En sus brazos
Por Virginia Raquel Azcuy-
Pocas experiencias humanas pueden ser tan positivas como el saberse en brazos de quien nos ama y eso se aplica a los distintos tipos de relaciones, pero quizás especialmente a la vivencia de la hija o el hijo en los brazos de su madre y su padre. Por esta razón, el uso de esta imagen para expresar nuestra relación con Dios, padre y madre nuestra, resulta tan significativa para la vida de los cristianos. Eso sí, para hacer tal experiencia espiritual se requiere de mucha confianza, de modo tal que logremos la confianza radical de poner nuestra vida en sus manos.
La fiesta del Bautismo del Señor que celebramos este domingo nos introduce en este misterioso mundo de la filiación, el abandono en Dios y el descanso en sus brazos, que somos invitados a profundizar. Este domingo leemos el relato del bautismo de Jesús según el evangelio de Lucas (cf. Lc 3,21-22), que nos recuerda cómo Dios guía a su pueblo como un pastor cuida a su rebaño: “Como un pastor que apacienta el rebaño, su brazo lo reúne, toma en brazos los corderos y hace recostar a las madres” (Is 40,11). El profeta Isaías aplica las imágenes pastoriles a Dios mismo que no sólo actúa por su intermedio, sino que acompaña directamente a su rebaño. Estas lecturas nos evocan rápidamente el Salmo 22, que comienza proclamando: “El Señor es mi pastor” (22,1) y también la identificación de Jesús con el buen Pastor, “Yo soy el buen Pastor” (Jn 10,11a), en la hermosa comparación ofrecida por el cuarto evangelio (cf. 10,7-18).
Veamos más de cerca el relato lucano del bautismo de Jesús, que está precedido por la narración de la misión y el encarcelamiento de Juan, el Bautista. La secuencia sirve para establecer una comparación entre el bautismo que ofrece cada uno: Juan bautiza “con agua”, pero Jesús “bautizará con Espíritu Santo y fuego” (Lc 3,16). En el bautismo, precisamente, contemplamos la voz del Padre y el descenso del Espíritu en una escena de manifestación: “Jesús se bautizó, y mientras oraba, se abrió el cielo, bajó sobre él el Espíritu Santo en forma de paloma y se oyó una voz del cielo: «tú eres mi hijo querido, mi predilecto»” (Lc 3,21-22). ¿Cómo habrá sido ese momento de oración de Jesús? Quizás él hizo la experiencia de estar en los brazos de Dios…
Otro detalle del breve relato nos da la ocasión de detenernos: “Todo el pueblo se bautizaba y también Jesús se bautizó” (Lc 3,21a). La relación entre Jesús y el pueblo queda en el centro: él se comporta como uno más de su pueblo, pero su bautismo no es para el perdón de los pecados sino para prepararse a su misión como Mesías destinado a este pueblo (cf. Lc 4,16ss). En el bautismo de Jesús, se manifiesta el plan de Dios sobre él y se anticipa que él es el Ungido: “El Espíritu del Señor está sobre mí, porque él me ha ungido para que de la Buena Noticia a los pobres; me ha enviado a anunciar la libertad a los cautivos y la vista a los ciegos, para poner en libertad a los oprimidos, para proclamar un año de gracia del Señor” (Lc 4,18-19). Jesús es el Salvador (cf. Lc 2,11) y su bautismo es la prepara para el inicio de su misión de salvación.
¿Qué significa en nuestra vida el bautismo de Jesús? Ante todo, podemos pensar que el bautismo de Jesús es una manifestación de su relación con Dios y el Espíritu; somos invitados a entrar en la escena del bautismo para asomarnos a la oración de Jesús y a su estar en los brazos de su Padre-madre; junto a él, oramos: el Señor es mi pastor y, de María, aprendemos a decir: mi espíritu se alegra en Dios, mi Salvador (cf. Lc 1,47). La fiesta del bautismo nos recuerda que los bautizados somos hijas e hijos queridos de Dios: un buen motivo para agradecer de corazón. Otro tema importante que se vincula al bautismo es la misión o envío; como Jesús, somos convocadas/os a comunicar la buena noticia de la llegada de la salvación. Entonces, podemos preguntarnos qué significa ser evangelizadores, cuál es el estilo de cristianismo que hoy puede hablar mejor de la salvación a quienes nos rodean. Jesús, buen Pastor, nos guía en el camino..