El cambio en el miedo

Por Mayela Carrillo, Venezuela-

 Cuando intentamos cambiar algo de nosotros solemos empezar  a manipularnos, entramos en la exigencia que muy a menudo nos hace sentir culpables y entramos en la guerra con esa parte de nosotros que quiere cambiar y la que se resiste al cambio. La «Teoría paradójica del cambio» desde su aparición en 1970, en el artículo originalmente publicado en «Fagan and Shepherd’s Gestalt Therapy Now», ha dejado una huella significativa en el campo del crecimiento personal; el cambio es un elemento inspirador de  resiliencia y  autenticidad.

     La «Teoría paradójica del cambio» podría expresarse así: «El cambio se produce cuando uno se convierte en lo que es, no cuando trata de convertirse en lo que no es». Esto sugiere que al aceptar plenamente lo que somos en el presente y tomar conciencia de nuestras experiencias y poder hacernos responsables de quienes somos, son las claves del cambio.

     La aceptación de la «Teoría paradójica del cambio» es una forma de contactar,  pero esto no se trata de una resignación ante una imagen del autoconcepto. No es decir, «soy miedoso y entonces acepto que soy miedoso». Se trata de aceptar nuestra experiencia de miedo y estar presente con ella, ser conscientes y hacernos responsables. Esta actitud nos permite ver el yo como un proceso en constante movimiento y por esto cambiante, a diferencia de tratar el yo como un autoconcepto rígido.

     Albert Einstein dijo: "La medida de la inteligencia es la capacidad de cambiar", esta cita destaca la importancia de la adaptabilidad y la flexibilidad en la evaluación de la verdadera inteligencia. En lugar de ser rígido en pensamiento, una persona verdaderamente inteligente está abierta a nuevas ideas, dispuesta a aprender y capaz de adaptarse a las circunstancias cambiantes. En un mundo que está en constante evolución, la capacidad de cambiar es crucial para la solución de problemas y la innovación. La visión de Einstein nos recuerda que la inteligencia no es sólo acerca del conocimiento o el coeficiente intelectual, sino también acerca de la capacidad de adaptarse y crecer en respuesta a nuevos desafíos y oportunidades.

     Cuando conseguimos un cambio, el precio suele ser el conflicto y la confusión. Generalmente, cuanto más tratamos de cambiar, más difícil se torna la situación. Aquello que forzamos se inhibe y el cambio real parece resistirse más y más. Paradójicamente, al actuar de esta manera, alimentamos precisamente aquello que queremos dejar atrás. Es más productivo tomar conciencia de cómo estamos, qué sentimos, qué trato de cambiar o evitar algo de mí que no me gusta. Cuando contáctamos  con la propia vivencia se descubre que el cambio puede producirse  por sí solo. Cuando puede mirarse sin juicio, el cambio se produce sin esfuerzo ni planificación.

Un ejemplo

     Imaginemos el encuentro de Jesús con la exposición en público narrada en Juan 8:1-11, le trajeron a una mujer sorprendida en adulterio; y poniéndola en medio le exigieron un pronunciamiento,  y como insistieran en preguntarle, se enderezó y les dijo: El que de vosotros esté sin pecado sea el primero en arrojar la piedra contra ella,  acusados por su conciencia, salían uno a uno, comenzando desde los más viejos hasta los postreros; y quedó solo Jesús, y la mujer que estaba en medio. Enderezándose Jesús, y no viendo a nadie sino a la mujer, le dijo: Mujer, ¿dónde están los que te acusaban? ¿Ninguno te condenó? Ella dijo: Ninguno, Señor. Entonces Jesús le dijo: Ni yo te condeno; vete, y no peques más.

En este relato probablemente la mujer sintió miedo ante tal exposición y el encuentro con Jesús provocó un cambio en el riesgo de vida, no solo fue acusada también fue protegida por quien es nuestro Señor, Salmos 71:3 Sé para mí una roca de refugio, adonde recurra yo continuamente. Tú has dado mandamiento para salvarme, Porque tú eres mi roca y mi fortaleza.

Conclusión

     Si me fuerzo a no sentir miedo, seguramente lo que pasará es que estaré energizando el miedo. Le estaré dando fuerza. Es posible que me ponga a prueba para intentar demostrarme que no tengo miedo. Me retaré a hablar delante de más y más gente. Lo pasaré mal. El miedo crecerá, se hará más presente, ocupará todavía más espacio en mi vida. Si por el contrario, lejos de obligarme a no sentir miedo, me acepto con miedo en esta cuestión, el asunto perderá fuerza. Dejaré de luchar contra ello y de sentirme tan mal porque me de miedo, sencillamente me sabré con miedo. Desde ahí, desde el no juzgarme por ello, desde el poder aceptarme así, puedo empezar a dar luz al asunto. Y eso es ir viendo cual es el miedo, más allá de lo obvio. Es ir viendo de dónde viene ese miedo, cómo es, que color tiene, que cara o caras presenta. Y así le voy conociendo y lo que se vuelve conocido como que da menos miedo.

Cuando le podemos ver la cara, aunque ésta no sea muy amable, por lo menos sabemos  a qué nos enfrentamos. Y es que el miedo más grande es a lo desconocido, por tanto cuanto más pueda conocer de él, menos miedo habrá. Parece que se trata, pues, de menos exigencia y de más conciencia. Y desde ahí los cambios se producirán. Bien es cierto que no son cambios rápidos y seguramente no lo son porque necesitamos ir asumiéndolos, ir haciéndolos nuestros.

 

Mayela Carrillo, Valencia. Venezuela

mayelacarrilloblanco@gmail.com

Claudia Florentin