La curación de la Mujer encorvada
Por Sandra Nancy Mansilla-
“Había allí una mujer… enferma desde hacía dieciocho años.
Estaba completamente encorvada y no podía enderezarse de ninguna manera.
Jesús, al verla, la llamó y le dijo: «Mujer, estás curada de tu enfermedad»”
Lucas 13, 10-17
¿Qué dice el texto?
La escena transcurre un sábado en la Sinagoga, en un lugar y en un día sagrados. La mujer que aparece era conocida por todos, pero su situación de debilidad era ignorada. Su presencia silenciosa, sin embargo, no pasa desapercibida para Jesús. Hay cuatro acciones: Él la ve, la llama, le habla, y le impone las manos: «Mujer, estás curada de tu enfermedad». Ella se enderezó en seguida y glorificaba a Dios.
Jesús no hace nada particular, tan solo la trata y la considera en su dignidad propia, porque él la ve, aunque para otros era invisible; él la llama y le habla, es decir le dirige la palabra porque ve en ella la singularidad de un ser capaz de responder. Y Él finalmente le impone las manos, gesto de protección y señal de sanación de todo el dolor que ha significado para esta mujer su postergación.
El jefe de la sinagoga, indignado porque Jesús había curado en sábado, sigue sin ver a la mujer, sin reconocer su transformación.
Sólo se indigna porque la Ley, la base de su poder, está siendo transgredida. El Señor le respondió: “¡Hipócritas! Cualquiera de ustedes, aunque sea sábado, incluso ¿no desata del pesebre a su buey o a su asno para llevarlo a beber?”
Jesús la llama Hija de Abraham, nombre de la máxima dignidad para los miembros del Pueblo de Dios, el pueblo de la bendición prometida a Abraham y su descendencia, sin distinguir hombres ni mujeres. En Jesús Dios hace memoria de su promesa restituyendo la dignidad a los caídos, como dice el canto de María (Lc 1,55) y la oración de Zacarías (Lc 1,73) “Para concedernos que, libres de temor, arrancados de la mano de los enemigos, le sirvamos con santidad y justicia, en su presencia, todos nuestros días.”
¿Qué nos dice Dios en el texto?
Si miramos a nuestro alrededor, en nuestras comunidades, en la sociedad, en el mundo ¿cuáles son las situaciones que hoy tienen encorvadas a tantas mujeres? ¿Cómo podemos salir con ellas de la invisibilidad, del silencio y de la ignorancia, restituyendo el lugar y la dignidad que tenemos como Hijas de Dios?
¿Qué proponemos a nuestra Iglesia para restituir la dignidad de las mujeres como Hijas de Dios en un plano de igualdad y equidad respecto de su lugar y don particular dentro de su Pueblo Santo y especialmente del ámbito ritual y administración de los bienes sagrados, que son de todos y todas?
¿Qué le decimos a Dios?
Escúchanos, Señor
Unidas en el Seno materno de Dios queremos nacer a su Pueblo
siendo recibidas con la alegría y la bendición del discipulado de iguales,
de la palabra profética en nuestros labios que ayude a levantarnos
después de tantos siglos de postración y postergación injusta,
con el gesto amoroso del abrazo para llamar, nombrar, y convocar
a todos y todas
como familia de Dios, su pueblo santo, reunido en torno a la
mesa de tu Reino.
Para aliviar con el agua de tu Bautismo,
para fortalecer con el Fuego de Pentecostés,
para partir el alimento de tu Pan,
para bendecir la alianza del amor de quienes se consagran a una
misión particular,
para acompañar en la fragilidad del corazón arrepentido,
para ser tu presencia amorosa en el momento de la enfermedad.
Divina Ruaj danos fuerza para no cansarnos de reclamar lo que tu
justicia nos ha dado
en herencia, lo que tu entrega amorosa nos ha regalado de una
vez y para siempre:
ser las benditas portadoras del mensaje de la vida que vence la
muerte.
Amén
Publicado en el Devocional Caminando en Sororidad, 2023