La iglesia y el uso de materiales plásticos

Benita Simón Mendoza, Coordinadora del Programa de Medioambiente del Centro Esdras-

Aniversarios, cultos especiales, convivencias, bodas, ventas, tiempos de café, Santa Cena, y más; sea cual sea el tipo o tamaño de iglesia, en todas se celebran actividades como estas, que alegran a las personas que comparten la celebración. Sin embargo, en la última década con mayor frecuencia somos testigos que al final de dichas celebraciones, grandes bolsas y botes de basura son rebalsados por los recipientes de comida que fueron utilizados.

Aunque varios son los materiales que desde las iglesias desechamos, como bolsas, adornos, botellas, latas, etc. En esta ocasión hemos decidido enfocarnos especialmente en uno, el duroport. Este material, que recibe distintos nombres según el país es un Poliestireno Expandido (EPS), un material plástico espumado. Para producir poliestireno se utilizan recursos no renovables, Ya que es un plástico derivado de petróleo.

En su momento, el duroport se convirtió en un material noble, con el que se pretendía facilitarles la vida a las personas, haciendo más prácticas muchas actividades como embalaje de mercadería, construcción, hasta elaboración de diversos productos de uso cotidiano, como recipientes contenedores de alimentos.

Inmediatamente los hogares, escuelas, organizaciones, adoptaron este material como parte de la cotidianidad y las iglesias cristianas no fueron la excepción, a pesar de que muchas de estas cuentan con sus propios recipientes de barro, porcelana o plástico reutilizable, el uso del duroport se convirtió en un alivio al final de la jornada.

Sin embargo, aunque el duroport parece un material sencillo e inocente, hay factores complejos tras su uso, en este espacio mencionamos 4.

1. No se degrada: puesto que muchos expertos afirman que por lo menos tarda 800 años en degradarse y otros indican que nunca se degrada porque solamente se vuelven plásticos más pequeños ‘micro plásticos’ que se dispersan y permanecen en la naturaleza.

2. No se recicla: por ser un plástico expandido, su proceso de reciclaje es poco rentable y prácticamente nulo en países como Guatemala.

3. Altamente contaminante: es uno de los materiales que más volumen acumula en los botaderos de basura y, por si fuera poco, por su consistencia es bastante inflamable, es decir, favorece la propagación de incendios.

4. Dañino para la salud: muchos animales se lo comen pensando que es su alimento; y el humo que genera al ser quemado es cancerígeno para las personas.

Cuando pensamos en estas características del duroport, como hijos e hijas de Dios deberíamos cuestionarnos ¿Cómo el uso de este material siendo un acto tan pequeño y habitual habla sobre nuestro compromiso en ser parte de la restauración de “todas las cosas”, como Colosenses 1:20 nos indica que fue la misión de Jesús y que al mismo tiempo nos hereda al creer en Él? 

Entonces, si el Dios en que creemos es el mismo Dios creador y sustentador de todo lo que existe, ¿cómo nos sentimos al pensar que en los en los cultos le cantamos que le amamos y adoramos, pero segundos después somos parte de la injusticia, opresión y destrucción de su creación? No existe coherencia entre el hecho de decir con nuestras palabras que queremos servirle y adorarle, si con algo tan pequeño somos indiferentes y egoístas como individuos o como comunidad.   

“El problema es que las hermanas ya no quieren lavar los trastos…” Dijo un pastor mientras recibía una capacitación sobre características e impacto de distintos materiales en el ambiente. De manera interesante este comentario nos mueve a pensar más allá del uso de un material altamente contaminante, en otros aspectos de justicia a lo interno de las iglesias.

Es común en Guatemala que los temas de preparación de alimentos en todo tipo de celebraciones es una tarea relegada a las mujeres, pero ¿Cómo funciona esto a lo interno de las iglesias?

Quizá hay comisiones para el desarrollo de actividades, algunos están con la música, otros están con temas de limpieza del lugar de celebración, quizá otras personas con decoración; sin embargo, en la mayoría de casos, un grupo de mujeres asumen tareas relacionadas a la comida, la cual inicia incluso uno o dos días antes de la actividad con cálculos, compras, limpieza, preparación de ollas y de más recipientes. El día del evento, muchas personas están sirviendo, la mayoría dentro del mismo espacio de la actividad o celebración, pero las cocineras, en la cocina lejos de la actividad, muy probablemente se perdieron el tiempo de música, la prédica, la celebración en sí, por atender los preparativos de la comida (a veces desde la madrugada),  y esperan el momento para recibir la señal y así comenzar a servir la comida; son las últimas personas que se sientan a comer y por si fuera poco, les toca lavar los trastos de toda la congregación.

¿Es este un modelo de comunidad en el que Jesús se habría complacido? ¿No sería más justo rotar responsabilidades o comisiones? Sería valioso y bello encontrar maneras creativas de vivir las celebraciones con más justicia.

Entonces, más allá de sólo pensar en el tema del impacto que el plástico expandido genera en el ambiente, debemos reconocer que hay implicaciones socio-culturales que han hecho que recipientes de este material sean tan frecuentemente preferidos.

Sin embargo, la realidad alarmante del estado actual del medioambiente no nos deja espacio a darnos palmaditas en los hombros y, a pesar de lamentar, seguir contaminando. La responsabilidad de cada río, lago, bosque, parque contaminado, es implicación de todos los grupos de personas e individuos. La responsabilidad y compromiso de cuidado de la creación es un llamado todavía más contundente para las personas cristianas, porque las Escrituras continuamente nos enseñan que la creación además de poseer valor propio, es profundamente amada por Dios y Él sigue en sostenimiento de ella hasta ser restaurada.  

La verdad de que como hijos e hijas de Dios hemos heredado el don de reconciliar todo aquello que ha sido roto, se conecta de manera directa con la restauración de la creación. Es verdad que, si grandes industrias no reducen su impacto ambiental, poco pueden significar las acciones particulares o de un grupo; si como Iglesia caemos en el pecado de justificar el mal de otros para así ser grandes productoras de residuos que dañan la vida, deberíamos cuestionarnos el tipo de evangelio que hemos creído y que vivimos. Pues es la Iglesia quien modela e inspira a vivir diferente, ahí construimos el estilo de vida que reproducimos fuera, en el trabajo, negocios, familia, vecindario.

De tal manera, que, aún si todas las personas a nuestro alrededor hacen lo que daña, debemos recordar que no es igual para quienes seguimos a Jesús, quienes somos llamadas a vivir contracorriente, amando al mundo como Él lo ha amado (Juan 3:16).


Fuente: https://centroesdras.blogspot.com/




Claudia Florentin