Claudia de la Cruz: «En Estados Unidos no se puede cubrir salud gratuita, pero se puede financiar una guerra»
Por Capire
Claudia de la Cruz vive en Estados Unidos y es hija de imigrantes de República Dominicana. Forma parte del Proyecto Educación Popular [Popular Education Project], donde se articulan organizadoras y organizadores comunitarios, educadores políticos y populares y líderes de diferentes luchas. También es cofundadora y directora del Foro del Pueblo [The People’s Forum] en Nueva York, un espacio que ayuda a crear lazos entre movimientos sociales dentro de los Estados Unidos e internacionalmente.
Durante la 3ª Asamblea Continental de ALBA Movimientos, que se celebró en fines de abril en Argentina, Claudia habló a Capire sobre las conexiones entre las luchas feministas, antirracistas y antiimperialistas, y alertó sobre las trampas de la fragmentación y banalización del movimiento. También expresó sus perspectivas sobre el gobierno actual de Joe Biden, del Partido Demócrata, en Estados Unidos, los retrocesos de su agenda y el avance del militarismo. La entrevista se dio dos meses antes que ocurriera la derogación de la sentencia Roe vs. Wade, de 1973, que amenaza el derecho al aborto en diversos estados de Estados Unidos. Asimismo, Claudia ya alertaba sobre iniciativas conservadoras estaduales en contra de la autonomía de las mujeres.
Hablemos un poco de imperialismo. ¿Cómo ves que se articulan el antiimperialismo, el antirracismo, el feminismo anticapitalista en las luchas cotidianas?
No hay manera de poner en distintos paquetitos, espacios, secciones o departamentos la vida de los seres humanos. Todos los espacios impactan nuestras vidas, lo que somos o dejamos de ser. Entonces cuando hablamos del tema racial, de género y de clase, no podemos dividirlos o hacernos pensar que no impactan en la vida de los seres humanos. Creo que es bueno empezar así porque, dentro de las sociedades, ha pasado una desarticulación de los movimientos, donde se habla de la raza pero no se habla de la clase, o se habla de género pero no de clase, o se habla de clase y no de género, ni raza, ni etnia. El mismo capitalismo se nutre precisamente de la división de estas luchas.
Soy hija de inmigrantes. Lo que el imperialismo ha hecho a nivel global ha causado la inmigración en muchos países, no tan solo en el Caribe y la República Dominicana, sino que muchos países empobrecidos. Como persona que vive dentro de los Estados Unidos, yo soy producto precisamente de lo que los Estados Unidos han hecho alrededor del mundo. No podemos hacernos la vista gorda al impacto tan grande que ha tenido el capitalismo a nivel global, con su mayor expresión siendo el imperialismo. El capitalismo y el imperialismo se han beneficiado de la explotación de un sector muy particular de la clase trabajadora: mujeres, negros e indígenas. De nuevo, eso es producto de muchos procesos: podemos hablar del colonialismo, de lo que significa la esclavitud, la segregación racial, y de lo beneficioso que ha sido para el capitalismo poder arrastrar con esas maldiciones. Son maldiciones para nosotros, pero para ellos es muy beneficioso.
Yo no concibo un movimiento feminista que no sea de clase, que no sea antiimperialista y anticapitalista. El capitalismo se beneficia precisamente del patriarcado, y busca sus maneras de dividir para poder conquistar. Tenemos que tener la perspectiva antiimperialista precisamente porque son los cuerpos de las mujeres, son nuestras vidas las que se impactan con las guerras imperialistas. No podemos obviar lo que ha hecho el bloqueo en Cuba. Las mujeres, los niños y niñas han tenido que sufrir a través de 62 años por un bloqueo injusto e inmoral. Es lo que están haciendo en Venezuela: allí también son madres, son mujeres, son niños y niñas, son familias. Esos son temas feministas, son temas de clases, son temas raciales. Estamos hablando de un Sur global que es más negro y más indígena que el Norte.
Desafortunadamente, en los Estados Unidos, donde vivo, surge una narrativa de un feminismo desclasado, de un feminismo bien cosmetológico, que se expresa de una manera imperialista, posicionando a mujeres en espacios que empujen la guerra y la desigualdad social. Y, de alguna forma, nosotras tenemos que comernos eso porque «es una mujer que lo hace» y «que viva el poder de las mujeres»… No todas las mujeres somos iguales, como no todos los negros somos iguales. La política de la representación ha hecho eso: ha puesto personas que parecen ser iguales que nosotras y nosotros, pero su política es precisamente para la desventaja de la clase trabajadora y de los más desposeídos. Cuando hablamos de feminismo, no podemos desclasarlo, no podemos sacarlo del marco en que se crea el patriarcado. El patriarcado se crea precisamente para la ventaja del capitalismo.
Sabemos las grandes diferencias que tenemos en las Américas entre las realidades del Sur y de Estados Unidos, pero ¿qué crees que hay de convergencia, de semejante, entre lo que viven las mujeres negras populares del Sur y de Estados Unidos?
Creo que hay realidades muy similares y convergentes. Si hablamos de la mayoría de las mujeres negras de la clase trabajadora en los Estados Unidos, si hablamos del 99% de la población, que vive en la pobreza o cerca de la pobreza, tenemos mucho en común con las mujeres negras e indígenas del Sur. Lo que nos converge son nuestras condiciones materiales: la falta de acceso a la salud, a la educación, a empleos que nos permitan vivir una vida digna, la falta de derechos.
En los Estados Unidos ahora mismo ha retrocedido lo que han sido los derechos reproductivos de las mujeres, en Texas y en otros estados. Se criminaliza a la mujer por la falta de poder acceder a servicios de salud reproductiva, porque no todo el mundo puede pagar por pastillas para evitar el embarazo, no todo el mundo puede ir a un ginecólogo, no tiene también acceso al internet, no tiene educación sexual. Nos criminalizan por cosas que son sistemáticas, que no tienen que ver con la decisión personal. Eso pasa en el Sur global también: la criminalización por el hecho de no tener acceso, por ser pobre, por no poder decidir sobre nuestros cuerpos. Tenemos muchas cosas en común. Desafortunadamente, el capitalismo y el imperialismo funcionan de una manera que nos divide para poder conquistar, y muchas y muchos no vemos esas conexiones.
La gente pobre, las mujeres negras e indígenas tenemos más conexión con el Sur global que cualquiera que pueda existir con la clase de élite de nuestro país.
En Estados Unidos, recientemente, hubo luchas negras contra la violencia policial, también las luchas de las y los migrantes en contra de las fronteras y las deportaciones. ¿Puedes contarnos cómo avanzaron las luchas o cuáles son los desafíos por seguir?
Tenemos muchos desafíos en torno a la continuación de esa indignación que se dió con los más recientes asesinatos y con lo que produjo la crisis del covid-19. En el verano del 2020, eso se convirtió precisamente en el proceso electoral, por la disputa entre Trump y el partido demócrata, Biden y los sectores más progresistas. Al tener este espacio de disputa, hubo muchos y muchas que decidieron: «vamos a hacer una coalición en contra de Trump». Ahí se unieron muchos sectores liberales, progresistas e incluso de izquierda, con representación de los inmigrantes que habían sido abatidos fuertemente durante el gobierno de Trump, con la población negra que fue muy abatida precisamente porque, con Trump, se desenmascaró esta oleada racista y facista. Al no haber otra opción más radical, empiezan a empujar a Biden como una opción –la menos dañina, se decía.
Al ganar Biden, se nos olvidó que teníamos que seguir luchando. Muchos de estos grupos que estaban corriendo más fuerza –el sector inmigrante, el sector negro, sectores de pobres que se estaban articulando alrededor del derecho a un salario digno– se empiezan a desarticular porque «ya se eligió Biden», «ya ganamos». Lo que hemos visto y lo que sabíamos muchas y muchos es que Biden no tiene respuesta alguna a las problemáticas de ninguno de esos sectores de la clase trabajadora, porque ultimadamente, dentro de los gobiernos demócratas en los Estados Unidos, se ha abatido más a las poblaciones negras, inmigrantes y pobres que en cualquier otro gobierno. Lo que pasa es que, durante los gobiernos demócratas, se hace de una manera más cubierta. Los republicanos tienen una manera más directa de ser racistas. Los demócratas la cubren un poquito con el lenguaje, pero igual te dan.
Durante el tiempo de Biden, se han atacado las leyes de derechos reproductivos. Y es dentro del gobierno de Biden donde se deja de financiar proyectos sociales, donde no pasa ningún tipo de política que beneficie a la clase trabajadora. Pero, sin embargo, ha pasado un presupuesto para el 2023 de USD 180 mil millones para la milicia. El interés de Biden, igual que del Partido Demócrata y el Republicano, es la defensa del capitalismo global, es preservar la hegemonía, es llegar a un punto donde tengan legitimidad de nuevo.
Nosotros de los movimientos sociales en Estados Unidos hemos llegado a un proceso de desarticulación por las elecciones que pasaron el 2021, y estamos todavía tratando de recuperarnos y reunirnos, también por el covid-19. No es una sociedad «post covid»: estamos todavía viviendo la realidad de que hay miles de personas enfermando y muriendo. Hay otros factores que son históricos, como la intervención de las organizaciones no gubernamentales que promueven una agenda liberal. Están de nuevo los desplazamientos de territorio, y con eso muchas organizaciones han perdido sus espacios físicos. Bregamos desde un espacio de reaccionar a lo que nos hacen, y no desde un espacio de articularnos y crear estrategias que nos permitan, a largo plazo, empujar agendas políticas.
Lo más esperanzador es que las condiciones materiales están empujando a la gente a darse cuenta de que las respuestas no están ni en el Partido Republicano ni en el Partido Demócrata, y que las soluciones tienen que venir desde el pueblo, desde las comunidades.
Las comunidades se están organizando entre sí: se organizaron para darse comida, para poder subsistir durante la pandemia. Eso ha reforzado que tenemos la capacidad de salvarnos, y alza la confianza del pueblo en sí mismo. Hay muchos y muchas jóvenes que están interesados en saber más del socialismo. Pero todo eso necesita una orientación, que es el gran reto. ¿Cómo nos articulamos y creamos una unidad en base a principios y una orientación común?
¿Cuáles son las estrategias de los movimientos para enfrentar a este imperialismo que impulsa las guerras desde la fuerza de Estados Unidos y de la OTAN [Organización del Tratado del Atlántico Norte]?
Los Estados Unidos son el mayor perpetrador de la violencia alrededor del mundo, a lo interno y a lo externo. Tenemos una milicia con un presupuesto mayor que el presupuesto entero de muchos países.
No se puede cubrir el acceso a una salud gratuita de parte del Estado, pero sí se puede financiar una guerra. No se puede proveer vivienda para más de 500 mil personas viviendo en la calle, pero sí se puede financiar una guerra.
La gente dice lo que decía en el tiempo de Vietnam: ¿qué nos ha hecho esa gente a nosotros? ¿Por qué tenemos que financiar esa guerra? ¿Por qué tenemos que darles armamento? ¿Cuál es el fin de los Estados Unidos en contra de Rusia, cuál es su interés en Ucrania? ¿Por qué la guerra en Afganistán, por qué la guerra en Irak? ¿Qué nos dejó eso a nosotros y nosotras como clase trabajadora? La gente se está cuestionando eso. Yo creo que cuando el pueblo norteamericano se cuestiona ese tipo de pregunta, pueden pasar grandes cosas si hay un movimiento que tiene la capacidad de organizar ese descontento.
Hay sectores que han estado históricamente en las luchas antiimperialistas y antiguerras y que están tratando de analizar la situación. Tienen una visión clara de que los Estados Unidos están apostando geoestratégicamente hacia China, y que el conflicto de Ucrania y Rusia es un camino hacia allá. El reto es que también hay sectores progresistas liberales, sectores antiguerra que no son necesariamente antiimperialistas, y el diálogo entre esos dos sectores ha sido conflictivo, porque los últimos no ponen el dedo en el enemigo global, que es la OTAN.
El enemigo común, el enemigo global, el enemigo de Ucrania, de Rusia, de China y de todos los países del mundo es la OTAN, porque mientras esté allá, tiene un impacto global. Ahora mismo, lo tiene con el tema de los precios del gas y de la comida. Todo eso tiene que ver con la guerra. Los Estados Unidos tienen la guerra allá, y las guerras híbridas en este continente, tratando de recuperar su hegemonía. La prioridad del gobierno de Biden es: ¿cómo volvemos a controlar políticamente, económicamente y militarmente?
Tenemos que estar muy vigilantes desde los movimientos, preparados y preparadas para poder identificar quien es el enemigo real.
Entrevista conducida por Helena Zelic