Motu Propio del Papa: Un pequeño cambio, con grandes consecuencias eclesiales
Por Silvia Martínez Cano en Religión Digital-
El motu propio de Francisco que modifica el canon 230.1 nos ha pillado por sorpresa en este día de frío invierno en el hemisferio norte. Con esta modificación Francisco hace un gesto esperado, para algunos nimio, para otros quizá muy evidente pues en algunos lugares hace ya muchas décadas que se ve en los altares de algunas iglesias a mujeres leyendo y siendo acólitas en la eucaristía dominical.
Francisco da continuidad a la reflexión de los últimos sínodos sobre el papel de la participación del laicado en los sacramentos a través de los ministerios y decreta un cambio pequeño en el apartado 1 del canon, pero muy sustancioso pues tiene grandes consecuencias eclesiales. Se suprime la palabra “varón” por el plural “laicos” para la asignación de tareas ministeriales en los sacramentos. Ese plural “laicos” hace referencia a hombres y mujeres, como el mismo Francisco argumenta, por lo que nos sitúa en una posición diferente a la hora de afrontar la vida celebrativa de la Iglesia. O ¿quizá este cambio va más allá de la liturgia? ¿Quizá Francisco con este decreto hace un guiño a un proceso tímido de modificaciones en algunas partes del derecho canónico? ¿Tendrá continuidad o será un cambio aislado?
Lo cierto es que ésta es la decisión de Francisco hoy. En principio, algunos y algunas podemos pensar que realmente es un cambio muy pequeño. Parece que llegue tarde como he dicho antes, pues que haya mujeres leyendo, repartiendo la comunión, o ayudando al sacerdote en la misa no es una situación extraña en algunos lugares. El cambio llega tarde podemos pensar, pues ya es un cambio de hecho y no de derecho. Con el decreto Francisco apoya y corrobora lo que las circunstancias, el sensus fidei y digámoslo así, el sentido común de nuestras comunidades hace cada semana.
Algunas y algunos pueden decir que es insuficiente, porque lo que ya se hace debe ser acompañado con otras decisiones de mayor alcance. No es suficiente “ayudar” en la liturgia para hablar de una verdadera sinodalidad, esta situación no desclericaliza la liturgia ni la sacramentalidad de la que participa toda la comunidad cristiana pero solo como observadora y destinataria. La sinodalidad no es solo permitir que las mujeres suban al altar como una concesión paternalista al Pueblo de Dios. La sinodalidad es hacer de la liturgia un espacio compartido y coordinado, repartido y corresponsabilizado.
Y ¿cómo llegar a esto si se dan pasos tan pequeños como dejar que las mujeres hagan lo que ya hacen? Necesitamos más pasos, decimos otros y otras, más rápidos, más propios del siglo XXI que del XX, pues se nos despedirá el siglo y no habremos respondido a sus signos. Este cambio es importante, sobre todo por lo que no se dice en el motu propio, pero queda implícito en él, porque afecta al tercer apartado del canon: que las mujeres puedan suplir al ministro en sus funciones como ejercitar el ministerio de la palabra, presidir algunas liturgias, administrar el bautismo y dar la comunión sin que algunos fieles se cambien de fila por el hecho de recibirla de una mujer.
Este cambio es importante, sobre todo por lo que no se dice en el motu propio, pero queda implícito en él, porque afecta al tercer apartado del canon: que las mujeres puedan suplir al ministro en sus funciones como ejercitar el ministerio de la palabra, presidir algunas liturgias, administrar el bautismo y dar la comunión sin que algunos fieles se cambien de fila por el hecho de recibirla de una mujer
Se reconoce que las mujeres tienen autoridad en su experiencia de Dios y en su palabra predicada, se reconoce que las mujeres pueden representar a la Iglesia al acoger a los bautizados en la gran comunidad. Pero ¿esto no se hacía ya también en algunos lugares? El sínodo de la Amazonía dejo claro que es más frecuente de lo que pensamos. Pues si ya se hace, dicen algunos, ¿para qué cambiar las cosas? parece como que las mujeres fomentaran con ello una actitud revanchista, “impropia” de la condición femenina, que debe ser sosegada y discreta.
No, el reconocimiento es importante, pues equilibra la igualdad y restituye lo usurpado por tantos siglos de mirada androcéntrica. El reconocimiento obliga a la reciprocidad, a la dignidad, a aprender a escuchar al que nunca escuchamos, en este caso las creyentes silenciadas, aunque sea de mala gana. Hace “apropiado” que se acepten las reivindicaciones de las mujeres como una forma de crecimiento comunitario. Así que el cambio de una palabra ya no es tan pequeño, pues obliga a seguir en el diálogo entre reivindicaciones y reconocimientos. Esperemos que no se rompa este diálogo, que lo pequeño e insuficiente nos lleve a otro cambio pequeño e insuficiente, o, por qué no, a varios más que se den a la vez, para acelerar el proceso de conversión de la Iglesia que nos piden los signos del siglo.
Esperemos que no se rompa este diálogo, que lo pequeño e insuficiente nos lleve a otro cambio pequeño e insuficiente, o, por qué no, a varios más que se den a la vez, para acelerar el proceso de conversión de la Iglesia que nos piden los signos del siglo
Quizá en este frío año se cumpla el refrán “año de nieves, año de bienes”, quizá estas nieves han estado cerca del corazón de Dios e impulsadas por el Espíritu nos abran camino de verdad a una real sinodalidad práctica. Quizá. Reivindiquemos pequeños cambios e insuficientes para que lo pequeño nos lleve a lo grande más rápidamente. Abramos muchos frentes de diálogo (reivindicación-reconocimiento), manifestemos sin miedo el sensus fidei de la inclusión que ya se expresa en algunos lugares, ocupemos con nuestras palabras y nuestros gestos de laicas y laicos las liturgias, las comunidades locales y las diócesis, sin esperar al reconocimiento, pues bien sabemos que llegará como éste, tarde. Así, quizá, mañana nos despertaremos con otras nieves y con otros bienes.