niega el acceso a los medios de producción, la salvación de las mujeres por medio de la maternidad.

A partir de lo anterior, en nuestra coyuntura actual, surgen muchas interrogantes

¿Existe igualdad? ¿Estamos generando cambios? ¿Si hay cambios, estos llegan a todas las mujeres?

Se debe puntualizar que a pesar de múltiples y variados esfuerzos por la búsqueda de una sociedad más justa e igualitaria, y aunque en la actualidad las mujeres gozamos de varios derechos y garantías jurídicas, por ejemplo: en el ámbito laboral, existen grandes brechas salariales entre hombres y mujeres, el acceso a puestos estratégicos de trabajo está vetado para las mujeres, los índices de desempleo y pobreza tienen rostro de mujer; y aunque la mayoría de los países latinoamericanos cuentan con leyes de violencia contra las mujeres, según las estadísticas países como México, El Salvador, Argentina tienen la mayor cantidad de feminicidios; el acceso a la educación media y superior siempre favorece a los hombres, aunado a esto existe también una abismal diferencia en la tenencia de propiedad y acceso a medios de producción entre hombres y mujeres

En el campo religioso hay signos de esperanza en la búsqueda de la plena y justa humanidad. Sin embargo, el camino en muchos sentidos se ve obstaculizado por toda una estructura jerárquica patriarcal que se rehúsa a generar cambios dentro de la misma.

En este sentido, la teología feminista se convierte en un signo de esperanza, pues, a través de una reflexión crítica busca distanciarse de los marcos conceptuales que apoyan relaciones sociales jerárquicas basadas en el género, la raza, la posición social y de los modelos teológicos androcéntricos que predominan dentro del cristianismo contemporáneo.

Se propone a través de este escrito la deconstrucción de la metáfora acerca de Dios masculino desde la cotidianidad. Pues es desde la vivencia y experiencia cotidiana del ser humano con la divinidad que se pueden moldear las estructuras sociales y religiosas.

La teología feminista

La teología feminista aporta a la deconstrucción y generación de metáforas acerca de Dios con dos herramientas, una la hermenéutica feminista y la sospecha sobre la construcción y lectura del texto sagrado; la otra herramienta es generar constructos desde la experiencia. Las teóricas de la teología feminista enfatizan que se debe partir desde la experiencia de la dominación, opresión y exclusión. No para que continúe, sino para que toda persona, sin distinción de género, etnia o nivel social y económico pueda gozar de su plena humanidad.

La metáfora femenina de la divinidad

En los últimos años se ha hecho un esfuerzo en el campo de lectura bíblica, desde la academia y las comunidades de fe por recuperar las metáforas femeninas de la divinidad en los textos bíblicos, tanto en el Antiguo Testamento como en el Nuevo Testamento, lo que ha contribuido a una valoración o reivindicación de lo femenino, como diverso, no como superior.

Experiencias espirituales femeninas y masculinas

El ser humano experimenta a la divinidad en su entorno, en su cotidianidad. De esta manera se concibe a la divinidad en el plano de lo simbólico con características femeninas y masculinas. Por ejemplo: muy a menudo se habla de la figura de un padre, protector, proveedor; pero también se habla del consuelo, del amparo y del regazo de una madre. Es en estas experiencias en las que el ser humano se relaciona con Dios, en su día a día, en sus practicas religiosas.

Roles femeninos en la estructura religiosa

La extensa participación de las mujeres en las comunidades eclesiásticas ha permitido que ejerzan liderazgo en función de la iglesia y del culto en ésta. En muchas comunidades se cobra conciencia que no se requiere para que sea válida la esperanza de fe, que haya injerencia de una figura masculina, como tradicionalmente se ha tenido dentro del cristianismo la figura sacerdotal en la tradición católica apostólica y romana y la del pastor en la tradición protestante. En dichas comunidades Dios habla por mujeres a toda la comunidad. Sucede una experiencia de Dios en dos aristas. En la mujer que ministra, en tanto es tomada en cuenta por la divinidad para llevar a cabo acciones ministeriales. En la comunidad ministrada se da una apertura a escuchar la voz de Dios desde la exclusión, desde las marginadas. En tal sentido el carácter tradicional de las metáforas de Dios como soberano, rey y señor no es que desaparezca, sino que se diversifican en aquellas que conciben a Dios como quien incluye, valora, abraza, se comunica con todas las personas, etc.

Una nueva comunidad de creyentes

En las tradiciones religiosas llamadas carismáticas existe una democratización de la participación, mediante los dones, entre ellos el de profetizar, de hablar en lenguas, de sanidades y de hacer milagros. Estos ministerios permiten a mujeres tener liderazgo genuino y reconocido desde sus comunidades y no se niega el origen divino de éstos.

La lucha por la igualdad entre hombres y mujeres abarca todas las dimensiones humanas políticas, económicas, culturales, sociales y religiosas. Y es desde la cotidianidad, desde la experiencia humana donde se deben generar los cambios a pequeña o gran escala. La cotidianidad es el lugar donde Dios-Diosa sale al encuentro de la humanidad y donde realiza su proyecto de liberación.

MI LUCHA

Mi lucha tiene rostro de mujer,

sus ojos brillan como luceros en medio de la oscuridad,

como un faro que me indica el camino.

Mi lucha tiene cuerpo de mujer

en el azotan los inviernos,

nostalgian los otoños;

Y también florece la primavera.

Mi lucha tiene voz de mujer

Que es llevada por el viento

a tocar las puertas del cielo,

Y algunas veces a perseguir el misterio en las profundidades del infierno.

Mi lucha tiene espíritu de mujer.

Sabiduría eterna,

espíritu inquebrantable

Indefinible esencia.

Mi lucha reconoce a una Diosa,

madre,

protectora.

Mi lucha recuerda a una mujer

que es muchas mujeres,

muchas historias,

muchas memorias.

Mi lucha se resiste a morir,

A bajar la guardia.

Mi lucha vive en cada mujer…

La autora es Teóloga. Parte del equipo coordinador MujerEs

 

Claudia Florentin