Ante el asesinato de dos mujeres de la iglesia Metodista, la Conferencia Nacional anuncia protocolo de género y Capellanía para víctimas de violencias
Dos mujeres que estaban desaparecidas fueron encontradas asesinadas en Morelos, México, hace pocos días. Se trata de Sara Sofía Matus Fernández y Judith Fernández Cruz, ambas de la iglesia Metodista en México. Fuerte conmoción se vive en la Iglesia Metodista de México ante este hecho de violencia. El Obispo Moisés Morales Granados hizo pública una carta donde expresan el dolor, haciendo un reconocimiento de responsabilidad como iglesia ante la violencia que vive el país, ante los femicidios, ante los cuales se ha respondido con silencio. “Hemos dormido demasiado tiempo y hemos callado por muchos años. ¿Qué debemos hacer como iglesia? Es necesario que aceptemos nuestra responsabilidad. En una sociedad democrática, unos cuantos son culpables de los delitos, pero todos somos responsables… No nos equivoquemos: el silencio y la indiferencia nos hacen cómplices. ”, expresa.
La Conferencia tomará, dice el Obispo, medidas concretas, entre ellas:
- Daremos pasos para vivir según la justicia de género, la cual no es fundada en una ideología, sino en Jesucristo mismo, quien rompió con los roles y moldes de su época para ser cercano a las mujeres y a quienes eran vulnerables.
- retomaremos con responsabilidad el protocolo conferencial de prevención y acción en contra del acoso. Somos iglesia, llamada por Dios, pero también comunidad con heridas y pecados que han de sanar.
-comenzaremos a construir con el apoyo de ministras y laicas espacios de capellanía que acompañen a mujeres que hayan sufrido o sufran violencia de cualquier tipo.
La Fiscalía General del Estado (FGE) dio a conocer que Judith Fernández Cruz, de 72 años, y su hija Sara Sofía Matus Fernández, de 34, fueron halladas en lugares diferentes. A ambas mujeres se les perdió la pista desde el 4 de septiembre, luego de salir a comer con una amiga de la familia.
Extraemos parte de la carta episcopal:
Ahora bien, hermanos y hermanas, ¿Qué sigue luego de esto? ¿Qué hacer, pensar y sentir luego de que ha tocado a nuestra puerta el mismo horror que miles de familias han padecido en nuestro país? Toda semilla que cae en tierra ha de traer frutos. Ahora que la vida de Sara y Judith ha sido sembrada en tierra, han de surgir frutos de justicia y transformación en el pueblo de Dios, primeramente. La única forma de honrar el dolor que vivieron nuestras hermanas es tomando acciones concretas que encaminen a nuestras vidas, familias, iglesia y comunidades por renovados senderos de justicia y paz.
Hoy, para la Iglesia Metodista, se viven en carne propia las justas exigencias de madres, padres, familias, mujeres y personas de buena voluntad que claman por el cese a la violencia.
Hoy, lejos de las diferencias en formas y nombres que podamos tener, el clamor que demanda que ni una mujer más sea violentada es la misma exigencia que tiene la iglesia. Solemos ver de lejos y con juicio aquellas demandas y gritos; con apatía e indiferencia las lágrimas de madres que buscan a las suyas; acostumbramos a dejar de lado lo incómodo que nos hacen sentir las exigencias de justicia y paz, pero no más. Hoy no. En esta ocasión el dolor, la desaparición y la muerte han tocado a nuestra puerta. Debemos confesar que esto no es extraño. La muerte de Judith y Sara han mostrado el rostro más crudo de la violencia, pero esto no es ajeno a nuestras familias. Hermanas y jóvenes de nuestras congregaciones han sufrido acoso y abusos en las calles, en sus escuelas e incluso en los lugares donde deberían estar más seguras; algunos padres hemos tenido que consolar a nuestras hijas luego de ser atacadas en palabras y acciones en el transporte público; madres han tenido que mantenerse en vela cuando sus hijas salen a la escuela o al trabajo; familias también han sufrido la desaparición de quienes aman.
Esto debe detenerse, pues la tierra está llena de sangre de inocentes. Hemos dormido demasiado tiempo y hemos callado por muchos años. ¿Qué debemos hacer como iglesia? Es necesario que aceptemos nuestra responsabilidad. En una sociedad democrática, unos cuantos son culpables de los delitos, pero todos somos responsables.
“No hay justo, ni aún uno”, dice el apóstol Pablo a la iglesia. Y es cierto: no somos justos.
Muchos - sino es que todos- hemos crecido con patrones de comportamiento, palabras y actitudes violentas. Muchos hemos sido educados para hacer menos el dolor ajeno, en especial el de las mujeres, y ser silenciosos cómplices ante la violencia. No nos equivoquemos: el silencio y la indiferencia nos hacen cómplices. Sin embargo, en Cristo hay posibilidades de transformación, de arrepentimiento y de nuevas formas de ser. Podemos ser transformados en Cristo y en la creatividad del Espíritu de Dios. La muerte de Sara y Judith nos exige una transformación total, dejar atrás lo que sabemos y las maneras en las que vivimos para encaminar todo nuestro ser hacia la justicia y la paz.
¿Qué haremos? Como iglesia seguiremos de cerca el caso de nuestras hermanas, en el aprovechamiento de nuestra voz y facultades. Seguiremos insistiendo a las autoridades pertinentes que haya una investigación comprometida y en apego a las normatividades. Pedimos que haya justicia de acuerdo con las leyes de nuestro país.
También deberemos caminar al interior de la iglesia, pues no siempre hemos sido justos entre colegas, como ministros, como congregantes o como equipo. Es necesario que pasemos de las bellas palabras a los compromisos serios y exigentes.
Más allá de nuestras diferencias en ideas, como Conferencia daremos pasos para vivir según la justicia de género, la cual no es fundada en una ideología, sino en Jesucristo mismo, quien rompió con los roles y moldes de su época para ser cercano a las mujeres y a quienes eran vulnerables.
En segundo lugar, retomaremos con responsabilidad el protocolo conferencial de prevención y acción en contra del acoso. Somos iglesia, llamada por Dios, pero también comunidad con heridas y pecados que han de sanar. Si bien la creación del protocolo fue intempestivamente interrumpida por la crisis sanitaria que nos aqueja, lo retomaremos para presentarlo lo antes posible a la Conferencia.
En tercer lugar, desde el episcopado, comenzaremos a construir con el apoyo de ministras y laicas espacios de capellanía que acompañen a mujeres que hayan sufrido o sufran violencia de cualquier tipo.
Esta capellanía llevará el nombre de “Sara y Judith”. Al mismo tiempo, con el apoyo de ministros y laicos, crearemos un espacio de capellanía que acompañe a los varones de nuestra conferencia en modelos de masculinidad según Jesucristo. Si la violencia en nuestro país ha de ser erradicada, lo haremos primeramente desde los espacios que tenemos como iglesia