El sobre perdido
15:8 ¿O qué mujer que tiene diez dracmas, si pierde una dracma, no enciende la lámpara, y barre la casa, y busca con diligencia hasta encontrarla? 15:9 Y cuando la encuentra, reúne a sus amigas y vecinas, diciendo: Gozaos conmigo, porque he encontrado la dracma que había perdido. 15:10 Así os digo que hay gozo delante de los ángeles de Dios por un pecador que se arrepiente.
LUCAS 15: 8-10
Un cuento de Paula Ciancio-
Mariana sentía tanta desesperación por no encontrar ese sobre, que no sabía por dónde empezar a buscar. El dinero que guardaba allí era lo único que tenía. Con él iba a alimentar a sus hijas, pagar sus cuentas, el alquiler y los gastos del mes que tenía por delante. Contaba con ese dinero hasta que llegara la próxima cuota de la ayuda que recibía por la discapacidad de su hija menor, que sumado a algunas horas de trabajo doméstico que podía hacer cuando las nenas estaban en clases, era lo que las sostenía. No podía perderlo así como así.
Esa mañana, después de llevar a sus hijas a la escuela, Mariana se encerró en su departamento y abrió todas las ventanas para que entrara la luz del sol e iluminara cada espacio. Tomó una escoba y comenzó a barrer cuidadosamente cada rincón. Estaba dispuesta a buscar hasta que el sobre apareciera, aunque tuviese que pasar el día entero en esa tarea. La búsqueda no iba a ser fácil, a pesar de que viven en un departamento pequeño de un complejo barrial en las afueras de la ciudad. Allí está todo lo que tienen, y como siempre dice: “es todo lo que necesitamos para vivir”.
Este es su hogar desde hace cinco años cuando Adrián, su compañero de toda la vida, falleció en un accidente de trabajo y ella y las nenas tuvieron que dejar la casa que alquilaban. Su barrio actual no es feo, pero quizás algo inseguro, principalmente cuando comienza a oscurecer, pero se hizo amiga de varias vecinas con las que siente que tiene muchas cosas en común. Comparten largas charlas, casi siempre mientras sus hijos e hijas están en la escuela, o juegan en el patio del complejo, y pueden conversar con unos mates amargos de por medio. Como casi todas son mamás solas, se reparten entre el trabajo, la crianza y las tareas domésticas, y eso las une. Si alguna necesita que cuiden de sus hijos o que los busquen en la escuela mientras trabaja, allí están siempre para ayudarse. Generalmente a fin de mes, cuando los recursos empiezan a escasear, se ponen de acuerdo para compartir lo que tienen y se juntan a cocinar algo caliente y nutritivo. A pesar de todas las carencias, para ellas el encuentro es una fiesta. Siempre están dispuestas a escucharse y acompañarse. Mariana siente que son su tribu, sus hermanas, sus compañeras en medio de la desesperanza. ¿Acaso las amigas no son eso, las hermanas que la vida nos ha regalado?
Ahora, en cambio, está sola en su departamento, buscando ese sobre perdido. Comienza de a poco a desesperarse porque sabe lo duro que va a ser este mes si no lo encuentra. Aun así, barre con cuidado hasta el último rincón. En su cuidadosa búsqueda observa atentamente el suelo de cerámicos gastados y viejos, aunque todo su esfuerzo parece en vano: el sobre sigue sin aparecer.
Sin embargo, en el recorrido, se encuentra con otras cosas que van resonando en su interior: un álbum con algunas fotos de su infancia en Salta, que mira lentamente de principio a fin, como si no tuviera urgencia de seguir con tu tarea. Allí también estaba el pasaje que compró para viajar a Buenos Aires la primera vez. Al verlo y pasar su mano sobre él, casi como acariciándolo, vienen a su mente aquellos miedos e ilusiones que cargó en su mochila con tanta determinación.
Sigue su recorrido en busca del sobre, hasta que en una caja de cartón encuentra varias fotos de Adrián junto a su vieja armónica, la que tanto le gustaba escuchar. Prueba con algunos sonidos, pero todo su cuerpo se estremece al oírla otra vez y la vuelve a guardar. En la biblioteca se cruza con algunos libros de cuando había comenzado a estudiar enfermería y en el fondo de un cajón descubre alguna que otra carta de su madre con fechas muy lejanas, aunque tan presentes en su memoria.
De alguna manera vive un proceso complejo y profundo, porque cada vez que se tropieza con una de estas cosas, algo se remueve en su interior. Llegan recuerdos que traen al mismo tiempo lágrimas y sonrisas. Como escenas de una película revive esos momentos que pensó tan lejanos y olvidados. ¿Será que nunca se van de nosotras las escenas que marcaron nuestras vidas?
Mariana había quedado embarazada muy joven, por lo que tuvo que suspender sus estudios con la esperanza de retomarlos más adelante, algo que hoy le resulta imposible. Primero nació Agustina y dos años después llegó Luciana con un problema auditivo congénito, por tanto, toda la familia tuvo que adaptarse a sus necesidades. Mariana y Adrián tuvieron que aprender a comunicarse con ella en lengua de señas y de a poco también Agustina.
Adrián trabajaba como albañil en una cuadrilla que siempre tenía algún trabajo, por eso podían darse unos pocos gustos. Alquilaban esa linda casa con patio que a Mariana tanto le gustaba porque podía tener muchas plantas. Pero cuando su compañero ya no estuvo, todo se complicó para ellas. La empresa le dio apenas unos pesos para resolver algunas cuentas y afrontar los gastos de la operación de Luciana que ya estaba programada. Todo se hizo cuesta arriba desde que quedó como único sostén de la familia. Su mamá vivía lejos, y pocas veces podía ayudarla económicamente, aunque sus cartas eran un verdadero sustento anímico.
Mientras barre, recuerda cuántas noches pasó sin dormir, leyendo aquellas cartas, ahogada en las preocupaciones y preguntas a las que no encontraba respuesta. Afortunadamente, consiguió este departamento y un compañero de trabajo de Adrián que tiene una “chata” —como le dice él—, la ayudó con la mudanza. Aprovechó a sacar todas las cosas de Adrián, diciéndose: “ya no las voy a necesitar”, con un nudo en la garganta. Mudó apenas lo necesario y lo que podía caber en su nuevo hogar. Solo conservó una caja de zapatos con algunos objetos personales que no abre desde aquellos días porque la ausencia todavía le genera profundo enojo y dolor.
Allí está ahora Mariana, barriendo y barriendo sin descanso, como poseída por una extraña desazón que sin embargo la impulsa a seguir.
Corre muebles, abre cajones, hojea libros y cuadernos. Tantos recuerdos se asoman, tantos dolores afloran repentinamente, tantos sueños destruidos o postergados invaden su memoria, que tiene que dejar la escoba para sentarse a llorar en una silla de la cocina. Al principio es un llanto débil, profundamente triste, pero después esa agua toma tanta fuerza que arrastra una rabia contenida que la deja sin voz. Porque al fin y al cabo ¿no son las lágrimas, un torrente de aguas que corre con fuerzas para limpiar el alma?
Llora por aquel accidente, por la operación de su hija que no resultó como los médicos esperaban, llora por Agustina a la que siempre relega por causa de las necesidades de su hermana, llora por lo lejos que está su madre y por los abrazos que anheló y anhela, llora por las noches oscuras y las carencias que sufren todavía sus hijas. Llora por el dolor en su cuerpo cansado y en su alma rota. Llora y se enoja con Dios; le pregunta por qué, hasta cuándo, y llora por tantas cosas que creía resueltas hasta que se deja caer al piso, como derrotada por el peso de las lágrimas, hastiada por tantos años de soledad y desamparo. Y allí con sus dos manos apoyadas en el suelo, su cabello largo y negro escondiendo su rostro, comienza a respirar profunda y lentamente.
El desahogo hace que poco a poco vaya recuperando la calma. Frota las manos por sus ojos, recoge el pelo en un rodete y de repente se encuentra en el reflejo del ventanal que daba a ese patio compartido con las vecinas. Se mira sentada en ese piso viejo. Se descubre débil pero a la vez fuerte al pensar a todo lo que ha sobrevivido. Se observa y de alguna manera recupera un poco de valor, se abraza en un gesto de cariño y confianza. De pronto sonríe aliviada y dispuesta a perdonarse por tantas cosas de las que se creía responsable. Reconoce cuánta fuerza tuvo para afrontar esas circunstancias difíciles y cuánto logró soportar. Decide ahora, mirándose en ese vidrio, que no renunciará al sueño de recibirse y entiende también que nunca estuvo sola. Decide que ya no va a culparse por la discapacidad de su hijita y que valorará el maravilloso ser que es su pequeña, más allá de su sordera. Y mientras empieza a vislumbrar una esperanza, sus ojos negros y grandes giran hacia la mesada de la cocina. Entonces, extraña y milagrosamente, alcanza a ver un pedazo de papel blanco que asoma por debajo de su viejo y oxidado lavarropas. Se va acercando hasta él sin apartar la vista, y cuando lo alcanza con sus dedos finos y estilizados, se da cuenta que había encontrado el sobre con el dinero que tanto buscaba. ¿Acaso no solemos perder de vista las cosas que buscamos por estar tan enfocadas en nuestro dolor?
La alegría de Mariana es tan grande que ahora sus lágrimas son de felicidad, de puro júbilo. Comienza a gritar y sale al patio. Todas sus vecinas se asoman al escucharla para ver qué pasa y Mariana las abraza, gritando “¡Lo encontré, lo encontré! Este sobre sí que me la hizo difícil, pero lo encontré...”. ¿Sería el sobre solo una excusa para encontrarse con ella misma? ¿Sería momento ya de reconciliarse con su pasado?
Todas sus amigas se alegran con ella y la rodean con sus brazos, sabiendo que había encontrado mucho más que un sobre. La ven alegre, libre e iluminada, tan contenta que no fue necesario que les explicara todo lo que había sucedido esa mañana dentro de aquel departamento.
Ese momento va a quedar para siempre en su corazón y también esos recuerdos que ya no duelen tanto; se había atrevido a mirarlos de frente, comenzaban a sanar.
Ilustración: Lili Delmonte
@soylilidel