Al amor no le basta una palabra

Pastora Dora Arce Valentin, Cuba-

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Hace unos días, en mi muro de Facebook, recordaba una frase que encontré en una saga de novelas de la escritora Diana Gabaldon. Por cierto, todavía ando por el quinto libro y aún dicen que sigue escribiendo.

El primer libro de esta saga se llama “Viajera” y solo les comento que es una enfermera que finalizada la Primera Guerra Mundial se reúne con su esposo, un historiador de profesión para viajar a un pueblo del norte de Escocia para una segunda luna de miel. Versión más corta de la trama: ella atraviesa el tiempo y va a parar 200 años detrás para revivir la historia de las guerras entre ingleses y escoceses por la liberación de las llamadas Tierras Altas. Por supuesto, incluye una historia de amor entre la “viajera” y un escocés. Parecería cursi pero es un novela bien escrita con mucha información histórica y cultural, cosas que siempre me agradan encontrar en las lecturas para tiempos de ocio. Hay una serie para televisión que está siguiendo libro por libro y creo que anda por la quinta temporada.

Regresando a la cita que nos va a ocupar . Ella dice en su primer libro: "Ahora sé porque los judíos y los musulmanes tienen novecientos nombres para denominar a Dios; al amor no le basta con una palabra". Ya mis amistades especialistas me han llamado la atención de la falta de rigor de la frase y sus limitaciones al no considerar otras expresiones religiosas, pero quiero insistir en leerla como una hermosa metáfora de lo que pudiera ser intentar atrapar el significado verdadero de Dios, como amor, en una sola palabra. Imposible!

Todo intento humano de atrapar en una palabra, que es por carambola, definir a Dios es una señal de arrogancia. La Biblia lo tiene muy claro. Es por eso que cuando Dios revela su nombre a Moisés, lo hace a través de cuatro letras que son imposibles de pronunciar en el hebreo original, porque son cuatro “consonantes”: YHWH (conocido como el tetragramaton). A lo largo de las múltiples traducciones de la Biblia Hebrea se llegó (historia larga incluida) a Yavé, Yavhé, Yaveh, y luego apareció Jehová. Lo más importante en este asunto es que la intención original siempre fue no poder decir el nombre de Dios, -de ahí el mandamiento de no tomar su nombre en vano-, para evitar el encerrar a Dios en un concepto humano. Creo yo, entonces, que por esas mismas razones el amor no podría encerrarse en un sola palabra, en un concepto cerrado, en algo que le ponga límites. Como diría Diana Gabaldon, no le basta con una palabra.

Por estos días, he descubierto, especialmente en las redes sociales, que parece que al odio tampoco le basta con una palabra. ¡Qué ironía! He visto el odio en tantas formas: amenazas, insultos, sarcasmo (la versión maligna de la ironía), mentiras, difamación, burla grotesca e inmisericorde -denigrando personas que solo han hecho bien donde quiera que han pasado- por no hablar de groserías cuando todo lo anteriormente mencionado no alcanza o no es apto para ciertos niveles de odio. Ahora, lo peor de este descubrimiento es que lo he visto en personas que dicen llamarse cristianas y hasta acotan su odio con versículos de la Biblia o con preocupaciones “eclesiológicas”. ¡Oh, sí!, La Biblia parece que sirve para el odio también. Solo depende del corazón de quien la use.

Para ser totalmente honesta, tengo que admitirlo, tales muestras de odios, duelen. No porque importe mucho lo que se dice, sino porque muchas han sido dichas en el nombre de Dios, anteponiendo a ese amargo discurso el nombre de Jesús, un humilde carpintero de Nazaret cuya vida la dedicó a predicar sobre el amor de Dios, sobre la acogida de nuestras vulnerabilidades como seres humanos a través del perdón, de la reconciliación, de la paz, siempre acompañada de la justicia.

El hombre que dijo que no había más amor que aquel que dar la vida por sus amigas y amigos. No solo lo dijo, sino que lo hizo. Que es lo que nos falta para alcanzar su altura, hacer en vez de decir. Fueron precisamente la mentira, la difamación, las burlas grotescas, el denigrarlo hasta la humillación, en fin, el odio en todas sus muchas expresiones, lo que lo llevaron a la cruz.

Pues sepan bien aquellas personas que destilan odio en todas sus formas que no podrán contra el amor. Lo demostró Jesús en la cruz. Venció la muerte, venció el odio y triunfó el amor, triunfó la vida. El amor siempre tiene la última palabra, o mejor, las últimas palabras. Dios, que es amor en todas esas múltiples expresiones, siempre tendrá la última palabra.

Lo afirmo con toda convicción. Allá quienes no lo crean posible. Yo siempre apostaré por el amor. Como diría Silvio: “yo me muero como viví”. Porque continuaremos haciendo lo que creemos correcto y lo que podemos desde nuestro pequeño lugar, para que ese amor se multiplique.

Como dice uno de mis Proverbios favoritos: “El odio provoca peleas, pero el amor perdona todas las faltas” (10:12).

Fuente: Voces Ecuménicas Cubanas

Claudia Florentin