El mesianismo de los cuerpos

Dra. Marilú Rojas Salazar

Lucas. 7, 36-38:

“Uno de los fariseos rogó a Jesús que comiese con él. Y habiendo entrado en casa del fariseo, se sentó a la mesa. Entonces una mujer de la ciudad, que era pecadora, al saber que Jesús estaba a la mesa en casa del fariseo, trajo un frasco de alabastro con perfume; y estando detrás de él a sus pies, llorando, comenzó a regar con lágrimas sus pies, y los enjugaba con sus cabellos; y besaba sus pies, y los ungía con el perfume”. (RV.1960)

¿Quién era esa mujer que se atrevió a perfumar y besar a Jesús en su corporalidad? ¿Por qué estaba esa mujer ahí con hombres tan refinados y cultos, y en la casa de un Fariseo? ¿Acaso lo permitía la ley? ¿Cómo es que le permitieron entrar a esa casa de un hombre de Dios? ¿Cómo se llamaba esa mujer? ¿Por qué ha sido tan emblemática en los textos y por qué fue tan importante el hecho que la comunidad Lucana lo redacta para que nos enteremos de lo sucedido?

Mi hipótesis es que era una Hetaira, era el nombre que recibían algunas mujeres de una clase distinguida de personas libres, las cuales, generalmente, desempeñaban funciones de artistas, contertulias y acompañantes en las discusiones filosóficas, políticas, o religiosas. En contraste con la mayoría de mujeres de la antigua Grecia, las heteras recibían educación, poseían independencia económica y podían alcanzar un gran poder social, y eran las únicas mujeres que podían participar en los simposios (reuniones festivas de políticos, filósofos, artistas y eruditos), siendo sus opiniones y creencias muy respetadas por los hombres. Hay quien llega a afirmar que eran mujeres intelectuales cuya labor era la estimulación intelectual, pues sabían de arte, música, danza, filosofía y literatura, eran expertas en el arte de conversar. Los filósofos las describen como agudas, refinadas y extremadamente bellas. Se les permitía vestir de rojo transparente para velar su desnudez.

Y no necesariamente eran sexo-servidoras. Las heteras, al menos las libres, administraban sus ganancias por sí mismas, con lo que podían llegar a ser muy ricas, aunque también estaban obligadas a pagar impuestos como todos los demás oficios, de otra manera, una mujer campesina no podría pagar un frasco de perfume tan caro. A este tipo de mujeres desde la mirada heteropatriarcal se les consideraba ‘prostitutas’, sin embargo, hetera significa compañera y eran las mujeres más libres de la Grecia Antigua.

Esto nos permite entonces deducir que para el mundo bíblico ‘prostituta o pecadora’ no necesariamente hace referencia a una sexo-servidora, sino a toda mujer libre, que tuviera una independencia económica, que diera culto a otras divinidades, que no estuviera bajo la autoridad de un hombre, que fuera extranjera o no judía y que tuviera que trabajar en el espacio público. Lo que nos interesa en el presente texto no es responder a la pregunta del fariseo ¿qué tipo de mujer es la que lo está tocando? Sino quién es la mujer que se atrevió a ungir a Jesús en su corporalidad.

Nos encontramos en el encuentro de dos corporalidades: el cuerpo de Jesús y el cuerpo de la mujer. Dos cuerpos que se encuentran. Jesús comparte su cristificación al cuerpo de la mujer, y el cuerpo de la mujer brinda y comparte la plenitud de su humanidad en una fuerza erótica como amor que supera el narcisismo ególatra para encontrase con la projimidad de Jesús, de tal manera que, ambos cuerpos se cristifican y comparten la tarea mesiánica de salvación, es decir, la salvación es corporal, encarnada e histórica, si por tarea mesiánica entendemos un acto libertario a través del cual se instaure la justicia y la felicidad.

La mujer no solo unge con perfume la corporalidad de Jesús para reconocerle como profeta, sino que le unge con su humanidad y de esa manera le ‘salva’ del sistema patriarcal misógino que consideraba los cuerpos de las mujeres como impuros; por su parte, la corporalidad de Jesús comparte la misión mesiánica al cuerpo de ella en proceso de mutua cristificación. Todo esto se realiza en público y ante la mirada de todos, en medio de un banquete o simposio para desenmascarar de los prejuicios patriarcales a los hombres que habían sido los anfitriones del mismo.

La autora es teóloga Feminista Mexicana Católica. Publicado en Devocionario Caminando en Sororidad

Claudia Florentin