Encontrándome con una diosa pintada de arcoíris

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Mónica Treviño Álvarez-

Nací y crecí en la Iglesia Católica. Desde muy pequeña, cuando sabía poco de dogmas y herejías,  fui a catecismo. Cada miércoles un sacerdote barbudo y barrigón nos cantaba: “El amor de Dios es maravilloso. ¡Grande es el amor de Dios! Tan alto que no puedo estar arriba de Él”. Imaginaba a un joven negro con lentes de botella que era gigante, tanto que su cabeza llegaba a las nubes. Y ese era Dios. Y Él me amaba. “Tan bajo que no puedo ser más bajo que Él”, e imaginaba que él era ella. Una niña que por comer muchos dulces se había vuelto del tamaño de un maní. Esa era Diosa y me amaba. “Tan ancho que no puedo estar afuera de Él”,  trayendo a mi mente a una viejita de pelo blanco y muy largo. Era tan gorda como la tierra misma. Y esa era Madre. Y Ella me amaba.                                           

Conforme el tiempo pasó mi idea de Dios se redujo a una pequeña y muy cerrada cajita. Dejó de tener esa muchosidad[1] que  la canción enuncia y descubrí que no cabía en todas las corporalidades, pues no entraba en mí. Durante mi adolescencia estudié en una escuela de religiosas, ahí me enseñaron que el recato y las buenas costumbres eran características fundamentales para cualquier católica de bien. Ese fue el mismo tiempo en el que yo comencé a descubrir mi sexualidad. Mientras que ellas hablaban sobre la importancia de no cometer “perversiones” (para ellas eso de las perversiones era sinónimo de comportamientos homoeróticos) yo fantaseaba con compañeritas.                                      

De repente me habían convencido que Dios no podía amar a mujeres como yo, era como si la canción que gritaba con tanta ilusión años atrás se hubiera desvanecido por completo. Tenía una gran necesidad de sentir Su amor, por lo que intenté olvidarme de mí. Me convertí en la mejor católica. Pasaba mis ratos libres en la capilla, me quedaba a las clases de religión los jueves por la tarde y buscaba a toda costa negar mi sexualidad. Así pasé 6 años escribiendo  en mi diario: “a ti no te pueden gustar las mujeres”.                              

Fue hasta la universidad que mi pequeño y cerrado mundo se transformó por completo. Ahí entendí que no todas las personas eran católicas y que incluso había quienes no creían en ningún Dios. También fue la primera vez que escuché que las personas LGBTIA+  tenemos derechos. Más transgresor aún, me aprendí a nombrar feminista. Fue en el Seminario de Género que me encontré por primera vez con la teología feminista. Los escritos de Teresa Forcades me acompañaron por largo tiempo y con sus palabras comencé a sanar mi relación con Dios. Poco a poco la cajita en la que habían secuestrado mi experiencia con lo divino se esfumaba.                                                                                         

Así retomé mi fe en Tonantzin Guadalupe, sólo que ahora se alejaba mucho de lo que siempre me habían enseñado de Ella. Fue desde el trabajo de mujeres y disidencias sexuales chicanxs que la entendí valiente y poderosa;  poseedora de la erótica, el placer y su sexualidad. Inclusive me acerqué a representaciones que la ilustran besando a otras mujeres. El encontrar imágenes de lo sagrado que narraran a lesbianas, bisexualas y trans me liberó. Así comenzó el camino de vivir mi erótica de manera sagrada. Me permite sentir a la Diosa cuando disfruto mi sexualidad de manera segura y libre.                        

Todo esto ha sido una montaña rusa, con sus altas y sus bajas. Por más Tonantzin Guadalupe y escritos de Teresa Forcades que tuviera me sentía muy sola. Mi búsqueda y terquedad me llevó a conocer a Marilú Rojas, Ángela Trejo, Norma Escamilla, Gabriela Juárez y Margarita Sánchez quienes se convirtieron en mis hermanas y maestras. La fuerza de la comunidad me ayudó a ver y enunciar a una Diosa que nos quiere creando redes sororales en los espacios más adversos: nos llama a edificar nuestras tiendas rojas. Así llegué a encontrarme con otras buscadoras que desde sus vivencias de lo sagrado nombran su fe de manera tierna y amorosa. Encontré espacios en donde las preguntas y herejías enriquecen la experiencia de lo divino. Reconocí y me volví cómplice de otras jóvenes que soñamos y construimos una comunidad en la que tengamos derecho a existir como mujeres. Nombres como el de Yadamy, Magaly, Nadia y Cynthia se volvieron sinónimo de familia.                  

Fue desde allí que comencé a reconocer que las formas en las que la Diosa demuestra su ternura son muchísimo más grandes y diversas de las que la canción del sacerdote barbudo y barrigón enuncia. Para mí, hablar de una teología indecente, sin vergüenza o queer involucra el encuentro, el reconocimiento y la sintonía con una Diosa que se pinta de los más variados y magníficos colores. Es reconocer a un Jesús que vivió en los márgenes de la sociedad de su tiempo; que sintió placer al comer, beber y amar. Se trata de enunciar y abrazar nuestras fragilidades mientras construimos e imaginamos un mundo diferente. Es permitirse reconocer lo sagrado desde el placer y la erótica, no tenerle miedo a enunciar la palabra sexo y sagrado en la misma oración. Es tener la valentía de hacer teología desde nuestras corporalidades y camas. Es reconocer que si yo soy lesbiana, algo de tortillera tendrá la Diosa.                              

A ti, que probablemente estás leyendo esto mientras te cuestionas sobre tu sexualidad te afirmo: ¡Eres una Hija Amada de la Diosa! Bienvenida a tu nueva familia, en la que los colores, las sexualidades y el amor son celebradas. Te amamos y en mí siempre, sin importar la distancia o temporalidad, tendrás una cómplice y amiga para reír, llorar y amar tiernamente.

Mónica Treviño Álvarez estudió Derechos Humanos y Gestión de Paz en la Universidad del Claustro de Sor Juana. Actualmente es pastora auxiliar de ICM Libres por Amor. También realiza activismo espiritual en diversos grupos como son la Comunidad Espiritual Cuir de Puebla y Cristianes Queer en CDMX. Participa en espacios de fe feministas jóvenes, como es el caso del grupo Género y fe y Las del Pozo. Es tallerista derechos sexuales y reproductivos en contextos religiosos y acompaña abortos en contextos religiosos.


[1] Término utilizado por el Sombrero Loco en la película Alicia en el País de las Maravillas de Tim Burton. Está relacionado con la rareza, originalidad y grandeza que Alicia posee. En la película el Sombrero cree haberla perdido cuando deja de ser por acoplarse a las expectativas que otros tienen de ella. Yo ocupo la palabra en tanto en ese momento de mi vida, las ideas de un Dios castigador se apoderaron de mí, secuestrando la  muchosidad de la Diosa.  

Claudia Florentin