Sanar
Por Paula Ciancio-
Sus manos no dejaban de temblar. Sus piernas estaban tan tensas que parecían el tronco de los árboles más añejos del parque.
Su respiración se aceleraba y sentía en el pecho una puntada profunda que le quitaba el aire y la confundía.
La presión en su cabeza era constante, como si alguien le apretara las cienes con fuerza.
Ya casi no resistía el peso en sus espaldas. Los pies estaban hinchados y cansados.
No era una mujer vieja, pero había hecho un largo recorrido. Anduvo caminos áridos y solitarios y los había transitado con entereza. Pero ahora, su cuerpo parecía estar diciendo basta. Parecía que no era capaz de soportar una carga más.
Tomó consciencia de cada dolor, de cada molestia, de cada incomodidad. Pudo percibir como nunca antes el mensaje que cada miembro de su cuerpo le transmitía.
Comenzó a abrazarse en cada dolor, acariciar cada herida y cicatriz, integrarlas a sus rituales de cuidado cotidiano.
Empezó a poner límites cuando sus manos ya no podían más, y a decir “no” frente a las exigencias cuando sus pies ya no podían avanzar.
Comenzó a cuidar el aire que necesitaba respirar. Cada vez que ingresaba a su cuerpo era valorado y sentía que la llenaba de energía.
Su pecho lentamente comenzó a alivianarse. Comprendió que no podía seguir exigiéndose a costa de su bienestar. Eligió habitarse, para sanar.
Cada síntoma, abrió una ventana nueva en su mente y en su corazón, para reconocer sus carencias, sus deseos, sus necesidades. Hubo días en que no pudo moverse de la cama y así se lo permitió. Hasta sanar, o al menos, comenzar ese camino de sanación. Aunque ahora sabe que será un proceso largo, quizá interminable, mientras duren sus días. Pero ya no tiene miedo. Porque sabe que su cuerpo tiene el poder de generar la medicina necesaria. Esa que no encuentra afuera, la que la conecta con sus sueños, con su alma, con su música, con cada parte del cuerpo que habita y que, ahora sabe, está profundamente conectado a esa energía divina que la mantiene animada, viva.