Estamos llorando como niñas
Y eso está muy lejos de avergonzarnos.
Por Catalina Arias.
De lo que si nos avergonzamos es de quienes se hacen llamar la ley y la justicia chilena. El caso de Antonia Barra no es el primero ni el único, existen muchas mujeres que, como ella en soledad, en silencio por múltiples motivos terminan encontrando una salida en el “suicidio feminicida”. ¿Hemos considerado en nuestros debates tal concepto? ¿Existe alguna ley en nuestros países que sepa condenar a quien resulte responsable?
Antonia Barra (21 años) Salió una noche a bailar con sus amigas y se encontró con Martin Pradenas (28 años) en la Discoteque, pero a la mañana siguiente, despertó en una cabaña con Martin encima de ella. Antonia le gritó que salga; se vistió y llamó a su amiga para que fuera rápidamente a buscarla.
Al reaccionar y entender que fue violada llama a Martin por teléfono y lo enfrenta. El solo niega lo que pasado, tratándola de loca y enferma. Pero los detalles del testimonio de Antonia quedan registrados en múltiples audios que envía a su amiga y a cercanos para sobrellevar esa tormenta.
Un mes después, Antonia llama a su ex-pareja Rodrigo Canario para contarle y explicar lo que había sucedido; como respuesta solo recibe acusaciones y mayor violencia. Rodrigo la maltrata, difunde el audio, que termina en manos de su agresor y Antonia comienza a enfrentarse a un tormento mayor de presión y amenazas. Incluso horas antes de su muerte existe un registro de llamada de Martin a Antonia. Antonia llamó por última vez a su ex pareja para despedirse y se dirigió al segundo piso de su propia casa donde se terminó suicidando. Por otro lado, Martin se encargó de romper y eliminar todo tipo de evidencias, consiguió una defensa que cuestiona a la víctima por no retirarse del lugar y encontrarse drogada o inestable.
La indignación se encendió más mientras la justicia chilena no decidía la prisión preventiva para Martín Pradenas; cosa que finalmente, ante la presión social, fue decretada el pasado viernes.
Una vez más estamos solas y sin garantías o protección de ninguna forma, sin justicia para nosotras, renace en las calles la furia y el canto “El Violador Eres Tú” que hace unos meses atrás recorrió el mundo bajo la performance del colectivo “Las Tesis” denunciando la complicidad de los jueces y la impunidad para nuestros asesinos y violadores.
Hoy estamos llorando en el interior, porque a todas se nos abre un poco esa herida.
No importa si esto nos sucedió ayer, hace un año, hace 15 o 30. No importa si fue en mayor o menor nivel, todas lo sentimos y estuvimos solas, cuestionadas, ridiculizadas y vulneradas.
Te rozaron, te tocaron, metieron sus dedos y todo lo que pudieron pero tú no podías sacar siquiera el aliento, no querías caminar sola, te daba terror sentir otro cuerpo cerca. Si era más de uno, si tenías que pasar por el medio mientras ellos estaban en grupo...
Son muchos sentimientos que intentaríamos expresar mientras nos leemos y sentimos solo a nosotras, que nos tenemos, nos acompañamos, nos conectamos, no importa de dónde vengas, nos tenemos, nos escuchamos y nos creemos. Mientras resistimos a una sociedad y cultura que nos burla, se ríe y ridiculiza, mientras nos culpa señalándonos como las “exageradas” e “histéricas”.
Una realidad que a las mujeres y hermanas cristianas también nos atraviesa fuertemente mientras nos encontramos en espacios religiosos que insisten en condenarnos antes de escuchar nuestros testimonios. Mientras desde las cúpulas escuchamos discursos de total sumisión y aquel “el amor que todo lo soporta” que lleva a las mujeres al silencio, a vivir temporadas y vidas enteras llenas de dolor oculto y permanente; tanto que preferirían desaparecer ellas mismas y morir antes de que todo se descubra o sus agresores fueran expuestos. En nuestras propias iglesias y comunidades también abundan expresiones idénticas a las de Antonia: “no quiero escándalos” y “no me van a creer”.
Mientras lidiamos con espacios liderados por hombres autorreferentes y competitivos entre sí, entre sus “ministerios” o el tamaño de sus congregaciones, a los que una imagen intachable, basada en reconocimientos, debe ser venerada bajo cualquier costo. No reciben bien ningún cuestionamiento por parte de mujeres en sus filas, que rápidamente serán catalogadas de rebeldes, insurrectas, pecadoras y “Jezabeles”. Es muy difícil esperar también de su parte la empatía y la comprensión, la escucha atenta y respetuosa, pero sobre todo el acompañamiento para realizar las denuncias pertinentes, sobre todo si los acusados se encuentran entre ellos.
Ahora que lo vemos explícitamente en el caso de Antonia Barra, ¿se logra entender porque prefiere la muerte antes que la vida? ¿Y por qué como muchas otras mujeres que han dejado cartas y mensajes de despedida, terminan entregando su propia vida para alcanzar la justicia?
Quienes la rodeaban y a quienes acudió, en quienes confío, la castigan, le dan la espalda y terminan por acompañarla a su sepultura.
A las mujeres que hoy levantamos con fuerza la voz por ella y por todas nos continuaran etiquetando y marginando como las “violentas” “rencorosas” o llenas de “Odio” por pedir reparación, verdad y justicia. Pero muy lejos de eso estamos.
Si a nosotras nos movilizara el odio, como intentan describirnos, los mismos hombres estarían siendo asesinados, masacrados, apuñalados, descuartizados y violados en masa como venganza de lo que nos han hecho y no es así. Lo único que tenemos, que nos permite resistir y sostenernos en una batalla eterna por las que las que ya no están y las que vendrán, por todas nosotras y nos enciende como fuego es el amor en la búsqueda de la justicia, ese amor que faltan las palabras para describirlo o lograr expresarlo.
Nos reconocemos heridas y llorando, como niñas, como mujeres portadoras de sus propias historias y las de la prójima, y nos sobran motivos para hacerlo. Vemos con dolor e impotencia la insistencia de un sistema judicial corrupto que parece pretender seguir castigándonos a nosotras y justificar nuestros castigos. Solo podemos despertar con fuerza y furia que nos moviliza a despertar a la Justicia. Nos moviliza a levantar la voz y nunca volver a calla. Nos moviliza a escuchar y respetar la vida de las mujeres, nos moviliza a denunciar las estructuras que sostienen estas prácticas y las defienden, pero sobre todo nos moviliza y no nos permite descansar hasta que cambiemos todo esto.
Podemos seguir llorando y lloraremos juntas, pero no como vergüenza o derrota, sino como Bienaventuradas...
“Bienaventuradas las que lloran”…