Dones que nos regala el Espíritu
Alba Rocío de los Ríos, Colombia
En tiempo de los Jueces hubo hambre en el país, y un hombre emigró, con su mujer y sus dos hijos, desde Belén de Judá a los campos de Moab. Se llamaba Elimélec; su mujer, Noemí, y sus hijos, Majlón y Kilión. Eran efrateos, de Belén de Judá. Llegados a la campiña de Moab, se establecieron allí. Rut 1: 1-2
Siento que Noemí, tenía toda la gracia del Espíritu Santo y sus dones. En el pasaje bíblico podemos descubrir una familia normal, una mujer, con su esposo y sus hijos, estos últimos a la vez se casaron y tomaron como esposa a Rut y Orfá. Con situaciones muy similares a las que vivimos hoy, entre ellas la pérdida de aquellos que amamos y nuestra mejor versión que se revela.
Con el pasar del tiempo, al fallecer su esposo y sus hijos, Noemí reconoció que no había perdido a sus hijos, sino que había ganado dos hijas y con ellas emprende el camino de regreso a su tierra, al reencuentro con su pasado, con su pueblo. Para entonces, solo la acompañaba Rut. Pues Noemí tuvo compasión de estas jóvenes que estaban tristes por haber perdido a sus esposos y aun cuando todas eran viudas y padecían el mismo dolor, no se refugiaron en él, sino que siguieron adelante. Fue sabia Noemí al dejarlas en libertad, al permitirle a estas jóvenes elegir por ellas mismas su destino y es allí cuando Rut le responde:–No insistas en que te deje y me vuelva. A donde tú vayas, yo iré, donde tú vivas, yo viviré; tu pueblo será el mío, tu Dios será mi Dios; donde tú mueras, allí moriré y allí me enterrarán. Sólo la muerte podrá separarnos, y si no, que el Señor me castigue. Rut 1: 16-17
Estas mujeres tuvieron misericordia la una con la otra y ante este testimonio, me detengo y pienso en mi vida. Cuando se adelantó a la casa de Dios mi hijo mayor, sentí un dolor que no puedo expresar, pero luego con el pasar de los días, viendo a Omaira y sus hijos, me di cuenta de que no había perdido, que yo había ganado una hija con sus hijitos.
A quienes yo quiero y espero que caminemos juntas, apoyándonos de manera incondicional.Es nuestra tarea ser compasivos/as los unos con los otros, las unas con las otras, para que se manifieste así la gracia del Espíritu Santo que todos y todas hemos recibido.
Lo que comparto, es algo que vi hace muchos años y que me dolió, pero que no había pensado que me sucediera también a mí: ella era una joven maestra, que se casó con un muchacho muy trabajador, pero al poco tiempo él murió y su familia, le quitó todos los bienes a la viuda y ella tuvo que regresar con su bebé a la casa de sus padres, que gracias a Dios la acogieron y salió adelante.
Cuando veo la situación que hoy vivimos en nuestra familia, la valentía de Omaira para seguir adelante, doy gracias a Dios porque la hemos podido rodear de mucho apoyo, tanto nosotros como su familia y así debe ser y es justo aquí cuando necesitamos esos dones y gracias del Espíritu Santo para animarla cuando quiera hacer algo, aconsejar cuando lo necesite, estar allí para ella cuando se sienta frágil y triste, y sobre todo, dejarle su espacio y su libertad para que como dueña y señora de su casa y su tierra, siga adelante con sus niños.