Justicia de género: ¿semántica, buena voluntad o compromiso real?

Por Claudia Florentin-

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La expresión "justicia de género" alude a la igualdad de acceso a los derechos civiles, políticos, económicos y sociales entendiendo que las mujeres se enfrentan a barreras concretas al acceder a esos derechos.

Desde las teorías feministas en este sur no es un concepto muy utilizado; puedo decir que es considerado un término con mucha fuerza en el mundo anglosajón y nacido en el seno de agencias y organismos internacionales. Varias familias confesionales, mayormente las nucleadas en el Consejo Mundial de Iglesias, lo han adoptado porque referencia conceptos que sienten abarcan diversas aristas de la vida pública y privada.

Personalmente es un concepto que me resulta ambiguo ya que es válido para funcionar en un sistema consolidado por estados de derechos, democracias al estilo occidental, cuerpos de justicia siempre lideradas por hombres blancos, de clases formadas, patriarcales y capitalistas... etc. No es casual que seamos las mujeres las que estemos en línea de defensa frente a la sociedad "capitalismo, patriarcado y colonialismo" ya que somos quienes más sufrimos en manos de la explotación y saqueo de cuerpos, vidas y territorios. Por eso pienso que la “justicia de género” como concepto occidental blanco y académico queda corto en lo que hace a la diversidad de los feminismos en nuestra región.

Donde la justicia de género tiene un peso específico es cuando hablamos de justicia restaurativa, en procesos de transición social y política en zonas de conflictos y sería realmente desafiante si en ese sentido tuviera responsabilidad para nuestras comunidades de fe. Es decir, pensar la justicia de género no solo como desafíos transformadores de realidades sino también restaurativos hacia las mujeres.

Siempre mi temor es que los conceptos políticamente correctos nos conformen en lugares supuestamente progresistas, pero sin la fuerza cuestionadora necesaria para “mover los avisperos”.

¿Y por qué digo esto? Porque mucho de lo que se trabaja bajo el paraguas de “justicia de género” se elabora, piensa y ejecuta desde varones, y también mujeres, con buena voluntad pero sin encarnación en la lucha feminista. Coincido y cito a la académica cubana Teresa Díaz Canals cuando dice: “No puede existir el género si no existe el feminismo; para desarrollar un proyecto con enfoque de género es imprescindible saber de feminismo. La teoría de género es una categoría relacional que nace en la madurez del pensamiento feminista. Es un disparate apropiarse de un lenguaje, de una práctica y transmitirlo sin el alma de esas ideas. El desarrollo teórico de la perspectiva de género implica necesariamente una carga crítica y transformadora de la realidad social.”[1]

Personalmente prefiero usar el concepto de Equidad de Género, ya que pone un componente ético para asegurar una igualdad real que de alguna forma compense la desigualdad histórica que tenemos las mujeres.

La justicia de género, de acuerdo a la definición de la Federación Luterana Mundial, implica la protección y promoción de la dignidad de las mujeres y los hombres que, siendo creados/as a imagen de Dios, son administradores/as corresponsables de la creación. La justicia de género se expresa por medio de la igualdad y las relaciones de poder equilibradas entre las mujeres y los hombres, y la eliminación de los sistemas institucionales, culturales e interpersonales de privilegio y opresión que mantienen la discriminación.

La Confesión de Accra, haciendo una crítica de estos sistemas de opresión, dice: “Se trata de una ideología que aduce que no hay otra alternativa y exige una cadena interminable de sacrificios a los pobres y a la creación…”

No podemos hablar de los pobres, de las márgenes, sin hablar necesariamente de las mujeres como pobres, oprimidas, explotadas: como la mitad del planeta que sufre y de una manera diferencial por su condición de género.

Y podemos hablar y llenar carillas de proyectos con Justicia de género o Equidad de género, pero lo cierto en pleno siglo 21 es que estamos lejos de parar esa “cadena interminable de sacrificios” a las que se refería la Confesión de la Comunión Reformada.

La equidad, la justicia están puestas en el papel, pero en la realidad de cada una no está conseguida, “es un ejercicio del día a día, del aquí y el ahora”, en el decir de la teóloga mexicana Marilú Rojas.

 “Nuestras luchas feministas deben llevarnos a ser mejores personas, a construcciones horizontales, ejerciendo poderes para y no para poderes sobre”… dice Marilu y tal vez ese sea nuestro mayor desafío en tantas comunidades de fe: Repensar la antropología, las representaciones e imágenes de Dios que nos desafíen a construir nuevas formas de entender las relaciones con la otredad, con Dios, con la casa común.

La autora es comunicadora, Editora de ALC Noticias, Directora de Con Efe Comunicaciones. Hace parte de la Coordinación de la Red TEPALI- Red de Teólogas, Pastoras, Lideresas y Activistas Cristianas de América Latina y el Caribe.

Publicado en Página Valdense, octubre 2020

[1] Teresa Diaz Canals, en Movimientos de mujeres y lucha feminista en América Latina y el Caribe / Magdalena Valdivieso ... [et al.]. - 1a ed . - Ciudad Autónoma de Buenos Aires : CLACSO, 2016. Libro digital, PDF

Claudia Florentin