“Hoy son las mujeres, los feminismos ecoterritoriales, quienes acuñan nuevos horizontes”
La investigadora y escritora argentina Maristella Svampa (*) piensa alrededor de los ecofeminismos y las experiencias territoriales en defensa del ambiente, en el marco de los Encuentros de Formación Política que el Fondo de Mujeres del Sur (FMS) impulsó durante 2021.
Compartimos su intervención, que aporta claves valiosas para seguir reflexionando sobre la intersección entre justicia ambiental y justicia de género, desde una perspectiva latinoamericana.
Los Encuentros de Formación Política son una instancia de formación y pensamiento común que articulamos desde el FMS con activistas e investigadoras, para indagar y compartir visiones sobre los debates y las realidades actuales de los movimientos feministas y de la diversidad en nuestra región.
Buenas tardes, es un gusto estar en compañía de tantas mujeres luchadoras, mujeres que este mundo –que entra en colapso, que está en colapso– necesita tanto. A mí me pidieron hacer una introducción sobre ecofeminismos y lo que yo denomino feminismos ecoterritoriales, así que voy a hacer una división entre estos dos temas, planteando las conexiones, y subrayando la diversidad de tramas y narrativas que hay a lo largo de los feminismos ecoterritoriales en América Latina.
En primer lugar, es importante reconocer que el ecofeminismo, que tiene hoy en día una gran actualidad, es una corriente de pensamiento pero, sobre todo, es un movimiento social. Un movimiento social que no nació en la academia o en la universidad sino en la calle. Es la lucha de mujeres que se juntaron, que construyeron un colectivo para luchar contra la cultura de la muerte que simbolizaban la Guerra Fría y la amenaza de la guerra nuclear. En nombre de la cultura de la vida es que nace el ecofeminismo y, en el marco de este surgimiento, hacia los años 70 en Estados Unidos, comienzan a plantearse estos lazos, o esta certeza, de que existe efectivamente mucha similitud entre la opresión hacia las mujeres y la opresión y la explotación de la naturaleza.
Estas dos cuestiones están conectadas: las mujeres son inferiorizadas, son consideradas irracionales, emocionales, sensibles; más aún, uno podría decir, impuras, y por eso están más cerca de la naturaleza; mientras que la naturaleza es devaluada, desacralizada y explotada, porque esto se apoya en su feminización. Esto es importante tenerlo en cuenta porque lo que las ecofeministas pusieron en la agenda es el hecho de que, detrás de esta doble opresión, está la idea de dominación: de dominación del hombre sobre la naturaleza, de dominación del hombre sobre la mujer. Idea que se fue configurando al calor de paradigmas binarios, que oponen al hombre a la mujer; la sociedad a la naturaleza; lo público a lo privado; el occidente al no occidente; la razón a la emoción.
En virtud de ello, este paradigma binario lo que hace es caer en lo que se denomina una lógica de la identidad. ¿Qué quiere decir esto? Que solo se reconoce aquello que es considerado el polo positivo: el hombre, la sociedad, la razón; mientras que es devaluado y desvalorizado todo aquello que es diferente: la mujer, la naturaleza, la emocionalidad. Entonces, esta es de alguna manera la base del patriarcado occidental, este paradigma binario que se fue consolidando a lo largo de siglos y que devalúa el trabajo que hace la mujer, sobre todo en el orden doméstico, en relación con la reproducción social, en relación a los cuidados, así como devalúa también el trabajo de la naturaleza en relación a la reproducción de los ciclos, considerándola infinita, ilimitada y, por supuesto, exterior al ser humano.
Así que el punto de partida es que el ecofeminismo invierte el estigma de esta asociación entre mujer y naturaleza y lo hace por dos vías: por un lado, muestra que es posible otra conexión con el cuerpo y con la naturaleza y, por otro, que en definitiva todos somos naturaleza y de lo que se trata es de “renaturalizar al hombre” (como diría Yayo Herrero).
Lo mismo hace en relación a los cuidados. Es bueno subrayar la importancia que tienen los cuidados, sobre todo al calor de la crisis ambiental, pero, más importante aun, es necesario colocarlos como un derecho, afianzando un proceso de políticas públicas que garanticen la universalización de los cuidados, para que este no recaiga solo sobre las mujeres y, además, sobre las mujeres pobres. Los hombres tienen que involucrarse activamente, eso es parte del mensaje ecofeminista en términos de horizonte societal.
Lo que plantea es otro vínculo con la naturaleza, narrativas relacionales que se fundan en la interdependencia, en la complementariedad y que, por ende, colocan la ecodependencia en el centro. Por otro lado, un paradigma de los cuidados que implica su reconocimiento como derecho, un derecho básico, que debe ser universalizado y por ende involucrar a los hombres.
Ahora bien, los feminismos en América Latina, sobre todo los feminismos territoriales, han peleado desde el comienzo defendiendo las condiciones de vida, sobre todo ante el impacto de las industrias y de los viejos y los nuevos extractivismos. Esa es una de las características fundamentales, porque en América Latina y, en líneas generales en el sur, el protagonismo de las mujeres ha sido siempre fundamental, y estas problemáticas ligadas al cuidado, ligadas a la relación con la naturaleza, están, sin duda, en el centro.
En esa línea, yo prefiero hablar de feminismos ecoterritoriales, o ecofeminismos del sur, para dar cuenta de estos feminismos que luchan contra la expansión de la frontera extractiva, y también de esos feminismos que denuncian el impacto sociosanitario de los modelos industriales o de los extractivismos de larga data: los pasivos ambientales y las desigualdades ambientales que ya conocemos.
Una de las características fundamentales de los feminismos ecoterritoriales del sur es que nacen en los márgenes. No son feminismos de clases medias. Son feminismos que involucran a mujeres de zonas rurales, periféricas, pobres, indígenas, campesinas, afro que luchan por tener visibilidad y, muchas veces, por desnaturalizar una situación de sufrimiento ambiental, y que hoy se movilizan en contra de la expansión de las fronteras del extractivismo.
Al principio, muchas de ellas no se consideran feministas. Esto es importante tenerlo en cuenta, porque es en el proceso mismo de lucha, en ese vaivén entre lo público y lo privado o, si ustedes quieren, en la lucha acuerpada en los territorios, en el que luego se da el retorno a lo privado, y es en ese retorno donde se experimenta la opresión patriarcal. Es ahí cuando las luchas comienzan a devenir también feministas y las mujeres comienzan a ponerle ese nombre a la violencia patriarcal que padecen en sus propios hogares. Así que no es posible etiquetarlas como feministas sin más, sino que esto se ha ido construyendo y todavía hay reticencia en algunas organizaciones o colectivos, porque los feminismos aparecen asociados a los feminismos occidentales, de clase media, cuyas temáticas son otras.
Este es un feminismo que incorpora temas nuevos tanto a la ecología como al campo feminista, ampliando las narrativas y las tramas que se van tejiendo. En esa línea, quiero destacar que, en la relación que se va construyendo con diferentes colectivos, organizaciones no gubernamentales, profesionales, los feminismos ecoterritoriales en América Latina han crecido y han ampliado sus narrativas. Sobre todo, en el diálogo con las mujeres jóvenes y también de otras clases sociales, desde una mirada no jerárquica, esa que ha democratizado, o al menos ha comenzado a democratizar, también la esfera feminista.
Hay, por lo menos, cuatro narrativas fundamentales a la hora de analizar los feminismos ecoterritoriales en toda la región latinoamericana. Voy a resumir rápidamente, porque seguramente luego hablarán las propias protagonistas de estas luchas.
Hay una problemática muy ligada a la afectación ambiental y las zonas de sacrificio, vinculada a los modelos industriales consolidados hace tiempo y a los viejos extractivismos. Mujeres en zona de sacrificio en Chile, por ejemplo, en la región de Puchuncaví, representan esa lucha; pero también en la cuenca Matanza Riachuelo, en el conurbano bonaerense, en Argentina. Hay un trabajo de las activistas por desnaturalizar el sufrimiento ambiental, el hecho de vivir en un contexto tóxico, y el empezar a construir un lenguaje en torno a la justicia ambiental, que también se declina en términos de clase y etnia.
Esto es fundamental, porque es una narrativa que comienza desde cero, tratando de luchar contra la naturalización de la pobreza, del sufrimiento ambiental; porque desde el origen ha habido una superposición, una coincidencia, entre el mapa de la contaminación y el mapa de la pobreza. Ahí tenemos elementos muy importantes que, inclusive en América Latina, han dado origen a una epidemiología crítica, porque han sido las mujeres las que han ido mapeando los barrios, los impactos sociosanitarios de los modelos de mal desarrollo, sea el modelo industrial, el sojero o la expansión petrolera. Ese es uno de los elementos, una de las tramas.
La segunda, que creo yo tiene una gran centralidad, al calor de la expansión del neoextractivismo, es la asociación entre agua y territorio. El agua es para la vida, no para la minería, no para el fracking, no para las represas, no para los monocultivos, porque, efectivamente, el agua es un bien cada vez más escaso y está en el centro de la disputa.
Lo que hoy vemos es una serie de luchas contra diferentes tipos de extractivismos sedientos de agua, en donde las mujeres luchan precisamente para afirmar la sostenibilidad de la vida a través del cuidado del agua. El agua se necesita para la vida, no para estos extractivismos que destruyen los ecosistemas y la biodiversidad. Hay toda una ecología política del agua, una ecología política feminista del agua, que atraviesa las luchas contra el extractivismo en América Latina y me cansaría de dar ejemplos, no solo en relación con la lucha contra la minería sino también contra la expansión de la frontera petrolera y las mega represas.
En tercer lugar, hay un tema, cada vez más importante, que tiene que ver con la denuncia de la violencia. La violencia que es patriarcal, colonial y extractivista, y su relación con los cuerpos y territorios. Esta narrativa de los cuerpos, la tierra y los territorios nació en América Central, de la mano de mujeres indígenas como Lorena Cabnal, y se ha expandido en toda América Latina, en distintos colectivos, porque efectivamente pone en el centro el tema de la violencia, y abre un horizonte en el cual la sanación, la resiliencia, aparecen como el rol fundamental que tienen las mujeres a través de la tarea colectiva.
Es muy importante subrayar el rol de apoyo que tienen en esto los distintos colectivos feministas, de mujeres jóvenes, que vienen apoyando estos talleres de sanación para efectivamente dar visibilidad a esta violencia que entra en los cuerpos tanto como en los territorios. Es una narrativa muy disruptiva, muy interpelante, diría yo, que hoy se expande por América Latina.
Y la última, aunque seguramente no estoy agotando las narrativas y los feminismos ecoterritoriales, es la que está ligada a la soberanía alimentaria, a los feminismos campesinos e indígenas que ponen en el centro otros modos de habitar el territorio, otros modos de producir la tierra, y que denuncian también la desigualdad en la distribución de la tierra porque, ustedes saben, a nivel global, el 75 por ciento de las tierras son trabajadas por mujeres, mientras que solo el tres por ciento de esas mujeres son propietarias. Esto se da en el marco de esa categoría central que la Coordinadora Latinoamericana de Organizaciones del Campo (CLOC) y la Vía Campesina han venido sosteniendo, la de la soberanía alimentaria. Sobre todo, el paradigma de la agroecología, que cada vez se instala de manera más firme y que se opone a aquel que encarna la violencia ambiental, que es el paradigma de los agronegocios.
Entonces, tenemos un espacio de geometría variable, de feminismos ecoterritoriales muy potentes que van recreando nuevas narrativas, que introducen nuevos temas tanto para la ecología como para los feminismos, democratizando a estos últimos y, sin duda, haciendo grandes aportes en este contexto de crisis ambiental. Cerraría subrayando que, si ustedes observan las luchas ecoterritoriales de los últimos 15 o 20 años, podemos afirmar que ha habido un desplazamiento en términos de protagonismo social. Si alrededor del año 2000, el inicio del ciclo progresista o la llamada “marea rosa”, tuvo a los pueblos originarios como aquellos que acuñaron las grandes categorías y horizontes de nuestra gramática política, al final del ciclo y en la actualidad son las mujeres, los feminismos ecoterritoriales, los que acuñan nuevas categorías horizonte, sobre todo al calor de la crisis ecológica.
Eso es importante que lo tengamos en cuenta a la hora de intervenir en el debate sobre la transición ecosocial justa que requiere de la construcción de un movimiento transambiental, que tendrá sin dudas a las mujeres y a los feminismos ecoterritoriales como grandes protagonistas; a partir de un ecofeminismo que se nutre mucho de la interconexión con la naturaleza y de una epistemología de los afectos y las emociones. Muchas gracias.
(*) Maristella Svampa es investigadora, docente y escritora. Licenciada en Filosofía por la Universidad Nacional de Córdoba y Doctora en Sociología por la Escuela de Altos Estudios en Ciencias Sociales (EHESS) de París. Ha recibido varios premios y reconocimientos, entre los cuales se destacan el Premio Konex de platino en Sociología (2016) y el Premio Nacional de Ensayo Sociológico por su libro Debates latinoamericanos. Indianismo, Desarrollo, Dependencia y Populismo (2018). Coordina el Grupo de Estudios Críticos e Interdisciplinarios sobre la Problemática Energética (www.gecipe.org) y, desde 2011, es miembro del Grupo Permanente de Alternativas al Desarrollo.
Se autodefine como una intelectual anfibia, que piensa en clave latinoamericana. Sus investigaciones abordan la crisis socioecológica, los movimientos sociales y la acción colectiva, así como problemáticas ligadas al pensamiento crítico y la teoría social latinoamericana.
Fuente: https://www.mujeresdelsur.org/